Читать книгу Séneca - Obras Selectas - Lucio Anneo Séneca - Страница 46

IV

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No te someto a preceptos sobradamente rígidos; no te digo que soportes inhumanamente los dolores humanos ni vengo a secar los ojos de una madre en el día mismo de los funerales: tomaremos un término medio, y discutiremos «si el dolor debe ser grande o eterno». No dudo que prefieres el ejemplo de Livia Augusta, a la que trataste familiarmente. Esta te llama a su consejo: en el primer arrebato de su dolor, cuando la aflicción es más intensa y más rebelde, impetró el consuelo de Areo, filósofo de su marido, y confiesa que este filósofo hizo mucho por ella, más que el pueblo romano, al que no quería entristecer con su tristeza; más que Augusto, que vacilaba privado de uno de sus apoyos y no debía caer agobiado por el luto de los suyos; más que su hijo Tiberio, cuyo amor la hizo experimentar, después de aquella pérdida cruel y deplorable para las naciones, que no le faltaba de sus hijos mas que el número. Imagino yo que ante una mujer tan celosa por conservar la fama, debió el filósofo comenzar diciendo: «Hasta hoy, Livia (al menos en cuanto puedo saberlo yo, que soy asiduo compañero de tu esposo, enterado por él, no solamente de lo que de público se dice, sino que también de los movimientos más secretos de vuestra alma), has cuidado de que no se encontrase en ti nada reprensible. Tanto en los asuntos más graves como en los más ligeros, has tenido presente no hacer nada por lo cual quisieses que la fama, ese, juez libérrimo de los príncipes, te concediese perdón. Y por mi parte también, nada considero mejor, cuando se ocupa el rango supremo, que otorgar muchas mercedes y no recibirlas de nadie. En la ocasión presente debes mostrarte fiel a tus principios, y no debes llegar a donde algún día no quisieras haber llegado».

Séneca - Obras Selectas

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