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«ATMAN» ES «BRAHMAN» O EL PANTEÍSMO

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La otra diferencia que separa Oriente de Occidente también se encuentra en el mito de la creación. Allí son panteístas, creador y creación son uno y lo mismo. Aquí no, la Biblia separa a Dios de su creación.

Para aproximarnos al hecho religioso, una de las primeras cosas que hay que tener en cuenta es la forma en que cada determinada espiritualidad refiere la creación del mundo. Los relatos mediante los cuales las diferentes creencias religiosas explican la creación del mundo se denominan cosmogonías y, por lo general, se acompañan de una descripción de su panteón, en el que se establecen el carácter y comportamiento de la divinidad o divinidades, según se trate de cultos monoteístas o politeístas.

Los mitos de la creación se dividen entre aquellos en que el creador está separado de la creación y aquellos en que el creador y la creación son una y la misma cosa. En el primer caso, se habla de un Dios trascendente, que está más allá de su creación; en el segundo, se habla de un Dios inmanente, un Dios que suele identificarse con la naturaleza y con el que los seres humanos podemos comunicarnos directamente, porque está dentro de nosotros mismos. Por el contrario, en el primer caso, Dios, aunque se manifieste en la naturaleza, siempre se encuentra en otro plano. Occidente en general siempre se ha mantenido alejado de la naturaleza, a la que ha percibido como algo hostil y que en muchos casos manifestaba la ira del creador ante la improcedente conducta de sus criaturas.

De todas las religiones, la cristiana es la única —escribe Joseph Campbell— en la que Dios es absolutamente «el Otro». ¿Por qué se adoptó esta actitud? «Los semitas eran un conjunto de tribus hostiles vagando por el desierto sirio». Quizás por eso, mientras que en las demás tradiciones religiosas los dioses son personificaciones de poderes de la naturaleza, «entre los semitas en general, y los hebreos en particular, el dios es el patrón de la tribu. Si el dios principal es un dios tribal, no se puede compartir la teología con otra tribu o cultura externa [...] Las leyes de un dios tribal son leyes sociales. Jehová, dios tribal, está contra los demás dioses del mundo. Y, por supuesto, es totalmente ajeno a la naturaleza y a sus criaturas, como los seres humanos».

La expulsión del Paraíso, el pecado original, significa que la naturaleza es corrompida. Por ello, si de jóvenes, nos maravillamos ante la naturaleza, ese sentimiento que lleva al deseo se condenará como pecaminoso. Los dioses suprimidos devienen demonios, uno de ellos es la diosa femenina que la Biblia llama «la abominación». Así, se pasó de divinizar las leyes de la naturaleza a divinizar las leyes e intereses de una tribu local.

En Occidente podemos hablar con Dios, podemos dirigirnos a él mediante la plegaria, para pedirle que nos perdone —por lo general con los sacerdotes como intermediarios— o, en momentos críticos, para decirle que nos eche una manita. A pesar de esto, sigue siendo un Dios lejano, distante y, en general, extremadamente silencioso. Su carácter trascendente, el hecho de que esté separado de la creación determina esta distancia. Pero, por otro lado, si no existieran esas limitadas formas de comunicación, si no se aceptara que Dios puede escuchar nuestras oraciones y no pudiera perdonarnos, si Dios fuera completamente ajeno a su creación, sería como si no existiera. Por eso el cristianismo, aunque separa a Dios de la creación, necesita decir que Dios está en todas partes, que todas las cosas nos hablan de él y, muy importante, que los seres humanos hemos sido creados a su imagen y semejanza. Solo así la teología monoteísta del Dios trascendente salva un poco las distancias. De lo contrario siempre nos sentiríamos como aquel desdichado del chiste que, a punto de caer en el abismo, pide auxilio pero luego desconfía de la supuesta ayuda que un ángel le ofrece. «Sí, pero ¿hay alguien más?», pregunta aterrado.

La espiritualidad oriental, por el contrario, nos dice que Dios está en nosotros y nosotros en él. No es que podamos comunicarnos con él, es que podemos encontrarlo dentro de nosotros mismos. En Occidente, esa posibilidad se extiende únicamente a unos pocos, los grandes místicos, aunque siempre la Iglesia los viera como sospechosos y, a poco que se descuidaran, serían considerados unos farsantes, se les acusaría de herejes y se les condenaría a la hoguera. Por eso Jung dijo que la religión —en Europa— es un sistema para protegernos contra la experiencia de Dios.

En los Upanishads la cuestión fundamental, que es la esencia del hinduismo, es la noción del atman. Ya ves que la palabra se parece a «alma», atman. En Oriente no solo es posible hablar directamente con Dios, sino que uno puede convertirse en él. O notar que él está dentro de sí mismo. En Occidente, por el contrario, eso solo pueden conseguirlo los místicos, que no están bien vistos. En cambio en Oriente no hace falta hablarle, allí hay que meterse dentro de uno mismo para darse cuenta de que atman es brahman, y eso, que se llama introspección, es lo que se consigue mediante la técnica del yoga.

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