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INTRODUCCIÓN MENOS PLATÓN Y MÁS BUDA

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Hace ya algunos años, mi amigo Fernando Savater escribió un libro instructivo, breve, delicioso y brillante para explicar a su hijo Amador de qué manera algo tan abstracto, complejo y a veces confuso como la filosofía puede sernos de gran utilidad para que nuestra vida transcurra de la mejor manera posible. Para ello, según Savater, es muy importante que nos demos cuenta de que «hay muchas formas de vivir, pero algunas no nos dejan vivir». Por tanto, hay que escoger bien, pues de lo contrario podemos llegar a hacernos la vida imposible. Curiosamente, yo hice mi primer viaje a Oriente en compañía de Fernando Savater gracias a la gentil invitación de Fernando Sánchez Dragó. Ese viaje, además de la excelente compañía, tuvo para mí un valor añadido: reafirmarme en la convicción de que la cultura y el pensamiento orientales me han proporcionado las mejores lecciones de eso que se llama el arte de vivir.

El libro de Fernando Savater se inspira en la obra de los grandes filósofos y las principales doctrinas éticas de Occidente, y proporciona una espléndida introducción a sus principales argumentos. Como el afán emulador es una constante de la condición humana, cuando nació mi nieta, Alicia, que está ahora a punto de cumplir cinco años, concebí la posibilidad de escribir un libro de características similares, pero centrándome en las aportaciones de la cultura y el pensamiento orientales. La necesidad de transmitir a nuestra prole el conjunto de convicciones y experiencias que más nos han ayudado a lo largo de la vida es un propósito y una exigencia a las que nadie escapa. Aunque, evidentemente, la forma de hacerlo o el éxito en el resultado varían. En este libro pretendo, pues, dejar escritas aquellas cuestiones que me gustaría contarle a Alicia, mi nieta, y compartirlas con ella, para que la filosofía oriental le ayude a vivir más plenamente.

Europa está enferma de cerebralismo, intoxicada de racionalismo cartesiano, atragantada de idealismo platónico. Si algún espectro acosa Europa todavía, después de exorcizado el comunismo, es el cerebralismo. Dado que fue Platón el iniciador de la epidemia, confundida cándidamente con el mismo bien, justo es que le reprobemos sus errores en vez de proponerlo como panacea de los males que él contribuyó a diseminar.

Platón, por boca de Sócrates o su predecesor Parménides, insistió en que las cosas deben ser estables, pidió la fijeza de lo fluido, la rigidez de lo que, por naturaleza, está en cambio permanente. «¡Heráclito, Heráclito, Platón fue el error!», hubiese dicho Cocteau (al que se atribuye «Persia, Persia, Grecia es el error»).

«Thought is the failure of action», escribe Lancelot Law Whyte. Pensar es un second best, solo se recurre a él cuando la acción ha fallado. Si podemos actuar sin dilación, actuamos; si algo lo impide, pensamos. El pensamiento es la segunda opción. Que conste que no estoy abogando por la barbarie, el fascismo o la irracionalidad, sino por la naturalidad y la ausencia de trabas mentales contrarias a la serenidad. Por supuesto, primero hay que tener aprendidos unos principios éticos, internalizar una moral; luego se podría actuar sin pensar porque el mal, lo no ético, actuará fuera de la espontaneidad por un reflejo que lo repele.

Platón y la ciencia sirven para manipular la naturaleza o la realidad en provecho de unos fines: construir puentes, aviones, tomar un tren a su hora... Lo que yo deseo sugerir es algo más allá de Platón o las palabras, algo solo adecuado para ciertos momentos, algunos ratos o unas ciertas personas. Pero algo que da sentido a la vida como no lo consiguen ni Platón ni las palabras (o conceptos, claro).

Bajo la metáfora de Buda subsumo la filosofía oriental, como con Platón represento la occidental. Con Platón se manipula la realidad para mejorar nuestra vida, con Buda se penetra en la mente personal para intuir el sentido de la realidad. Platón aboca en la ciencia y la tecnología, Buda en la contemplación y el yoga. Cada uno a su tiempo: Platón para ganarse la vida, Buda para entenderla. Obsérvese que estoy partiendo de la base de que con Platón la vida no se entiende. Solo se entiende el algoritmo lógico construido por él y Aristóteles para entenderla. Pero que solo consigue entenderse a sí mismo, porque con palabras es imposible ir más allá de palabras. Y las palabras son una foto fija de la realidad, que es una película en cuatro dimensiones.

Pensar, como hervir un huevo, es algo que se debe parar en cierto momento, porque, si no, sale un huevo duro. También es contraproducente pensar más allá de donde puede llegar el pensamiento. Creer que todo se arregla pensando es una ilusión perjudicial: «Whereof one cannot speak thereof one must be silent». O sea, hay un límite para las palabras, llevarlas más allá es engañarse y perderse.

Lo racional es instrumental. Manipular la realidad no es entenderla, ni aceptarla, ni tiene nada que ver con las emociones, los sentimientos, el arte, la creatividad o la intuición. Todo eso queda fuera de lo racional. Solo los científicos mediocres creen que con la razón se debe solucionar todo; los competentes saben hasta dónde puede llegar la razón y no intentan aplicarla a todo, ni pretenden que lo que no es racional no existe.

Creo que fue Parménides el que inició el descarrío al decir que la realidad es racional y, algo aún peor, que lo que está cambiando no es real, y solo es real lo fijo. Ahí se extravió el pensamiento occidental, que aún no ha rehecho el camino.

Heráclito es el único que no se perdió como los que confundieron la fijeza de las palabras con la fijeza de la realidad. Las palabras son una foto fija, pero la realidad que intentan representar es una película, un flujo en movimiento. No puedes bañarte dos veces en el mismo río pero puedes usar mil veces la misma palabra o lo que ella representa, un mismo concepto.

Pensamos linealmente (en silogismo: si A es B y B es C, ergo A es C) y hablamos linealmente (sujeto - verbo - predicado) pero la realidad no es lineal, es interrelacionada o matricial u holográfica, y en ella una parte refleja el todo y todo está en todo; todo influye en todo, está interactuando y no por relaciones descritas con ecuaciones lineales sino en ecuaciones de segundo, de tercer grado y sus derivadas, en ecuaciones diferenciales de segundo, tercer, enésimo grado.

Con el pensamiento lineal de la lógica y el lenguaje lineal de la gramática intentan representar una realidad que no es lineal, sino multidimensional e interrelacionada. Lo primero es distinguir dónde llega lo racional y dónde no debe ser aplicado.

Los de Platón creen que lo deben aplicar a todo, los de Buda saben dónde y cuándo parar el pensamiento. Hay que usar la razón unas horas al día para ganarse la vida y comunicarse con los demás en las cuestiones de tipo práctico. Luego hay que poner la mente racional en stand-by para entrar en estados de contemplación, intuición, duermevela, emoción y creación. Para oír música o disfrutar un poema, usar el pensamiento racional es contraproducente porque es destructor: los conceptos anulan la emoción. Si cuando sentimos emoción proferimos una palabra de comentario, la emoción desaparece. ¿Qué queremos: la emoción o el comentario? Yo la emoción, algunos prefieren el comentario verbal. Allá ellos.

La experiencia psicodélica o enteógena es imprescindible para abandonar la fe ciega usual en el racionalismo. El que la ha vivido sabe qué quiere decir eso tan raro de «quedeme sin saber sabiendo, toda ciencia trascendiendo» o «amada en el amado transformada». Con el LSD eso resulta obvio, sin él es imposible entender nada. Allá cada cual, si decidimos que ese conocimiento es ilegal, así nos va: monopolio del racionalismo, todos durmiendo en el sótano fabricando trastos para llevarlos a la Luna. Un cerebro usado al 20 % de su capacidad y creyéndonos que con cuatro silogismos y trescientas páginas de palabras lo hemos entendido todo. Y, lo que es peor, que con las palabras lo llegamos a entender todo o, al menos, que sin ellas no hay nada que entender. Burda estupidez, idealización idiota de las palabras, insensatez de criterios engreídos que confunden la realidad con las palabras o las prefieren a ella. Más de uno otorga más valor a las palabras que a la realidad o a la vida: allá él, que escriba o lea. Yo dedico mi tiempo a otras cosas además de leer, que me entusiasma, o a escribir, que me agota.

Menos Platón y más Buda. ¡India, India, Grecia es el gran error! O más Buda y menos Platón. Platón es el origen del cerebralismo occidental, que es la causa de los problemas, no su solución. Lo único que pretendo es poner la razón en su sitio: usarla para lo que sirve y cuando sirve, en vez de para todo y siempre.

Ética para Alicia

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