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V. LOS OTROS ESCRITOS DE NICOLÁS GÓMEZ DÁVILA

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A lo largo de los años Gómez Dávila no escribió solo los Escolios, que constituyen de todos modos su obra maestra, y las Notas, que, como hemos visto, representan su preludio. Hay además otras cuatro composiciones ulteriores, a saber: Textos I, un volumen publicado en 1959 en Bogotá, reimpreso en 2002 en la misma ciudad y en 2010 en Girona405; De iure, un ensayo aparecido en 1988 en Bogotá, en un fascículo de la Revista del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario (el número 542 de la anualidad LXXXI) editado en homenaje a nuestro pensador y que incluye aportaciones sobre su figura firmadas por varios autores; “El reaccionario auténtico”, un artículo aparecido en 1995, y en consecuencia póstumo, en Medellín, en la Revista de la Universidad de Antioquia406, del que tenemos traducción al italiano407; “Salomón”, un canto de proporciones moderadas y de fecha incierta desconocido por la mayoría hasta mayo de 2013, cuando fue publicado en un ‘especial’ del diario colombiano El Tiempo, y también traducido ya al italiano408.

Con excepción de este Prosagedicht –un unicum de timbre fuertemente lírico, en el que sobresale el antiguo rey de Israel, meditabundo en las cercanías de la muerte–, se trata de producciones409 que se diferencian de las otras, porque en ellas el colombiano tiende a la construcción armónica en relación con ámbitos heterogéneos. Por lo demás, él mismo había advertido, en Notas, que hay dos maneras distintas de escribir, una “lenta y minuciosa” y una “breve y elíptica”, no sin añadir oportunas explicaciones al respecto. “Escribir de la primera manera”, precisaba, “es hundirse con delicia en el tema. Penetrar en él deliberadamente, abandonarse sin resistencia a sus meandros”; implica por tanto “morar en cada idea, durar en la contemplación de cada principio, instalarse perezosamente en cada consecuencia”; asimismo presupone la consciencia de que “las transiciones son, aquí, de una importancia soberana”, puesto que lo que se pone en juego es sobre todo la capacidad de captar el “contexto de la idea”, sus orígenes, sus sombras, sus nexos y sus “silenciosos remansos”. En cambio, “escribir de la segunda manera es asir el tema en su forma más abstracta, cuando apenas nace, o cuando muere dejando un puro esquema. La idea es aquí un centro ardiente, un foco de seca luz”; pero la idea, aunque logra generar “consecuencias infinitas”, no es todavía más que un germen, una “una promesa en sí misma encerrada”. Quien opta por este estilo, observaba todavía Gómez Dávila, toca solo “las cimas de la idea, una dura punta de diamante”. Deja que entre las ideas circule el aire y se abra el espacio. No pone al descubierto sus relaciones secretas, sus raíces escondidas. Y así, “el pensamiento que las une y las lleva no se revela en su trabajo, sino en sus frutos, en ellas, desatadas y solas, archipiélagos que afloran en un mar desconocido”410. Así pues, si los Escolios y las prodrómicas Notas responden al segundo canon, las demás publicaciones del sudamericano –sin contar el “Salomón”, naturalmente–, centro actual de nuestra atención, constituyen expresión del primero.

Poco, por otra parte, se puede añadir aquí a lo que ya se ha dicho sobre Textos I y sobre la pieza relativa al reaccionario auténtico, que es derivación suya411. Basta recordar que aquel libro, un lustro más joven que Notas, fue objeto originalmente, al igual que estas, de una tirada –que no superaba las trescientas copias– excluida de la venta y realizada para los amigos por iniciativa del habitual Ignacio412. El cual quedó sin continuación pese a lo que parecía sugerir el título; en este sentido se expone, mediante una prosa continua de carácter sistemático o al menos tratadístico413, la antropología de Gómez Dávila, “basada sobre una incondicional adhesión a la doctrina católica y en la incitante convicción de que la historia del hombre está íntegramente comprendida entre el nacimiento de Dios y su muerte”414. Además, en él se recoge aquella enunciación orgánica del “pensamiento reaccionario”415 –caracterizado sobre todo por su aversión a la democracia, en cuanto religión que venera al hombre416–, retomada después en el artículo hace poco recordado, en la cual Francisco Pizano de Brigard cree percibir el “texto implícito” al que remiten las cubiertas de los cinco tomos que albergan los Escolios417.

En cambio, merece la pena detenerse en la contribución acerca del derecho, con el objetivo de aprehender la potente reflexión concatenada, mediante un lenguaje refinado y técnicamente irreprensible, en páginas apretadas. Páginas mayoritariamente descuidadas dentro del círculo cada vez más consistente de quienes aprecian a Gómez Dávila –el mismo Volpi, aunque las registra puntualmente en las fichas bibliográficas compiladas como complemento de sus escritos sobre el colombiano, no da cuenta en ningún momento de su contenido– e incluso entre los juristas418. Entre las loables excepciones destaca, como reconoce Serrano Ruiz-Calderón419, el nombre del español Francisco Cuena Boy, catedrático de Derecho romano de la Universidad de Cantabria420; al lado de estos podemos colocar a dos italianos dedicados al estudio de la filosofía que ya nos son conocidos, Antonio Lombardi y Gabriele Zuppa421.

Lo jurídico como categoría del espíritu.

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