Читать книгу Séneca - Obras Selectas - Lucio Anneo Séneca - Страница 61

XIX

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Mas, para venir a los consuelos, veamos primeramente qué males hay que curar, y después, de qué manera. Te hace derramar lágrimas la pérdida de un hijo amado. Pero esta pérdida es tolerable por sí misma. No lloramos a los ausentes mientras viven, a pesar de encontrarnos absolutamente privados de su trato y presencia. La idea es, pues, lo que nos atormenta, y nuestros males no pasan de la medida que les concedemos. El remedio está en nuestra mano. Consideremos los muertos como ausentes, y no nos engañemos a nosotros mismos: les hemos dejado partir, o mejor aún, les hemos hecho partir delante para seguirlos. Todavía lloras, cuando dices: «¡No tengo quien me defienda, quien me liberte de la injuria!». Consuélate; porque si es vergonzoso, no es menos cierto que en nuestra ciudad se gana viendo morir a los hijos más respeto que se pierde. En otro tiempo era ruina del anciano quedar solo; ahora lleva al poder, hasta el punto de que se muestra odio a los hijos, se niegan y se vacían las casas por medio del crimen.

Sé que dirás: «No me aflige mi quebranto, porque no merece ser consolado quien lamenta la pérdida de un hijo como la de un esclavo, cuando se tiene valor para considerar en un hijo otra cosa que el hijo mismo». ¿Pues por qué lloras, Marcia? ¿porque ha muerto tu hijo o porque no ha vivido mucho tiempo? Si lloras porque ha muerto, has debido llorar siempre, porque siempre has sabido que debía morir. Persuádete de que los muertos no experimentan ningún dolor. Ese infierno que tan terrible nos pintan es solamente una fábula: los muertos no tienen que temer ni tinieblas, ni cárceles, ni torrentes de llamas, ni el río del olvido: en aquel asilo de plena libertad no hay tribunales, ni reos, ni nuevos tiranos. Todas estas cosas son juegos de poetas que nos han agitado con vanos terrores. La muerte es la libertad, el término de todas nuestras penas; no traspasarán sus umbrales nuestras desgracias; ella es la que nos devuelve a aquella tranquilidad de que gozábamos antes de nacer. Si alguien llora a los muertos, que llore también a los que no han nacido. La muerte no es un bien mi un mal; porque para ser bien o mal, es indispensable ser algo; pero lo que nada es, lo que lo reduce todo a la nada, no nos impone ninguna de estas dos condiciones. Lo malo y lo bueno versan sobre algo. La fortuna no puede retener lo que la naturaleza abandona, y no es posible sea desgraciado el que ya no existe. Tu hijo ha traspasado los límites dentro de los cuales se es esclavo. En el seno de una paz profunda y eterna, no le atormenta ya el temor de la pobreza, el cuidado de las riquezas, las pasiones que estimulan nuestro ánimo con el acicate de la voluptuosidad: ya no envidia la felicidad ajena, ni es envidiado en la suya; jamás ofenderá la calumnia sus castos oídos; no tendrá que prevenir calamidades públicas ni privadas, ni habrá de atender al porvenir lleno de tristes inquietudes. Encuéntrase, en fin, en un asilo del que nada puede privarlo ni inspirarle temor.

Séneca - Obras Selectas

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