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XVII

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Di esto también, Marcia: «Me dejaría conmover si la suerte de cada uno estuviese en relación con sus costumbres; si el mal no persiguiese nunca a los buenos; pero veo que buenos y malos son indistintamente víctimas de los reveses. Sin embargo, es muy doloroso perder a un joven que se ha educado y que ya era para su madre y para su padre apoyo y honor». Imposible negar que es desgracia cruel, pero humana. Has nacido para perder, para temer y desear la muerte, y lo que es peor, para perecer, para esperar, para inquietar a los otros y para no saber nunca cuál es tu condición.

Si se dijese a uno al partir para Siracusa: «Voy primeramente a darte a conocer todas las incomodidades y satisfacciones de tu próximo viaje; después embárcate. Podrás admirar, en primer lugar, la isla misma, separada de Italia por estrecho canal, cuando consta que antes estuvo unida al continente; pero repentina irrupción del mar

Hesperium Siculo latus abscidit:»

en seguida (porque podrás pasar rozando el insaciable torbellino) verás la fabulosa Caribdis, tranquila mientras no la agita el austro, pero al primer viento fuerte que sopla en aquellas regiones, devorando las naves en sus abiertos y profundos abismos. Verás la fuente Aretusa, celebrada por los poetas, tan limpia y trasparante, derramando fresquísimas aguas, sea que nazcan allí, sea que devuelva un río que, ocultándose debajo de los mares, reaparece libre de toda mezcla con ondas impuras. Verás un puerto, el más tranquilo de cuantos ha formado la naturaleza o construyó la mano del hombre para resguardar las armadas, y tan bien abrigado que no lo alcanza el furor de las tempestades más violentas, Verás dónde se estrelló el poder de Atenas; donde, bajo rocas socavadas hasta profundidades infinitas, tuvieron muchos millares de cautivos las canteras por prisión. Verás la inmensa ciudad, cuyas torres se extienden más lejos que los confines de otras muchas ciudades; en la que los inviernos son tan templados, que no transcurre día sin sol. Pero cuando hayas contemplado todas estas cosas, estío pesado y nocivo emponzoñará los beneficios del cielo de invierno. Allí encontrarás a Dionisio el tirano, verdugo de la libertad, de la justicia, de las leyes; ávido del poder, hasta después de la lecciones de Platón; de la vida, hasta después del destierro: entregará unos a las llamas, otros a las varas: hará decapitar a aquellos por la menor ofensa; llamará a su lecho a los hombres y a las mujeres, y en medio del asqueroso rebaño preparado para las regias intemperancias, le parecerá poco desempeñar dos papeles a la vez. Ya sabes lo que puede atraerte y lo que puede contenerte; parte o quédate». Después de estas advertencias, si alguno dijere que quiere ir a Siracusa, ¿de quién sino de sí mismo podría quejarse, cuando no habría caído en aquella ciudad sino llegado voluntaria y conscientemente a ella?

La naturaleza nos dice a todos: «A nadie engaño: si tú das hijos a luz, podrás tenerlos hermosos, pero también feos: y si por acaso tienes muchos, uno podrá salvar la patria, otro venderla. No desesperes de que lleguen algún día a gozar de tanto favor que nadie, por causa de ellos, se atreva a ofenderte; mas piensa también que de tal manera pueden mancharse, que hasta su nombre sea un ultraje. No es imposible que te presten los últimos honores y que pronuncien tu elogio; y sin embargo, debes estar dispuesta a depositarlos en la pira, niños, hombres o ancianos, porque los años no importan nada, no habiendo funerales que no sean prematuros cuando la madre los acompaña». Después de estas condiciones, convenidas de antemano, si engendras hijos, libras de toda responsabilidad a los dioses, que nada te han prometido.

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