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PRÓLOGO

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Hacia 1970, cuando empecé a interesarme en ella, la Informática era casi un tema de ficción científica. En las películas aparecían enormes máquinas llenas de luces intermitentes y carretes de cinta de movimiento espasmódico, a las que se atribuían poderes enormes, a ratos divinos, a menudo diabólicos. Vincular esas máquinas con el derecho era un verdadero desafío; no tanto técnico informático, sino técnico jurídico. En efecto, las computadoras siempre pudieron dar de sí mucho más que lo que los hombres de derecho fuimos capaces de pedirles. La persistente brecha entre estas dos variables obedeció a varios factores: uno, la aversión que la mayoría de los abogados sienten por las matemáticas y el temor de que un día las máquinas lleguen a reemplazarlos, utopía negativa que suelen comentar en términos de excelsitud del hombre, libre albedrío, irracionalidad de lo inanimado y otras referencias metafísicas. Otro factor consiste en el retraso epistemológico que afecta al conocimiento jurídico que –más allá de la evolución de sus contenidos– nunca tuvo su revolución copernicana y se encuentra hoy casi en el mismo punto donde lo dejó el emperador Justiniano en el siglo VI de nuestra era.

El desafío, pues, no giraba entonces en torno de la programación sino del modo de representar aquello que pudiera llamarse realidad jurídica. Era un tema apropiado para la filosofía del derecho y, al tratar de encararlo racionalmente, trabé relación y amistad con especialistas que se aproximaban también desde la elaboración de software, desde la recopilación de datos y desde la administración de justicia, pero también desde lo que aparecía como una nueva rama del derecho: el derecho informático, que muchos confundían entonces con la informática jurídica. Yo trataba de distinguirlos: una cosa –decía– es ser el abogado de un psicoanalista y otra distinta ser el psicoanalista de un abogado.

Todo aquello ha quedado en la historia de una época que –con escasa autocrítica– se me antoja heroica. La informática jurídica avanzó mucho en sus aspectos documentales y de gestión, pero sigue retrasada (por los motivos ya apuntados) en el ámbito decisorio, que es el más fascinante. Sin embargo, gracias a la difusión de computadoras personales y portátiles, en los últimos veinte años la Informática pasó a formar parte imprescindible de la vida de cualquiera y las computadoras se convirtieron en eficaces máquinas de pensar auxiliares, acopladas a nuestros cerebros por medio de teclados, ratones y monitores.

El hecho de que las computadoras formen parte de la vida cotidiana trajo consigo que, como los automóviles, los teléfonos y las armas de fuego, sirvieran también para cometer delitos o para contener indicios de actos ilícitos cometidos en cualquier rama de la actividad humana. Y, así como los médicos legistas escudriñan los cadáveres, los expertos en balística examinan las estrías de los proyectiles o anónimos funcionarios controlan las comunicaciones telefónicas de los sospechosos, aparecieron los peritos informáticos, capaces de buscar información en una computadora secuestrada, restaurar archivos borrados de un disco duro o verificar la autenticidad de un intercambio de correos electrónicos.

Esta nueva especialidad de la criminalística, que se ha vuelto indispensable para el procedimiento judicial, no es cosa sencilla. Requiere un profundo conocimiento de los elementos técnicos materiales e inmateriales, ingenio para extraer de ellos la información requerida venciendo disfraces y disimulos, una cuidadosa revisión de las condiciones que permitan preservar el valor probatorio de esa información y un certero modo de vincular toda esta actividad con las necesidades legales del proceso que las requiera.

Todo esto está presente en el preciso y completo manual que han preparado mis amigos María Elena Darahuge y Luis Enrique Arellano González, expresado en nuestro idioma y con la claridad que es la cortesía del intelecto. Aunque muchas de las precisiones técnicas que contiene son ajenas a mi propia experiencia, considero un honor presentar el libro como un valioso instrumento para la investigación de los hechos a partir de los vestigios informáticos.

Ricardo A. Guibourg

Buenos Aires, marzo de 2011

Manual de informática forense

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