Читать книгу Estudios jurídicos sobre la eliminación de la violencia ejercida contra la infancia y la adolescencia - Mª Aranzazu Calzadilla Medina - Страница 23
I. INTRODUCCIÓN
ОглавлениеLa historia de la violencia hunde sus raíces en una cultura que tiene la fuerza como símbolo del poder. La violencia ha existido siempre, suele producirse de forma cotidiana y se detecta en cualquier espacio social, público o privado: en el campo, en la ciudad, en el lugar del trabajo, en el mercado, en la casa, en la familia.
En la sociedad de la Edad Media, la mayor parte de la población estaba sometida a condiciones de vida muy duras. La guerra, los levantamientos populares, las luchas de facciones o la persecución religiosa eran habituales. La violencia se mostraba permanentemente en la sociedad. Más allá de estos acontecimientos de carácter general que afectaban a toda la población, también existía una violencia cotidiana que surgía de las tensiones latentes en el seno de la comunidad local. “No se trataba solo de las formas de criminalidad protagonizada, sobre todo en las grandes ciudades, por elementos marginales y delincuentes profesionales, sino de los enfrentamientos y estallidos de cólera de gente común y, a menudo, de vecinos respetables e integrados en la sociedad política de comunidades rurales y pequeños núcleos urbanos”1. Además, con frecuencia, gran parte de la población padecía hambre y desnutrición, lo que provocaba enfermedades. Las epidemias arrasaban las comunidades y ello se reflejaba en las familias y en el interior de los hogares. Todas estas situaciones hacían que los índices de mortalidad, morbilidad y violencia infantil fueran extraordinariamente altos, tanto, que hoy en día son muy difíciles de entender.
Según fuera su posición estamental, el niño/a del medievo aparece en diferentes ámbitos: la familia, la escuela, la calle, el lugar de trabajo. El castigo físico que se les infligía estaba asociado a su educación y el trabajo infantil era algo natural. Desde muy pequeños, dependiendo de las épocas y los oficios, los niños de las capas inferiores de la sociedad abandonaban el hogar familiar para aprender un oficio, convirtiéndose en aprendices, en virtud de una relación contractual. Allí pasarían alrededor de cuatro o cinco años. Suponía una oportunidad de futuro ya que se les daba la opción de aprender un oficio, pero, al mismo tiempo, quedaban vinculados a un maestro que podría tratarlos bien, o no. Ese alejamiento de las familias se producía desde muy temprana edad, normalmente alrededor de los 12 años, si bien esto dependía de los oficios y gremios.
Durante la Edad Moderna se fue forjando un nuevo concepto de infancia como etapa separada de la adulta, en la que los niños debían recibir educación y cierta protección. Comenzó a prestarse mayor atención a ese periodo inicial de la vida, si bien la violencia seguía muy presente en la sociedad e indudablemente afectaba a las personas menores, tanto niños como niñas. Fue surgiendo la idea de que el modo en que se vivía esta etapa resultaba crucial a la hora de determinar el tipo de adulto en que finalmente se transformaba todo niño. Por primera vez se daba importancia al periodo de la infancia, al desarrollo de la misma y, asociada a ella, también al aprendizaje. “Los humanistas creían con firmeza en la capacidad de formar hombres libres, ciudadanos activos, unidos por una cultura común, y capaces de compartir ideales de tolerancia, proyectos de estados perfectos y sueños de universalidad. En su pedagogía existía un acto de fe optimista en la educación de la naturaleza humana”2. Obras como el Manual de buenas maneras para los niños, de Erasmo o De liberis educandis libellus, de Antonio de Nebrija tuvieron notable influencia en la educación infantil3.
La sociedad fue tomando conciencia de que aquellas personas menores de edad necesitaban ser protegidas y aparecieron las primeras instituciones dirigidas al cuidado de los menores abandonados y desamparados. Como consecuencia de aquella nueva actitud, los niños que vagaban por las calles eran recogidos y acogidos en orfanatos o casas de misericordia donde se les procuraba sustento y aprendían un oficio que les serviría para cuando fueran adultos. De igual manera, las familias o madres solteras que no podían hacer frente al mantenimiento y educación de sus hijos los dejaban en ellas.
Durante la Edad Media y la Edad Moderna no existió una legislación específica que defendiera a los menores de edad frente a la violencia. Ahora bien, eso no significa que no se regularan determinadas circunstancias que les afectaban. Todo lo contrario, se trataban específicamente. Por ejemplo, la edad mínima para entrar como aprendiz, rondaba los doce años, dependiendo de las épocas y los gremios. Por su parte, la edad mínima para contraer matrimonio, en los varones estaba fijada en catorce años y en las mujeres en doce, pero sus padres podían previamente haber concertado el matrimonio de los hijos desde que cumplían siete años4. A través de estas normas se estableció la postura de protección de las autoridades frente a determinados abusos, así como el trato que se debía dispensar al menor, pero en ellas también se reconocen situaciones de maltrato o violencia contra menores5. En cuanto al Derecho penal, la aplicación de las penas dependía del tipo de delito: para los delitos sexuales, catorce en los hombres y doce en las mujeres, y para otros delitos, la norma general era establecer la responsabilidad penal a partir de los diez años y medio sin distinguir entre hombres y mujeres6. En algunos, la edad se utilizaba como atenuante. Por ejemplo, en el caso de lesiones, homicidio o hurto, el rango de edad que se beneficiaba de la atenuante era el comprendido entre la edad de diez y medio y catorce7.