Читать книгу Séneca - Obras Selectas - Lucio Anneo Séneca - Страница 60
XVIII
ОглавлениеRefiramos a esta imagen la entrada del hombre en la vida. Deliberabas ir a Siracusa; te he demostrado lo que podía deleitarte y disgustarte en el viaje. Supón que se me llama en el día de tu nacimiento para aconsejarte. Vas a entrar en la ciudad común a los dioses y a los hombres, que todo lo abraza sujeto por leyes fijas y eternas, donde en sus revoluciones realizan los astros su infatigable ministerio. Allí verás innumerables estrellas, y ese astro maravilloso que todo lo llena por sí mismo, ese sol cuyo cotidiano curso marca los intervalos del día y de la noche y cuya carrera anual divide igualmente los estíos y los inviernos. Verás la nocturna sucesión de la luna, tomando de los rayos fraternales dulce y templada luz, en tanto oculta, en tanto mostrando al mundo su faz completa, creciendo y decreciendo sucesivamente, y distinta siempre de como era el día anterior. Verás cinco planetas siguiendo diferentes rumbos, y en su contraria marcha resistiendo a la fuerza que arrastra al mundo: de sus menores movimientos depende la fortuna de los pueblos: allí se deciden las cosas más grandes y las más pequeñas según se presenta astro propicio o adverso. Admirarás las nubes amontonadas, las aguas que caen, los oblicuos rayos y el fragor del cielo.
Cuando, saciados con tal espectáculo, se vuelvan tus ojos a la tierra, verán otro orden de cosas y otras maravillas. Aquí inmensas llanuras se extienden hasta lo infinito; allá las nevadas cumbres de soberbias montañas se alzarán hasta las nubes: ríos derramándose por las praderas; otros, partiendo de la misma fuente, van a regar el Oriente y Occidente: sobre las altas cimas mecen sus copas los bosques, y las selvas se extienden con sus rieras y el variado concierto de sus aves. Allá se alzan ciudades diferentemente situadas; naciones separadas por inaccesibles fronteras, retiradas sobre las altas montañas, otras aprisionadas por ríos, lagos, valles y pantanos; allí hay campos cultivados, arbustos fértiles sin cultura, arroyos que corren blandamente por las praderas, bellos golfos, riberas que se ahondan para formar puertos; innumerables islas sembradas por los mares interrumpiendo sus vastas soledades. Allí están las piedras, las brillantes perlas y los torrentes que en su impetuosa carrera arrastran partículas de oro mezcladas con su arena, y esas columnas de fuego que brotan del seno de la tierra hasta en medio de las olas; y el Océano, ese lazo del mundo que se reparte en tres mares para dividir las naciones, y salta sobre su lecho sin freno ni medida. Allí ves las ondas siempre inquietas, moviéndose en la calma de los vientos. Verás animales enormes, que sobrepujan en magnitud a los terrestres; unos cuya pesada masa necesita guía que la dirija; otros ágiles y más rápidos que nave empujada por vigorosos remos; algunos aspirando y lanzando las amargas aguas con gran peligro de los navegantes. Más allá verás naves que van en busca de tierras que no conocen, y nada encontrarás que no haya intentado la audacia humana, testigo a la vez que laborioso asociado de estos grandes esfuerzos. Aprenderás y enseñarás las artes, las que entretienen, las que embellecen y las que dirigen la vida.
Pero también encontrarás mil azotes del cuerpo y del alma, guerras, latrocinios, envenenamientos, naufragios, huracanes, enfermedades, prematura pérdida de los nuestros, y la muerte, tal vez dulce, tal vez llena de dolores y tormentos. Delibera contigo mismo, y pesa bien lo que deseas; una vez entrado en esta ciudad de maravillas, por aquí hay que salir. ¿Responderás que quieres vivir? ¿por qué no? Pero considero que no consientes en la vida, puesto que te quejas de que te quiten algo. Vive, pues, según lo convenido. Pero nadie, dices, nos ha consultado. Nuestros padres consultaron por nosotros; conocían las leyes de la vida y nos engendraron para soportarlas.