Читать книгу Séneca - Obras Selectas - Lucio Anneo Séneca - Страница 58

XVI

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Sé lo que me dirás: «Has olvidado que consuelas a una mujer; solamente citas ejemplos de hombres». Pero ¿quién osará decir que la naturaleza ha tratado con poca generosidad el corazón de las mujeres y limitado las virtudes para ellas? Tan fuertes son como nosotros, créeme; tan capaces de acciones honestas, si les agrada: con la costumbre, soportan lo mismo que nosotros el trabajo y el dolor. ¿En qué ciudad, oh dioses, estoy hablando? En la que Lucrecia y Bruto derribaron los reyes que pesaban sobre las cabezas romanas: Bruto, a quien debemos la libertad; Lucrecia, a la que debemos Bruto. Aquí donde Clelia, despreciando el enemigo y el río, mereció por su insigne audacia que se la colocara por encima de los hombres. Sentada sobre su corcel de bronce, en la vía sagrada, paraje celebérrimo, Clelia reprueba a nuestros jóvenes montados en su litera, que entren así en una ciudad en la que hasta a las mujeres hemos dado caballo. Si quieres que te cite ejemplos de mujeres valerosas en sus quebrantos, no iré a preguntar de puerta en puerta: en una sola familia te mostraré a las dos Cornelias: hija la primera de Scipión, madre de los Gracos, ésta tuvo doce hijos y vio pasar otros tantos funerales. Y si se dice que no debió costarle mucho mostrar fuerzas en cuanto a aquellos que ni por su nacimiento ni por su muerte conmovieron a la ciudad, observaremos que vio a Tiberio Graco y a Cayo, a los que si se niega que fueron buenos, no se negará que fueron grandes, muertos y privados de sepultura: y sin embargo, a los que la consolaban y compadecían su desgracia, contestó: «Nunca cesaré de llamarme dichosa por haber dado vida a los Gracos». Cornelia, esposa de Livio Druso, había perdido a su hijo, joven ilustre, de noble ingenio, que seguía las huellas de los Gracos, y que antes de aprobarse tantas leyes propuestas, fue asesinado en sus mismos penates, sin que nunca se haya sabido quién fue el autor del homicidio: sin embargo, aquella madre opuso a la muerte cruel e inesperada del hijo tanta energía cuanta tuvo él para proponer las leyes.

Reconciliada te encuentras ya con la fortuna, oh Marcia, puesto que hirió a los Scipiones y a las madres de los Scipiones, puesto que lanzó contra los Césares los dardos que también ha lanzado contra ti. Llena e infestada de muchos males está la vida, con los que no puede haber larga paz, y apenas tregua. Eras madre de cuatro hijos, oh Marcia, y dícese que ninguna flecha deja de herir cuando se lanza contra apretadas filas. ¿Es acaso sorprendente que familia tan numerosa no haya podido seguir en la vida sin provocar los envidiosos reveses de la suerte? «Pero la fortuna es tanto más injusta, cuanto que no solamente ha arrebatado, sino elegido mis hijos». No, jamás podrás considerar injusto que el más fuerte tenga igual suerte que el más débil: dos hijas te ha dejado, y de estas hijas dos nietos; y ese mismo hijo que tan amargamente lloras, olvidada del primero: no te los ha arrebatado por completo. Dos hijas te quedan de él, carga pesada si desfalleces, y si no, poderoso consuelo. La fortuna te las ha dado para que, al contemplarlas, recuerdes a tu hijo, no tu dolor. Cuando el campesino ve caer al suelo sus árboles arrancados por el viento o tronchados al repentino choque del torbellino, cuida atentamente los retoños que quedan: con plantas o semillas reemplaza los árboles que ha perdido, y en un momento (porque el tiempo no es menos rápido y veloz para reparar que para destruir) los retoños crecen más vigorosos que los primeros. Reemplaza a tu Mitilio con esas hijas, y llena así el vacío de tu casa. Alivia un dolor solo con este doble consuelo. Natural es a los mortales no encontrar nada que les agrade como lo que han perdido, y que el sentimiento de lo que hemos perdido nos haga injustos con lo que nos queda; pero si quieres apreciar cuánto te favorece la fortuna hasta al maltratarte, comprenderás que posees aún más que consuelos. Mira en derredor tuyo tantos nietos y dos hijas.

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