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REENCARNACIÓN DEL «ATMAN» VS. RESURRECCIÓN DE LA CARNE

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Dice el Kata Upanishad:

Cuando un hombre muere, o una mujer muere, surgen las dudas. Algunos dicen él es, otros dicen él no es. Enséñame la verdad. La respuesta es que el atman nunca nace y nunca muere. Está fuera del tiempo. No nacido, permanece y dura para siempre. No muere cuando el cuerpo muere. Así como un gusanito cuando llega al final de la hoja de hierba se va a otra hoja de hierba y se pone en ella, de la misma manera, el atman, el espíritu, dejando el cuerpo, va a otro cuerpo y se coloca en él. De la misma manera que un orfebre coge un antiguo ornamento y le da una nueva forma, así el espíritu, el atman, dejando nuestro cuerpo atrás, avanza hacia una forma renovada y mejor.

En esto consiste la doctrina de la reencarnación y la progresión del espíritu. El espíritu, atman, cuando está unido al cuerpo no se queda como al principio, evoluciona. Según lo que uno hace, siente, piensa, sufre, goza, etc., su atman se va modificando. Cuando se muere deja el cuerpo: el cuerpo se queda ahí, se descompone, la tierra vuelve a la tierra y las células del labio de la amada son polvo en el camino; en cambio, el atman sobrevive, pero en otro plano no material. Lo que las almas y los atmanes hacen ahí no está muy claro, si tocan el arpa o están sentados en las nubes una vez que abandonen el cuerpo. Los espiritistas dicen que sí, que muchos han vuelto y se han manifestado. El mago Jufresa, un esoterista de Barcelona, que vivía en el Putxet, según me ha contado un señor que es agente de cambio y bolsa, un día le hizo una materialización en la terraza de su casa, que está en Alella y es bastante grande. Materializaciones y apariciones. No está claro. Pero eso no es importante, solo chocante.

Por el contrario, la teoría cristiana hace que te lo juegues todo en una única tirada de dados. Tú llegas a esta vida, que son ochenta años tirando largo, y ahí te la juegas. O te condenas o te salvas para siempre, lo cual a mí me parece un disparate. Una de las cosas que me hicieron dejar de ser cristiano fue no aceptar que se puede infligir una pena infinita a un ser finito. Esta idea de un infierno infinito no es de recibo. Como decía una escritora cuyo nombre no recuerdo: «Un Dios que nos crea finitos y débiles y nos pone a prueba en un mundo mal hecho para que pequemos y luego nos castiga eternamente... En caso de que exista, no tengo el menor interés por conocer a semejante sujeto». Las cosas han de tener una proporción. A un ser finito no se le puede dar un castigo infinito. Y si no, se le hace infinito.

Total, que en el cristianismo nos lo jugamos todo a una carta y, si sale bien, ¡salvados! No se sabe qué hacemos durante toda la eternidad. Porque no evolucionamos, nos quedamos así, viendo a Dios, en el mejor de los casos, y punto final. En cambio, los orientales opinan que el atman sigue por diversos mundos, diversas dimensiones, y va evolucionando. Ahora bien, qué es lo que hace, tampoco lo tengo muy claro, pero por lo menos evoluciona. Si el atman es inmortal algo tiene que hacer, y puede que evolucione. Lo que pasa es que si estamos fuera del tiempo, la idea de evolución tampoco tiene sentido, y entonces ya nos da igual. Y si al final el atman se funde en la propia esencia del todo, del brahman, ya volvemos a esa nube sin forma y al descanso absoluto y definitivo, que puede que sea lo más agradable, después de todo.

Decía Somerset Maugham que, de todas las explicaciones del mal y de la otra vida, la idea del karma y la reencarnación era la más plausible, solo que a él le resultaba increíble. El karma es como la ley de la gravitación en el plano moral. Cada acto personal altera el equilibrio del sistema universal y debe ser esa misma alma quien recoja en otra vida los platos rotos por su comportamiento. Debe actuar en otras vidas para restablecer el equilibrio que alteró.

Según Robert Oppenheimer —el físico responsable de dirigir la fabricación de la bomba atómica—, cuando realizaron la primera prueba en el desierto de Álamo Gordo y estalló la bomba, le vino a la cabeza este pasaje del Bhagavad Gita:

Si la luz de mil soles se elevara súbitamente en el firmamento, ese esplendor podría compararse al brillo de Krishna, el espíritu supremo, y Arjuna vio en ese resplandor a todo el universo en su variedad que se fundía en una inmensa unidad en el cuerpo del dios de dioses.

Esta es la visión beatífica, la sensación de que «tat tuam asi», todo es uno. Ahora escucha cómo la describe Dante en el canto XXX del Paraíso en la Divina Comedia:

En el interior de su profunda infinitud, yo vi encuadernadas en un volumen, ligadas por el amor, todas las hojas dispersas del universo, sustancia y accidente y sus relaciones, fundidas de tal manera que todas eran una sola llama. Que yo vi la forma universal de toda esa complejidad, es cierto porque

cuando ahora lo escribo me siento más gozoso. Los que han llegado a verlo lo tienen que decir de diferentes maneras porque la visión o sensación es inefable, pero están diciendo las mismas cosas. Es lo que nos hizo comprender Mascaró: es la identidad de esencia entre la parte y el todo, entre atman y brahman, y ambos son un océano de energía que es gozo.

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