Читать книгу Séneca - Obras Selectas - Lucio Anneo Séneca - Страница 55

XIII

Оглавление

No deben los Griegos admirar tanto a aquel padre que, en medio de un sacrificio, al saber la muerte de su hijo, se limitó a mandar callar al flautista, y quitándose la corona de la cabeza, terminó ordenadamente la ceremonia. Así lo hizo el pontífice Pulvilo cuando, al pisar el umbral del Capitolio que iba a consagrar, supo la muerte de su hijo. Fingiendo no haber oído, pronunció las palabras solemnes de la fórmula pontificia sin que un solo gemido interrumpiera la plegaria: oía el nombre de su hijo, e invocaba a Júpiter propicio. Comprenderás que su duelo había de tener término, puesto que el primer impulso, el primer arrebato del dolor, no pudo separar a aquel, padre de los altares públicos, ni de aquella invocación al dios tutelar. Digno era a fe mía de aquella memorable dedicación, digno de aquel sacerdocio supremo, quien no cesó de adorar a los dioses ni cuando se mostraban irritados contra él. De regreso a su casa, sus ojos lloraron y su pecho lanzó algunos gemidos; pero después de tributar los honores acostumbrados a los difuntos, recobró el semblante que tenía en el Capitolio. Paulo, por los mismos días de aquel nobilísimo triunfo en que llevaba encadenado detrás de su carro a Persio, aquel rey tan famoso, dio dos hijos en adopción, y vio morir a los que se había reservado. ¡Considera cuánto valdrían los que había conservado, cuando uno de los cedidos era Scipión! No sin conmoverse vio el pueblo romano vacío el carro de Paulo; sin embargo, éste arengó a la multitud, y dio gracias a los dioses por haber escuchado sus votos. Porque había rogado al cielo que si la celosa fortuna pedía algo por tan brillante victoria, se le pagase antes a sus expensas que a las del pueblo. ¿Y a quién podía conmover más aquel cambio? A la vez perdió sus consoladores y sus apoyos, y sin embargo, Persio no consiguió ver entristecido a Paulo.

Séneca - Obras Selectas

Подняться наверх