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Capítulo Tres

Tenía el típico día que se suponía que no podía existir. Ninguna mujer hermosa solía llamar a mi puerta antes del mediodía, la policía no me llamaba para pedir mi opinión y nadie hacía volar a otra persona empleando magia alguna. Ya no.

El Salón del Pájaro Azul era un club exclusivo para humanos ubicado en la calle Lienzo, en el oeste de la ciudad; un edificio de granito de dos plantas, sin ninguna clase de letrero.

Absolutamente todo el Departamento de Policía de Sunder City estaba amontonado alrededor de la entrada. Por lo general, tenías suerte si veías más de un par de policías en una escena de crimen. En este mundo nuevo y oscuro, hasta el asesinato se había vuelto algo trivial. Por lo tanto, era extraño que estos policías estuvieran tan nerviosos, en lugar de apesadumbrados y medio dormidos. Una y otra vez, el día insistía en ser distinto.

El sargento Richie Kites estaba solo, recostado contra el granito. Su pesado cuerpo de semi-ogro parecía capaz de tirar abajo todo el edificio.

—¿Qué sucede, Rich? ¿Hoy en día los policías se sienten tan solos que tienen que moverse en una manada gigante?

Negó con la cabeza, visiblemente molesto por la multitud.

—Cuando se enteraron de lo sucedido, todos estos imbéciles pusieron una excusa para venir y echar una mirada. Ven, entra. Ya verás el porqué. —Richie pasó primero y le hizo un gesto con la mano a otro policía que intentó protestar por mi llegada—. Está autorizado. Petición especial de Simms.

Yo estaba tan confundido como el agente, pero intenté no demostrarlo. Una parte de mí sospechaba que me estaban llevando a una trampa y que entre todos iban a forzarme a empuñar un arma homicida y acusarme del delito. Eso parecía más probable que el hecho de que me pidieran ayuda.

Las paredes del interior del Salón del Pájaro Azul estaban cubiertas por paneles de madera con incrustaciones de mármol blanco. Era un laberinto de corredores estrechos que llevaban a pequeñas salas privadas para un máximo de seis personas. Todo el mundo susurraba. El personal, la policía y otros “especialistas” rondaban por los huecos elaborando los rumores que pronto llegarían a las calles. La multitud era más densa hacia el final del corredor; seguí a Richie hasta la sala que estaba recibiendo la mayor atención.

En aquel reservado casi no había sitio para dos asientos aterciopelados y una mesa cuadrada de mármol negro. Había un vaso vacío y otro medio lleno, sostenido por el hombre sentado en el otro lado de la mesa. Estaba vestido impecablemente, con un traje de lana de tres piezas, un pañuelo azul al cuello y pañuelo de bolsillo. Tenía los dedos, las muñecas y el cuello cubiertos de joyas de oro muy llamativa. Su cabello estaba peinado hacia atrás con un producto brillante y sus cejas estaban bien cuidadas, en forma de arcos delgados. Debía de haber sido muy apuesto, antes de que alguien le abriera el rostro.

Una de sus mejillas estaba destrozada, lo que dejaba a la vista la fila de dientes inferiores, hasta las últimas muelas. Tenía los dedos torcidos como pequeños ganchos, con una mano alrededor del vaso y la otra a un lado del cuerpo. En la chaqueta, por encima de la clavícula, se le había juntado sangre, había rebosado y le había caído en cascada por el pecho. Tenía los ojos abiertos, congelados en una expresión de sorpresa, y las partes blancas estaban rojas y húmedas.

Solo era un hombre muerto. Estaba lejos de ser el primero, y, probablemente, no sería el último. Aun así, había algo peculiar en él. Algo más desconcertante que la sangre o la piel destrozada o el rigor mortis. Aún intentaba descifrar qué era, cuando oí una voz que crepitaba como el agua cayendo sobre carbón caliente.

—Sucedió en un instante —dijo la detective Simms mientras se acercaba detrás de mí—. Mira la conmoción de su rostro. Ni siquiera soltó la bebida.

Tenía razón. La muerte, como la conocemos ahora, es lenta. Enfermas o te haces viejo o coges mucho frío, entonces te aferras a la vida todo lo que puedes hasta que la oscuridad te lleva. Quizás alguien te da una paliza en un callejón o recibes una puñalada en las tripas y vagas por ahí hasta que tu corazón deja de cantar, pero incluso entonces tienes tiempo para hacerte a la idea. A este tipo parecía haberle explotado una bomba en la garganta a mitad de un relato.

Era exactamente como había dicho ella: algo instantáneo.

La detective Simms iba vestida con un abrigo grueso, sombrero de ala ancha y bufanda negra. Era el mismo atuendo que usaba todo el año. Sus reptilianos ojos amarillos se asomaron por entre la tela oscura y, cosa rara, no estaban llenos de desdén y odio. En cambio, me estaban pidiendo respuestas.

—¿Es algo que hayas visto antes?

Observé el cuerpo frío y la volví a mirar a ella, aún confundido por toda la situación y sin saber el motivo por el cual me habían invitado a que compartiera mi inexistente experiencia.

—¿Por qué me preguntas a mí?

La detective se acercó.

—Fetch, sabemos lo que estás haciendo.

—¿En serio? ¿Podrías decírmelo?

—Estás buscando formas de recuperar la magia.

—Yo no sé quién ha...

—Calla. Hablaremos de eso en otro momento. Por ahora, solo quiero saber qué clase de magia puede haber matado a este tipo de esa manera.

No tenía sentido discutir. Allí, no. la respuesta era obvia: ninguna clase de magia, porque ya no hay más magia, y todo el mundo lo sabe. Pero, como mi rol ya había sido explicado con tanta claridad, habría sido de mala educación no seguir el juego.

Primero me centré en el rostro. Allí era donde se estaba contando la historia. Tenía la boca abierta de dos maneras. Primero por el frente, de la manera en que uno esperaría. Le faltaban cuatro dientes. Dos de arriba y dos de abajo. Los más cercanos al hueco estaban inclinados hacia atrás, lo que daba a entender que la explosión había entrado en la boca desde delante. La segunda abertura estaba en la mejilla, la mandíbula y parte del cuello. En el lado izquierdo, los labios seguían juntos, pero la mejilla estaba destrozada, abierta, y la parte posterior de la garganta era un amasijo de carne.

La pared de atrás estaba salpicada de sangre como si se hubiera tratado de una celebración. Hasta el último rincón de la sala estaba cubierto por una rociada ligera, pero el sector más rojo estaba justo detrás de la cabeza del sujeto. También había sangre en la mesa. Menos. Como si la hubiera estornudado.

Entonces, ¿qué había sucedido?

Elaboré mentalmente una pequeña lista y traté de ir eliminando cosas. ¿Podía haberse usado un arma? No se usó una hoja; la herida era demasiado burda. Cualquiera que blandiera un arma sin punta, como un garrote o una cachiporra, lo habría golpeado en la cabeza o en un lado del rostro, no le habría dado una estocada por la boca. Además, tendría que haber sido disparada con una ballesta para causar semejantes destrozos.

Repasé mentalmente todas las criaturas que conocía; las que tenían garras, cuernos y colmillos. Supuse que sería posible atacar rápido, de tal manera que tu víctima no se lo esperase, pero para hacer explotar un rostro necesitarías algo más que unas uñas afiladas.

¿Un proyectil? No había ni dardo ni flecha a la vista y, una vez más, el resultado era demasiado burdo. Además, si la persona con quien estás bebiendo extrae una ballesta del bolsillo, debes ser más duro que un dentista de dragones para no soltar el vaso.

Me acerqué hasta quedar a unos centímetros de aquella imagen terrorífica y noté que parte del cuello de la camisa de la víctima estaba negra y rota. Quemada. Sobre la mesa, entre la sangre y los cubiertos, se había desparramado un polvillo gris. Ceniza.

—¿Alguno de los dos tenía una pipa? —le pregunté a Simms.

—No se puede fumar aquí. El anfitrión se habría dado cuenta.

Mi lista se estaba acortando tanto que ya era frustrante. Lo único que quedaba era lo imposible. Entonces, dije lo que sabía que querían que dijera.

—Alguien conjuró fuego.

Simms asintió con la cabeza para confirmar que ella había llegado a la misma conclusión, pero su expresión me dijo algo más. Estaba conmocionada, sí. Estaba asustada. Pero, debajo de todo eso, estaba emocionada. En sus viejos ojos dorados de serpiente, vi la expectativa ilusionada de una niña lista para la aventura.

Eso fue lo que más me aterrorizó.

—Busquemos un lugar tranquilo para charlar —dijo.


Fuimos a otra sala, lejos de ojos y oídos indiscretos. Simms se sentó en un reservado, yo me senté frente a ella y Richie se quedó de pie en la puerta para hacer guardia.

La detective se quitó la bufanda y se la dejó caer sobre los hombros. Tenía los labios partidos. El de abajo estaba sangrando, y se lo lamió con la punta de su lengua bífida. Usualmente, Simms se mostraba rígida, pura autoridad e impaciencia. Ese día, estaba inclinada hacia atrás, hurgando el borde de la mesa como si estuviera esperando que le cayera una idea en la cabeza. Al final, fui yo quien inició la conversación.

—¿Quién es el muerto?

Simms levantó la cabeza súbitamente, como si yo la hubiera despertado de un sueño.

—Lance Niles —dijo—. Un recién llegado. Estuvo rondando por la ciudad, comprando propiedades y haciendo amigos. Nadie sabe mucho sobre él, pero tiene bastante dinero y ya es dueño de muchas tierras.

Eso explicaba las joyas que llevaba encima el cadáver. Desde la Coda, no son muchos los lugareños que se pasean con piedras preciosas pulidas o trajes caros.

—¿Algún testigo?

—Solo el anfitrión. Niles llegó primero. Unos minutos después, se sumó un hombre. Usaba bastón y llevaba bombín, traje negro y bigote fino. Pidieron bebidas. El otro hombre pidió una segunda. Unos minutos después, el anfitrión oyó una explosión corta y fuerte. Cuando entró, la escena estaba tal cual está ahora, solo que más reciente. Los otros huéspedes cuentan lo mismo, pero incluso con menos detalles.

Lo peor de la historia era que sonaba casi normal. Seis años antes, antes de que el mundo se fuera a la mierda, aquellos eventos no habrían parecido fuera de lugar. Dos tipos se emborrachan y comienzan a pelearse, y uno de ellos lanza una bola de fuego contra el rostro de su amigo. Solía suceder. Pero no en un lugar así. Incluso en aquel entonces, aquel club era para humanos. Era el último lugar en el que uno esperaba ver algo de hechicería.

—¿Cómo era el asesino? —pregunté.

—Al parecer, tenía cicatrices faciales, pero el personal no recuerda nada específico. Ninguna señal de magia: orejas redondas, dientes rectos, piel tersa, hombros chatos, todos los dedos proporcionados. Están entrenados para notar esos detalles.

—Entonces, ¿era humano?

—O alguien que podía pasar por humano. Un hechicero o un lycum tendrían más probabilidades. Después de la explosión, el tipo salió por la puerta trasera y nadie se atrevió a seguirlo. Ni idea de hacia dónde fue, si tenía un caballo o si alguien lo esperaba fuera. Niles hizo la reserva y era quien contaba con la membresía, por lo que el asesino no dio su nombre en ningún momento. Solo sabemos lo que llevaba puesto, y dudo que nos sirva demasiado.

Asentí con la cabeza. Eso era nada. Menos que nada. Nos enfocábamos en el atuendo y no en el hombre que había debajo. Una vez que se cambiara la ropa y se afeitara, lo perderíamos.

Finalmente, tuve que hacer la pregunta que me daba vueltas en la mente.

—Simms, ¿por qué me has mandado llamar?

Me miró como si yo fuera un plato que le hubiera llegado a su mesa por error.

—En Sunder, los rumores se extienden como un reguero de pólvora, y tú estás atrayendo bastante fuego. Susurros sobre lo que encontraste en la biblioteca. Cosas que quizá sepas. Eres el nuevo chico de portada de los misterios mágicos.

—¿Y tú crees eso?

Simms resopló.

—Fetch, si yo creyera que de verdad guardas secretos, no estaríamos aquí. Te tendría atado y te estaría interrogando con un atizador caliente entre las pelotas. Pero si esa historia está en las calles, aquellos que tengan rumores encontrarán la manera de llegar a tu puerta. Así que, ¿qué has oído?

Un argumento sólido, supongo, pero era una jugada desesperada para una detective escéptica como Simms.

—Nada que sirva de ayuda. Solo esperanza desacertada.

—¿Algo que pueda estar conectado con esto? —Negué con la cabeza. Simms no pareció sorprenderse—. Era una posibilidad remota.

—Si me entero de algo que encaje con esto, te avisaré.

—Claro que lo harás. Porque, ahora que has visto esto, trabajas para mí. De manera extraoficial, por supuesto.

—Otra vez estoy confundido.

Simms se rio, pero yo no veía la broma.

—Tú tienes la posibilidad de husmear en lugares donde nosotros no podemos. La gente acudirá a ti pensando que eres el tipo que tiene las respuestas de las preguntas que ya no hacemos. Y... —Le lanzó una mirada a Richie—. Y en este caso nos cortarán las piernas. Lance Niles estaba haciendo muchos amigos antes de morir. Uno de esos amigos era el alcalde Piston. Ya se me ha ordenado que informe de todos los detalles del caso a su oficina. Dentro de unas horas, me dirán que lo abandone y para mañana tendrán en las calles a sus propios bravucones estúpidos derribando puertas. Cuando eso suceda, quiero tener a mi propio bravucón estúpido.

—Pero ¿por qué? El alcalde te ha quitado muchos casos de las manos. Nunca te has preocupado por eso.

Simms se inclinó hacia delante, y en su rostro vi algo que no había visto antes. Rozaba la vergüenza.

—Porque esto parece magia, Fetch. Sé que no puede ser, pero si lo es, quiero ser la primera en enterarme. —Yo asentí con la cabeza. No me quedaba otra. Ella no podría haber quedado más expuesta ni quitándose toda la ropa—. No puedo pagarte. Pero sí habrá una recompensa. Encuentra al tipo que hizo esto, o la información que nos lleve a él, y yo me aseguraré de que seas compensado. Pero primero me lo dices a mí.

Era una propuesta extraña. Por muy sincera que pareciera Simms, yo no podía olvidar la docena de ocasiones en que me había dado con las botas en las costillas. Y, aun así, yo estaba sin trabajo hasta un punto ya desesperante, y no me vendría mal tener un par de policías de mi lado. Pero esos motivos ni siquiera importaban. Yo sentía tanta curiosidad como ella. Después de lo que había visto, ya no iba a poder contenerme. De todas maneras, indagaría por la ciudad. Si Simms deseaba pagarme por hacerlo, yo no tenía motivos para detenerla.

—Considérame a tu servicio.

Nos dimos la mano y sus dedos temblaron contra los míos. Yo tenía decenas de comentarios gastados que le podría haber dicho. Eran las mismas cosas que le decía a cada criatura desesperada que acudía a mí con la esperanza de que yo hiciera que volviese a estar completa. Además, podría haberle abierto los ojos al hecho de que solo alguien fuera de sus cabales vería la salvación en el rostro ensangrentado de un muerto. Podría haberle dicho muchas cosas. Pero no lo hice. Asentí con la cabeza, me puse de pie, le di una palmada en la espalda a Richie y salí a la calle.

Los policías que estaban fuera me observaron salir del edificio como esperando que yo hiciera un gran anuncio, pero era la misma historia que habían estado oyendo durante seis años: la muerte es una desgraciada hija de puta que a la larga nos llega a todos.

Simms se estaba engañando a sí misma. Yo no podía probarlo en ese momento, pero le aclararía las cosas cuando encontrara al asesino. Al asesino humano, no mágico.

Resolver este caso podría llenarme el bolsillo, poner a Simms de mi lado y a un homicida tras las rejas, pero, sobre todo, dejaría claro a todo el mundo que yo no estaba tratando de ganarme la vida fingiendo que quedaba magia por algún lado. Debía haber una explicación razonable y científica para aquel asesinato, y yo pensaba servirla en bandeja de plata.

Hombre muerto en una zanja (versión española)

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