Читать книгу Estudios jurídicos sobre la eliminación de la violencia ejercida contra la infancia y la adolescencia - Mª Aranzazu Calzadilla Medina - Страница 28
V. LA PATRIA POTESTAD DEL PADRE DE FAMILIA
ОглавлениеEn el seno de las familias, al contrario de lo que se pudiera pensar, se padecieron tensiones y numerosos conflictos, pues hombres y mujeres hubieron de afrontar identidades y espacios de poder diferenciados. La familia, no solo era un lugar de cooperación, sino un lugar en el que la violencia era utilizada como instrumento de poder. Por violencia debe entenderse “cualquier expresión de fuerza lesiva hacia la identidad, libertad o voluntad de cualquier ser humano: amparando no sólo agresiones físicas o verbales, sino también coacciones y medios de dominio de difícil precisión, en donde el miedo ocupaba siempre un papel sobresaliente”54.
Durante el reinado de Alfonso X el sabio, tras la promulgación del Código de las Siete Partidas, la institución de la patria potestad siguió el modelo justinianeo. Ello implicó que se entendiera como la potestad del padre como ligamiento de reuerencia, e de subieción, e de castigamiento que devue aver el padre sobre su fijo55, es decir, se reconocía al padre un poder casi absoluto sobre su descendencia que iba desde el deber de reverencia y sujeción de los hijos para con su padre, hasta el poder de este de castigar a aquellos. Al igual que en el Derecho romano, abarcaba a toda la descendencia hasta que el hijo contraía matrimonio. En este sentido, las Leyes de Toro 47 y 48, para ser consecuentes con su momento, declararon liberados de la sujeción paternal y reconocieron como jefe de una nueva familia al hijo que contraía matrimonio. Así se consagró definitivamente la práctica tradicional de la emancipación por el matrimonio56. La patria potestad afectaba a los hijos legítimos y estaban bajo ella los hijos, nietos y biznietos por línea varonil, pero no los hijos que nacían de las hijas. No lo estaban los hijos naturales, ni los que tenían con las barraganas o amancebadas. Tampoco se reconocía a la madre o a los parientes de esta57. La patria potestad también cesaba tras la muerte natural o civil del padre de la familia58, o por su encarcelamiento “por algund yerro que ayan fecho”59. Otras situaciones en las que los hijos se emancipaban se producían cuando el padre los castigaba cruelmente y sin piedad, ordenaba a sus hijas a prostituirse o recibía a través de un testamento un mandato que lo obligara a ello60.
Durante la Edad Media, el poder que tenían los padres sobre los hijos era enorme, hasta tal punto que había situaciones en las que los podía vender o empeñar. Se trataba de situaciones muy determinadas de extrema pobreza o de asedio en las que no había nada que comer y que eran conocidas por todos: Quexado seyendo el padre de grand fambre, e auviendo tan gran pobreza, que non se pudiesse acorrer dotra cosa; entonces puede vender o empeñar sus fijos, porque aya de que comprar que coma61. Se observa como la propia ley contemplaba esa posibilidad dejando al hijo al arbitrio del padre y sin defensa alguna ante semejante situación. Se reconocía la sumisión absoluta del hijo y ello, sin duda, daba lugar a posibles casos de abusos de autoridad. Pasado ese estado de extrema pobreza también se reconocía al padre la posibilidad de recuperar al hijo por el mismo precio por el que había sido vendido, pero en caso de que este hubiera recibido enseñanzas, debía incluirse en el precio el valor de dicha formación62. En esta misma ley se contemplaba que en el caso de que seyendo el padre cercado en algún castillo que touiesse de Señor, si fuesse tan cuitado de fambre que non ouiesse al que comer, puede comer al fijo, sin mala estanca ante que diesse el castillo sin mando de su Señor.... Siguiendo esa línea, el padre podía denunciar al hijo que no le obedeciera o “anduuiesse por su voluntad vagando por la tierra”63. El régimen de la patria potestad justinianea perduraría hasta la Ley de matrimonio civil de 1870, sin otras modificaciones que las mencionadas de las Leyes de Toro64.
En la sociedad moderna prevalecía el interés de origen de feudal, de mantener los derechos e intereses corporativos por encima de las apetencias individuales. El padre de familia no tenía en cuenta los deseos de la persona como individuo a la hora de tomar decisiones que afectaran al conjunto de la familia. Sólo de esta manera se puede justificar que ostentara el imperium de todo el grupo y decidiera lo que consideraba que era mejor para sus integrantes, incluso cuando sus decisiones afectaran a la felicidad de sus descendientes.
La patria potestad se ejercía en el seno de la familia, pero tenía consecuencias en el mundo exterior. Dentro de ese ámbito, el padre de familia ejercía su autoridad plena e ilimitada. A través de la familia se transmitían los sistemas de valores de la época. Al padre de familia se le confirió máxima potestad para ordenar y cuidar del grupo familiar compuesto por la esposa, los hijos y los criados. Así fue defendido por la monarquía y las instancias de poder del Antiguo Régimen, que veían en esta manera de proceder la única forma de salvaguardar el entramado social. En ella se hallaban los mecanismos de control más eficaces para salvaguardar el orden establecido. Era en el seno de la familia donde los menores adquirían las primeras pautas de socialización. En ellas se sentaban las bases de la educación, a través de comportamientos en completa consonancia con los principios católicos, aunque en la realidad cotidiana de las familias imperaba la conservación y transmisión del patrimonio. Esa autoridad producía dominio y sumisión, tanto en el espacio interior privado del hogar como en el exterior, a través de las relaciones sociales familiares. El padre de familia decidía en un doble sentido al establecer los hijos que se casarían y los que permanecerían solteros, así como con quién habían de hacerlo. Tomaba sus decisiones como una estrategia de reforzamiento económico social de toda la familia. Era el padre de familia el que dirigía y planificaba el futuro de sus hijos y anulaba su voluntad a través de diversos instrumentos: la dote, el testamento, el matrimonio de los hijos o el control sobre los bienes gananciales.
La dote era una donación que ordenaba la patria potestad y servía como seguro material para que el matrimonio pactado por el padre se perpetuara en el tiempo y como signo de prestigio social. La cuantía máxima de la dote se regulaba por el Estado, con el fin de evitar la ruina a las familias por los excesos cometidos en las dotes que se escrituraban. El matrimonio de los hijos se concebía como una estrategia patriarcal dirigida a conservar la línea masculina, mantener o incrementar el patrimonio, obtener alianzas de poder político e influencia, etc. Frente al llamamiento de la Iglesia para que el matrimonio fuera libre y se pudiera celebrar con el libre consentimiento de los contrayentes, “ni las amenazas de excomunión, ni las recomendaciones de los moralistas posteriores a Trento, ni las leyes reales pudieron evitar la práctica del dirigismo familiar”65. Entre los siglos XVI y XVIII, la dirección de la patria potestad se orientó a desarrollar determinados objetivos. En primer lugar, se trató de evitar que el consentimiento mutuo de los contrayentes fuera suficiente para celebrar el matrimonio y, en su lugar, se exigió el consentimiento paterno. Los hijos debían casarse, si así lo decidía el padre, con quién él designara. Si lo hacían sin permiso sólo les quedaba la vía de la transgresión. Primaban los intereses familiares frente al amor. En segundo lugar, trataron de reducir los impedimentos por lazos de sangre o vínculos espirituales contraídos que, unido al consentimiento mutuo, eran los medios de control más importantes establecidos por la Iglesia. Todos ellos fallaron frente a las estrategias familiares de tipo económico. A través de los testamentos se ejerció una presión enorme sobre los hijos. Una estrategia utilizada con gran éxito por los padres, tolerada por la Iglesia y el Estado, fue desheredar o disminuir la parte de la herencia del hijo díscolo frente a la otorgada a sus hermanos. En tercer lugar, la patria potestad estaba directamente relacionada con el patrimonio familiar disponible y su interés por mantenerlo o incrementarlo. Esa situación fue la que provocó que algunos de los hijos e hijas fueran directamente al matrimonio y a otros se les impidiera. Los hijos eran utilizados como parte de la estrategia familiar del padre de familia, quien podía concertar el matrimonio de sus descendientes desde muy temprana edad. El matrimonio era utilizado por quienes ofrecían patrimonio, posición social dominante y capacidad de influencia ante las instituciones, lo que dio lugar a la endogamia y a importantes problemas de consanguinidad. Lo que primaba era concertar un buen matrimonio para el primogénito, hijo o hija. Ello impedía que el resto de hijos contrajeran matrimonio. En su lugar eran enviados a los conventos, la Iglesia o el ejército. Muchas niñas fueron apartadas del mercado matrimonial y enviadas a instituciones religiosas sin vocación alguna donde eran encerradas para el resto de sus vidas66.
Debe de insistirse en el valor que tenía en aquella sociedad el principio de estabilidad y orden que había aportado el concilio de Trento al matrimonio. Se trataba como una cuestión de interés económico y social que todas las clases sociales, en la medida de sus posibilidades, lo tenían en cuenta. En este contexto, podría decirse que el padre ejercía violencia sobre sus hijos al imponer que uno o varios de sus descendientes, que tal vez no lo deseaban, debían casarse o los obligaba a hacerlo con una persona que no era de su agrado o, al revés, otro que deseaba casarse era obligado a ingresar en una orden monacal o en el ejército. Estas situaciones dieron lugar a que dentro de las familias del Antiguo Régimen se provocara en muchos hombres y mujeres frustración, dolor, soledad y muchas dificultades. Ahora bien, también es cierto que los jóvenes habían sido educados en aquella sociedad y con aquellos principios y valores. Por tanto, aceptaban como natural que un matrimonio no bendecido por los padres los podía llevar a la ruina y a la exclusión social. Posiblemente los jóvenes de aquella época no defendían como algo propio e innato la libertad como principio. No eran ajenos a su entorno social y mental. Habían sido educados en aquellos valores estamentales, patriarcales y los aceptaban. En consecuencia, por muy injustos e insólitos que resulten en la actualidad, parece difícil aceptar que las relaciones paterno filiales estuvieran en permanente litigio. Es evidente que en la sociedad del Antiguo Régimen consolidar el estatus de la familia era el objetivo que ambas partes, padres e hijos, buscaban y repetirían en el futuro.