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Prólogo

Dicen que el frío no te mata si logras recordar lo que se sentía al tener calor.

Pero ¿cuándo demonios fue eso? Antes de que rompiéramos el mundo: cuando las farolas estaban llenas de fulgor y no se necesitaba buscar demasiado para encontrar la chispa de luz en los ojos de otra persona. Ahora solo hay oscuridad y muerte y...

“No. Recuerda.”

Hombro con hombro en el tranvía de Sunder City, apretado entre criaturas cubiertas de pelaje y trabajadores sucios que ya habían terminado su jornada. Música y vino caliente en locales subterráneos, antes de que todo se estropeara y quedara en silencio y...

“No.”

En La Zanja, después de cerrar, a solas con una fregona. Con más calor que el que uno podría imaginar. El aire lleno de recuerdos del humo de pipa, las canciones populares y el mal aliento. Las ventanas empañadas y la cocina abarrotada de cebollas, cordero y salvia.

Paso un trapo a las mesas, aún calientes por los platos y los codos que se han apoyado en ellas; quito cáscaras de cacahuetes, ceniza de tabaco, cartílagos y saliva. Trabajo de arriba hacia abajo, barro y luego paso la fregona; diluyo la mezcla nauseabunda de restos de comida, nieve derretida y cerveza derramada.

Arrojo las piezas más grandes en la estufa: una escultura de hierro fundido ubicada en el centro del local, con una chimenea gruesa encima. Observo cómo las llamas van devorando las sobras y escupiendo grasa contra la puerta de cristal. Por un momento, esa estufa es el objeto más caliente de todo el edificio. De pronto, se abre la puerta delantera y llega Eliah Hendricks.

—¡Fetch, muchacho! ¡Tienes que probar uno de estos!


El alto canciller entró dando tumbos en La Zanja, sujetando con ambas manos una bolsa de papel que goteaba. De sus dedos con anillos caían gotas de aceite de color marrón sobre mi suelo recién fregado. Su cabello cobrizo, cubierto de nieve, estaba amontonado en el cuello de su capa de montar. Me sentí halagado: el líder del Opus había viajado durante días para llegar a Sunder City y yo era su primera parada.

Bueno, la segunda. Había parado a comprar unos bocadillos.

Me limpié las manos en el delantal y levanté una mano en dirección a la bolsa. Hendricks la apartó como si estuviera salvando a un bebé de las fauces de un león.

—Ni se te ocurra meter aquí esos tentáculos mugrientos. Abre. —Hendricks metió una mano en la bolsa y extrajo una bolita crujiente y de aroma dulce. Abrí la boca y me la colocó sobre la lengua—. Se llaman Porcos. Ciruelas fritas envueltas en tiras delgadas de carne grasa de cerdo. —Mordí despacio, sintiendo cómo se mezclaban el jugo de fruta y la grasa animal—. ¿No es algo maravilloso? Este es el mismísimo milagro de Sunder City. La mayoría de los habitantes del continente no lo ven. Están tan enfocados en sus propias costumbres que no entienden lo que hace especial a este lugar. Esto —señaló mis mejillas llenas con un dedo aceitoso— es una maravilla moderna. La antigua magia nunca podría haber creado algo así. Ni en cientos de años. Pregúntamelo a mí: ¡yo estaba allí! —Extrajo de la bolsa otro bocado de color borgoña, lo sostuvo debajo de la nariz, respiró hondo y meneó la cabeza con incredulidad—. Ciruelas de invierno de Mizaki, perfectamente endulzadas por los vientos gélidos del norte, envueltas en panceta de cerdo con grasa proveniente de los porcinos del sur de Skiros, que se alimentan con granos de cacao. Un ingenioso invento de la gastronomía de Sunder City, vendido a medianoche en una esquina por la sorprendente suma de una moneda de plata cada bolsa. —Se la metió en la boca y siguió hablando—. ¡Esto es progreso, Fetch! ¡Esto es algo por lo que vale la pena luchar!

Dejó caer la bolsa aceitosa sobre mi mesa limpia y yo acerqué un par de taburetes. Hendricks fue hasta detrás de la barra y comenzó el ensayado procedimiento que llevaba a cabo cada vez que estábamos juntos.

Primero, metió dos billetes de bronce en la caja registradora. Eso no solo cubriría la bebida que íbamos a consumir, también animaría al señor Tatterman a pasar por alto mi resaca debilitadora del día siguiente.

No tenía sentido intentar trabajar mientras Hendricks estaba ahí, así que llevé el cubo de la fregona a la trastienda, me quité el delantal, me lavé las manos y me serví algunas sobras de la cocina que nadie iba a echar de menos: una cuña gruesa de queso duro, una porción de miel y un poco de pan que estaba a un día de ponerse rancio. Cuando llevé el plato, Hendricks tenía todos sus ingredientes alineados como soldados.

La leche de álamo tostada, como la mayoría de los cócteles, comenzó siendo un medicamento. Se cocina la savia del árbol tárix sobre una llama abierta hasta que se convierte en un jarabe amargo de color caramelo. Es bueno para el dolor de garganta y para las sinusitis, pero si se toma sin acompañar sabe horrible. Las madres de los niños enfermos le añadían azúcar de remolacha para compensar los sabores. Con el pasar del tiempo, se agregaron más ingredientes hasta que la receta se tornó tan sustanciosa que, si uno lo deseaba, podía ocultar en ella cantidades ridículas de alcohol sin que nadie fuera capaz de detectarlo.

La mayoría de los bares tenían a mano una botella ya mezclada de savia de tárix, pero Eliah prefería preparar la suya.

—¡Muchacho! ¿Cómo van las aventuras del niño más grande de Sunder City? —preguntó mientras vaciaba un pequeño recipiente de savia cruda en una cacerola—. ¿Aún sigues rompiendo corazones, bancas y expectativas?

Siempre me hablaba así. A pesar del cariño que nos teníamos, nunca pude discernir si me tomaba el pelo respecto de mis dificultades o si realmente pensaba que yo iba dejando buenos recuerdos por toda la ciudad.

—Tengo una habitación nueva —le dije—. La comparto con un ogro que ronca como un trueno. Tengo que dormir durante el día, mientras él está trabajando en la acería, pero de todas formas siento que estoy ascendiendo.

—No hace falta ascender, señor Fetch, basta con moverse. —Hizo girar la savia en la cacerola mientras se dirigía a la estufa—. Esta es una ciudad maravillosa donde jugar, pero la mayoría malinterpreta el juego. La belleza de Sunder radica en que no se trata de un antiguo reino atascado con linajes y coronas, donde los líderes se pasan el tiempo tratando de cortarse el cuello mutuamente. Es un mercado. Un salón de baile. Es un laboratorio de productos químicos inestables que reaccionan entre sí de maneras hermosas e inesperadas. No mires hacia arriba. ¡Mira hacia abajo! Quítate los zapatos y deja que la ciudad se te meta por entre los dedos de los pies. Revuélcate en ella. Huélela y saboréala hasta que hayas absorbido todo lo que tiene que ofrecer.

Hendricks se sentó frente a la estufa , se envolvió la capa alrededor de los dedos y agarró la manilla de la puerta de cristal. Cuando la abrió, el calor le echó el cabello hacia atrás. Empujó la cacerola hacia adentro y la fue agitando en círculos lentamente mientras las llamas hacían hervir la savia. Me senté a la mesa y mojé un trozo de pan en la miel.

—No me queda mucho tiempo para revolcarme cuando tengo tres trabajos.

Apartó la cacerola del fuego, apagó de un soplido las llamas, que ardían demasiado rápido, y la volvió a meter.

—Supongo que eso depende de para quién trabajes —dijo.

—Cada semana es alguien diferente. Ya llevo bastante tiempo trabajando para Amari.

—Ah, sí. Mi amiga hada, con su pequeño Fetch envuelto alrededor de su dedo. ¿Cómo te paga? ¿Agitando las pestañas y besándote a escondidas?

Me sonrojé e ignoré la pregunta.

—En general, solo estoy aquí. A veces hago recados para el apotecario o acepto encargos esporádicos de los clientes.

La savia se tornó de un color caramelo oscuro, así que Hendricks la extrajo de la cacerola y la llevó hasta detrás de la barra.

—Pero ¿para quién trabajas realmente? ¿Para el zoquete soñoliento que dirige este lugar? Él es quien te paga y quien te da las órdenes.

Estaba preparándose para dar otro de sus discursos, y yo ya había aprendido a no meterme en el medio cuando comenzara.

—Supongo.

—¿O, en realidad, solo trabajas por el dinero? Si es así, algunos dirían que, de hecho, estás trabajando para el Banco de Sunder City. ¡Y quizás es algo que hacemos todos! ¿Pero la ciudad sirve al banco o el banco sirve a la ciudad? —No era una pregunta cuya respuesta yo debiera saber, por lo que tan solo me encogí de hombros—. Quizá te esté subestimando. Quizá no se trate del dinero en absoluto. En tu corazón, quizá trabajas para los clientes. Cuando limpias la barra y friegas el suelo y lavas las copas a la perfección —en broma, quitó una mancha de la copa alta que estaba sosteniendo—, ¿piensas en los propios comensales en realidad? ¿Consideras que estás brindándoles un servicio?

Sin dejar de revolver, agregó los otros ingredientes equilibrando perfectamente su atención entre la conversación y las bebidas.

—Bueno, no lo haría gratis.

—¿No? Si no necesitaras el dinero y este lugar no pudiera funcionar sin ti, ¿no ayudarías si te lo pidieran?

—Supongo.

—Entonces, quizás el dinero no sea lo que importa en realidad. Quizás el dinero esté al servicio de la ciudad, al igual que tú. Cada uno cumple con su parte. Sois dos de las muchas partes móviles que esta ciudad necesita para funcionar, al igual que las chimeneas, los adoquines, los periódicos y el fuego—. Trajo las dos bebidas espesas a la mesa y señaló la estufa, detrás de mí—.

¿Para quién trabaja el fuego? ¿Para todos nosotros? ¿Para sí mismo? ¿Le importa? Arde con el mismo fulgor, da igual cuál sea el propósito que le conferimos.

Chocamos nuestras copas y bebí un sorbo. La bebida era dulce, pero, a diferencia de otros cócteles (o del mismo, pero preparado por manos menos habilidosas), el azúcar no tapaba los sabores subyacentes, más complejos.

—Fetch, tú sabes qué son los dragones, ¿verdad?

—He visto imágenes en el museo. Monstruos grandes con escamas, ¿no?

—Pueden llegar a convertirse en toda clase de criaturas, pero sí, los dragones comunes son como tú dices: escamas, colas y alas. Son criaturas milagrosas, todas y cada una de ellas. Ahora hacemos todo lo posible por protegerlos, pero hace doscientos años, la caza de dragones era una profesión muy prestigiosa.

”A diferencia de la mayoría de los guerreros, los cazadores de dragones no le debían lealtad a ninguna nación. Esa libertad les permitía trabajar en cualquier territorio, para cualquier especie, y, si tenían éxito en su oficio, volverse ricos como príncipes. Las ciudades contrataban a los cazadores por protección. Si ya había habido un ataque, pagaban para vengarse. Además, las escamas y los huesos de dragón eran una mercancía muy preciada, que los cazadores vendían por una pequeña fortuna, además de su tarifa. Por encima de todo eso, el premio más valioso era la fama.

”Es difícil imaginárselo hoy en día. La caza de dragones, como la mayoría de los servicios de mercenarios, ha pasado de moda. Yo fui responsable de eso en parte: el Opus hizo un gran esfuerzo por disminuir el número de agentes libres que andaban por el mundo blandiendo espadas por dinero. Quedan tan pocos dragones, que matar uno constituye un delito; en ese entonces, no había carrera profesional más heroica, emocionante y rentable.

A diferencia de Hendricks, que había pasado trescientos años explorando cada rincón de Archetellos, yo solo había visto dos ciudades en mi vida. Weatherly, donde crecí, estaba rodeada por altas murallas que ocultaban el mundo exterior. Sunder era multicultural y estaba en constante expansión, pero también tenía sus limitaciones. Después de estar tres años en un mismo lugar, las historias del mundo exterior comenzaban a provocarme una comezón en los pies.

—Tú has visto el modo en que los niños de aquí hablan acerca de los deportistas, o cómo las damas adulan a los trovadores que cantan en el teatro. Bueno, pues la caza de dragones era todo eso junto y multiplicado por diez. Conocíamos sus nombres, intercambiábamos rumores de sus hazañas y cantábamos canciones sobre sus aventuras. Se nombraban calles en su honor y se fabricaban réplicas de sus espadas. Nunca pagaban una comida, nunca pagaban una cama, y rara vez iban a una solos. No había nada igual en todo el mundo. Cada especie y cada ciudad tenía sus propios héroes, pero un cazador de dragones les pertenecía a todos.

”Por supuesto, esto generaba una cantidad de competencia increíble. A medida que el número de dragones iba disminuyendo, cualquier rumor sobre un monstruo daba lugar a una carrera sin reglas. Se saboteaban carros, se envenenaban alimentos y se clavaban espadas en el pecho de los cazadores mientras dormían. Muchos cazadores se preocupaban más por luchar entre ellos que por combatir a los dragones, que era para lo que se habían entrenado.

”Entonces, una noche, llegó a Lopari un grupo de mercaderes. Decían que en los pantanos sunderianos habían visto una llamarada que había iluminado el cielo y hecho temblar la tierra. En cuanto empezó a propagarse el rumor, un joven guerrero, llamado Fintack Ro, salió de la ciudad montado a caballo. A Fintack no le importaba que nadie estuviera ofreciendo una recompensa: su premio serían los huesos, las escamas y, lo más importante, un impulso para su reputación. A pesar de que en el mundo había cientos de aspirantes a cazadores, solo un puñado había demostrado su valía. Fintack era más joven que los demás, y había entrado en el juego justo antes de que la población de dragones decayera.

”Los cazadores más viejos podían elegir retirarse: escribir un libro, entrenar a príncipes por tarifas ridículas o abrir una taberna y atraer a las multitudes contando historias de sus aventuras. Fintack era prometedor, pero aún no lo había logrado. Necesitaba conseguir esa gran captura. Necesitaba una de esas historias que tenían alas propias y que volaban desde la lengua de los viajeros como una plaga en invierno.

”Fintack se abasteció de provisiones, afiló sus armas y fue el primer guerrero en llegar a Sunderia. Se pasó una semana entera recorriendo los pantanos, con los calcetines siempre mojados y cada vez con más picaduras de insectos en los brazos. Viajaba durante el día, lenta y peligrosamente, y durante la noche se quedaba despierto todo lo que podía, buscando fuego en el horizonte.

”Para su frustración, las primeras señales de vida fueron los campamentos de cazadores rivales: otros guerreros de primer nivel que estaban recorriendo trabajosamente los pantanos, con las manos igual de vacías. Por fin, un amanecer, Fintack se despertó y sintió que la tierra retumbaba a su alrededor. Abrió los ojos y vio una bola de fuego de color naranja elevándose desde lo profundo de los manglares. Cogió su espada y corrió directo hacia allí.

”Ya había aprendido cómo avanzar por entre los juncos y los charcos, sabía qué lodo sostendría su peso y cuál le tragaría las botas. Sus manos agarraron ramas negras de hollín, y tuvo la sensación de que la criatura estaba esperando más adelante.

”Cuando cortó y atravesó una maraña de enredaderas, otra llamarada se elevó justo enfrente de él, pero aún no veía a la bestia. Escudriñó entre los manglares, buscando mientras avanzaba sigilosamente; cuando oyó que los otros se aproximaban, se vio obligado a salir al claro y enfrentarse a...

Hendricks bebió un sorbo largo para alargar la tensión.

”... nada. No había movimientos, ni huellas, ni señal alguna de un dragón. Fintack miró en todas direcciones mientras otros dos cazadores se le unían en el claro: un hechicero llamado Prim y un enano llamado Riley. Los tres guerreros miraron a su alrededor, confundidos y frustrados. Entonces, del centro del triángulo que formaban surgió una llamarada que se elevó hasta el cielo.

”No había dragón. Era un señuelo, fabricado por la tierra misma. Los cazadores estaban frustrados. Furiosos. Cansados. Hicieron una tregua y acamparon. Fintack mató un ave acuática e intentó asarla con la siguiente llamarada, pero Prim le hizo una advertencia: como era hechicero, él podía percibir el poder que había debajo de sus pies. Aquello no era tan solo una bolsa de gas de pantano que se había prendido fuego, era un atisbo de algo mucho más poderoso.

”Esa noche, los cazadores no intercambiaron historias de batallas pasadas ni información sobre los distintos tipos de dragones. En cambio, se preguntaron qué se necesitaría para extraer aquel fuego del suelo y utilizarlo como combustible. Los guerreros habían pasado su vida viajando por Archetellos. Habían visto familias congeladas a un lado del camino, sorprendidas sin un hogar durante el invierno. Habían visto sátiros esclavos recolectando carbón en las Arboledas para caldear el palacio de los centauros. Lo sabían todo respecto de las forjas de los enanos alimentadas por lava, y que solo podían utilizarse en las profundidades de algunas montañas peligrosas.

”Hasta esa noche, esos guerreros no habían servido a nadie más que a sí mismos. No se podría haber encontrado unos asesinos más orgullosos y ambiciosos en todo el continente. Pero al detenerse aquí —Hendricks golpeó el suelo de piedra con ambos pies—, vieron una oportunidad para hacer del mundo un lugar mejor. Esos tres cazadores utilizaron su influencia para levantar una ciudad como nunca nadie había imaginado. Abandonaron todo lo que antes los había definido. Renunciaron a los premios por los que habían trabajado tanto y, al hacerlo, cambiaron la historia. —Hendricks me miró con ese fulgor verde vivo en la mirada y levantó su copa vacía con una floritura—. Me apetece otra —dijo—. Contar historias me da sed.

Estiré demasiado rápido la mano en dirección a mi bebida, y la manga se me enganchó con la mesa. Volqué la copa y, cuando salté para agarrarla, mi otra mano giró demasiado hacia atrás y golpeó el hierro de la estufa. Retiré la mano lo más rápido que pude, pero un trozo de piel quedó pegado al metal, chisporroteando, burbujeando y oliendo a carne asada.

Hendricks ya se había puesto en acción. Llenó un cuenco con agua y algo de nieve de la calle, y yo mantuve la mano allí dentro durante todo el tiempo que pude aguantar. Me la secó con cuidado, luego cogió la miel de la mesa y me la esparció por toda la herida, mientras me decía que no había nada mejor que una buena capa de miel fresca para curar la piel.

—¿Cómo la notas ahora? —preguntó.

—Mejor. Aún me escuece un poco. Soy un idiota.

Se rio de mí como siempre hacía, con una mezcla indistinguible de cariño y comicidad paternalista.

—Todos nos quemamos, Fetch. Es la mejor manera de aprender de nuestros errores. Solo cuando alguna parte se te congela, te la amputas.

Lanzó una carcajada aguda y preparó otra ronda de bebidas. Y otra más.

Al poco tiempo, yo estaba tan borracho que no sentía los dedos, ni el frío, ni casi nada terrible en absoluto.

Hombre muerto en una zanja (versión española)

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