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EL PECADO ORIGINAL

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La enorme influencia que la tradición judeocristiana ha ejercido en la forma de entender la espiritualidad en Occidente se basa en el mito del pecado original. En Oriente no existe, en Oriente no nacen culpables. Nosotros, desdichados, nacemos culpables.

La culpabilidad en Occidente responde a dos creencias fundamentales. La primera de ellas es la idea de Dios como un padre autoritario pero benevolente. La segunda es la consideración agustiniana de la vida terrenal como un valle de lágrimas, al que se viene a sufrir y del que solo conseguiremos escapar al morir, siempre que nuestra conducta en la vida sea conforme con la voluntad de ese dios paternalista y benevolente.

Imagínate por ejemplo que tu padre fuera lo que el imaginario popular suele designar como un padre de los de antes. Te diría lo que tienes que hacer y lo que no. Y tú tendrías dos opciones. Hacerle caso o hacer que se enfade. Si no le haces caso, te castigará por desobedecerle. «Muy mal, Alicia, esta semana no podrás ver Tom y Jerry, o el sábado te quedarás sin ir a ver los títeres». Si siempre le obedeces, no decides, y si no decides, no eres libre. Por lo tanto, podríamos decir que tu libertad consiste en desobedecer. Pero si desobedeces pueden pasar dos cosas. La primera: que lo que hagas no tenga el resultado que esperabas y, por lo tanto, te arrepientas de no haber seguido el consejo paterno y empieces a pelearte contigo misma y hacerte reproches. «¡Ah, si hubiera hecho esto y dejado de hacer lo otro!». También puede suceder, claro está, que todo salga estupendamente. En este segundo caso, no tendrás que reprocharte nada, pero tendrás que afrontar que tu padre, al enterarse, te castigará. Eso es igualmente fastidioso. Lo importante en todo esto es que, en cualquier caso, tendrás algo de lo que arrepentirte. Si haces lo que quieras te arrepentirás por el castigo y, en el caso contrario, aunque no te arrepintieras de no haberle hecho caso, lamentarías haberle hecho enfadar. Es decir, te sentirías culpable.

Con el Dios judeocristiano sucede lo mismo: te da unos mandamientos y si no los cumples, has pecado. Debes sentirte culpable, confesarte y cumplir penitencia. Dios, en su infinita bondad, siempre estará dispuesto a perdonarte; siempre, claro está, que le pidas perdón por tu conducta. Pero el precio del perdón es la culpa. Si te sientes culpable, podrás pedirle a Dios que te perdone. El cristianismo me ha parecido siempre una religión en la que constantemente se te obliga a elegir entre la libertad y la culpa. Y eso, sinceramente, a mí me parece un círculo vicioso realmente infernal. En definitiva, la culpa es el precio del perdón y la consecuencia de la libertad. La libertad nos hace libres para elegir y elegir abre las puertas al pecado. La culpabilidad es la clave: por un lado, es el precio del perdón, y por otro, la consecuencia de la libertad. Fíjate en el protagonismo que cobra así la culpabilidad. Podríamos decir que el hombre cristiano es un animal culpable.

En Europa, en cuanto naces ya eres culpable, por lo cual tienes que pagar. En Oriente, no. En Oriente no nacen culpables, porque en su mito de la creación no hay culpabilidad. Por eso escribió Lin Yutang que para convertir a un chino al cristianismo lo primero es convencerle de que es culpable.

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