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anclado en tierra

Nuevos horizontes, mares y rumbos en tu vida

al abandonar tus rutinas de trabajo

“El ideal del español de buena parte de la clase media es jubilarse tras breves años de trabajo, y si es posible, antes de trabajar” Santiago Ramón y Cajal.

Terminé la faena y después de surcar muchos mares y amaneceres, regresé a casa, y me incorporé a ella como elefante en cacharrería. Acepté, no sin muchas dudas esta nueva situación aunque no sabía muy bien cómo respondería a ella. Empecé a disfrutar de ese bien que nunca había tenido: tiempo, y efectivamente me costó adaptarme a su dimensión y espacio. Iba todas las mañanas al puerto para ver entrar y salir los barcos en los que siempre viajé; añoranza tal vez, o una nueva vida. Me juntaba con otros amigos y compañeros que al igual que yo miraban con tristeza el bullicio de los marineros.

¿Te acuerdas de lo mal que lo pasamos en aquella tormenta? ¿Y de aquel capitán que se emborrachaba por la noche? ¿Y cómo eran las mujeres de aquel puerto? Batallas y batallitas que ahora en tierra solo alimentaban el recuerdo.

¿Cómo estás de salud? Yo esta semana estoy de médicos dijiste frente a un café y copita de anís. ¿Y la familia qué tal? La verdad es que a mis hijos les va muy bien, pero los nietos… ¡como han cambiado los tiempos! Son un poco rebeldes... El otro día uno me preguntó, ¿abuelo, cuando tú eras pequeño había Donuts? y yo le contesté muy ufano ¡pues claro! Él con su mirada inocente respondió sin pensárselo ¡pues sí que son antiguos los Donuts! Reconozco que aquello añadió, arrugas a mi rostro.

Las cosas habían evolucionado mucho desde que empecé a trabajar en el mar, ya que la seguridad había eliminado peligros, amparada en mayores medios y tecnología; aunque eso sí, se mantenía como elemento común la vocación y esfuerzo solidario entre todos.

Te preguntabas, considerabas injusto y no comprendías para lo que habías quedado, tú que habías sido y todavía lo eras fuerte y vigoroso. Te hicieron poner el pie a tierra, no lo entendiste y jamás lo aceptaste; cuando estabas en lo más alto del mástil, tuviste que bajarte.

¡Qué desatino! No hay quien lo entienda, y ¡perdonadme amigos que tengo prisa, yo ya me voy a casa, que a la parienta no la gusta que llegue tarde porque se le enfría la comida!

Y así empezó mi nueva vida, mirando al mar y cambiando de sueños y de vientos, reorientando mis velas para seguir surcando las nuevas olas que mecían mi vida. Es difícil romper con las costumbres, pues hay un halo de ímpetu desbocado que no se controla lo suficiente, principalmente si no se entiende bien.

Pero no debo quejarme del aire, hay que esperar que cambie y ajustar las velas, y así podré seguir navegando, porque no existe un viento favorable para un barco sin rumbo y sin capitán. Debo buscar y encontrar los nuevos faros que iluminen y alumbren mi camino y me dirijan a puerto, y no permitir que nadie lleve el timón de mi barco.

No me detengo, tengo que evitar con destreza los arrecifes y los huracanes, y dejarme mecer por las olas, aferrándome al timón y ayudado con el vigor y pericia de mis tripulantes.

El viaje es diferente al que fue, pero has adquirido ya la experiencia y habilidad suficiente para dejarte guiar por tu brújula y tu cielo. No hay que equivocarse, tu ruta ya está marcada y no debes luchar contra los elementos si no saberte conducir en ellos, aprovéchate de los vientos, ellos te conducirán.

No tengo que ser impaciente y desesperarme, pues estoy seguro de que, tanto en el mar como en la tierra puedo encontrar la serenidad que necesito, y pensar que sigo siendo el mismo, y que lo único que ha pasado es que la brisa marina ha curtido mi piel, y que cuando navegue en la oscuridad debo saber y dejar guiarme por nuevas estrellas, pues ellas me darán su luz y junto a mis faros me marcarán el camino hacia nuevos puertos, mares y destinos que todavía desconozco hoy.

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