Читать книгу Séneca - Obras Selectas - Lucio Anneo Séneca - Страница 44

II

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Bien sé que ordinariamente comienzan las exhortaciones con preceptos y terminan con ejemplos; pero conviene que cambie esta costumbre, porque no puede obrarse de la misma manera con todos. Unos ceden a la razón, a otros es necesario citarles grandes nombres cuya autoridad se impone al alma y cuyo brillo la deslumbra. Ante tus ojos voy a poner dos ejemplos notables de tu sexo y de tu siglo: una de estas dos mujeres se entrega a toda la violencia de su dolor; la otra, afligida por desgracia igualmente grande, pero perdiendo más todavía, no deja sin embargo a su tristeza que domine mucho tiempo en su alma, a la que restituye muy pronto su calma habitual. Octavia y Livia, hermana una, y otra esposa de Augusto, perdieron dos hijos en la juventud, a los cuales estaba asegurado el imperio. Octavia perdió a Marcelo, yerno y sobrino de un príncipe que comenzaba a descansar en él y debía dejarle el peso del mando; joven de espíritu activo y poderoso genio, sobrio y continente de un modo asombroso para su edad y rango, infatigable en el trabajo, enemigo de los placeres, capaz de llevar todo lo que su tío quisiera depositar, o, por decirlo así, construir sobre sus hombros. Este había elegido una base que no podía ceder bajo ningún peso. Mientras la madre sobrevivió al hijo, no puso término a su llanto y gemidos, ni admitió palabras que distrajesen su dolor, rechazando a cuantos se las dirigían. Fija en el único pensamiento que ocupaba su ánimo, toda su vida permaneció como en los funerales: no osaba levantarse de su abatimiento, y diré más, rehusaba que se le aliviase, creyendo segundo quebranto la renuncia de las lágrimas. No quiso conservar imagen alguna de su querido hijo ni oír jamás hablar de él. Detestando a todas las madres, odiaba especialmente a Livia, porque le parecía que el hijo de ésta heredaba la felicidad prometida al suyo. No amando más que la soledad y el retiro, no mirando ni siquiera a su hermano, rechazó los versos hechos para celebrar la memoria de Marcelo, así como los demás homenajes de las artes, y cerró sus oídos a todo consuelo. Alejose de todas las ceremonias solemnes; cobró aversión a los esplendores que irradiaba por todas partes la fortuna fraternal y se sepultó en su retiro. Rodeada de sus hijos y de sus nietos, nunca abandonó su lúgubre traje, no sin ofensa de todos los suyos, porque estando vivos se consideraba sola.

Séneca - Obras Selectas

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