Читать книгу Innombrables - Maite Mentxaka - Страница 7
Оглавление16 de julio de 2013 cuatro años después de la noche de autos
Salimos de Sibiu. No hemos visto el castillo de Bran pero hemos tomado cervezas estupendas y una buena cena. Nos dirigimos hacia los Cárpatos, la puesta de sol nos permite ver su perfil negro. Mientras el coche circula por la carretera, el perfil se desplaza y muestra sus picos y vaguadas. Mi pecho se encuentra un poco comprimido porque los recuerdos se han instalado con fuerza y llegan a trepar por mi garganta presionándola. Recuerdos en los que desfilan algunos rostros, entre ellos el de Erik.
Persona Erik que a pesar de su despertar quinceañero contra su padre abandonó pronto su hostilidad. La necesidad de aprobación le impulsaba a volver a él para ser castigado de nuevo, ya no con agresión sino con clara muestra de desinterés por cuanto le decía o hacía. No le concedió nada de más valor que el nombre de Erik y su apellido. Quizá porque lo hizo antes de que su hijo se manifestara como el antiproyecto del padre. Hombre ajeno a la dulzura por lo que deducía del sentir de Erik, y el respeto, la generosidad y la discreción. Su hijo las abanderaba y ni los ladinos de corbata que tomaban su café en el descansillo y azuzaban a Erik para que exhibiera su déficit, hubieran podido negarlo. Ignoro cómo se instalaron en él esas virtudes tan ajenas a su progenitor. Pudieron venir de su madre, no lo sé porque no la conocí hasta el día en que despedimos a mi amigo y solo un momento. Mi amigo amaba a su madre, solo la amaba, nunca resaltó nada que nos permitiera saber cómo era. Luego supe que jamás ella se dejó ver, era una mujer sin presencia, oculta tras su marido y tan sumisa que aceptaba hasta la más brutal agresión hacia su hijo y hacia ella si lo protegía. Así salió un Erik pacato en su juventud y más alentado luego cuando pudo hacerse con un trabajo y un valor que se transcribía en unos ingresos suficientes, producto de la comisión asignada en razón de la cantidad mensual vendida. En ese momento vendía material de oficina. Ninguna seguridad en ese trabajo ni en ningún otro de los que consiguió. Siempre autónomo, siempre a porcentaje.
Jamás supo decir cuál era el idioma originario de sus antepasados cuando hacía referencia a su procedencia alemana de Transilvania. No lo sabía pero sí sabía que su padre le puso el nombre de Erik porque siempre reivindicó su ascendencia alemana. Quizá ese era el idioma de sus antepasados muy antepasados. Debía ser así si su padre lo decía aunque toda la familia, la que él conocía, de su padre y de su madre, todos habían nacido como él en Tarrasa. A los abuelos por parte de su padre no los conoció pero sabía que su abuelo vino de La Mancha aunque su padre nunca se lo dijo. Todos de Tarrasa y todos hablaban catalán, Erik lo hablaba con la misma dificultad que el español. Sus problemas eran de locución, su voz y gesticulación se expresaban con más soltura. Sus problemas de locución no provenían de ningún origen alemán, nadie en su familia lo hablaba, ni tampoco del idioma familiar catalán. Podía ser su infancia de tartaja y el arrastre de una inseguridad que su padre fomentó a la perfección. Ante su vocabulario tan reducido, a veces me sentía obligada a facilitarle las palabras cuando le veía azorado a la búsqueda de alguna para completar una frase. Sé que no era bueno pero no podía evitar lanzarme en su auxilio dejando aún más en evidencia su impotencia verbal.
Mi amigo repetía a la menor oportunidad que su familia procedía de la Transilvania alemana, como decía su padre, y repetía, Transilvania no Rumania. La oportunidad se la daba a veces alguna o algún mal intencionado buscando sacar a escena su orgullo de procedencia. Erik no lo mostraba por propio orgullo, era el orgullo que su padre le instigaba y con más empeño una vez reconocidos las limitaciones de su hijo. Erik no se extendía mucho más que en la mención de su procedencia, solo una escueta mención, aunque la hacía muy presente. Pocas veces se extendía verbalmente. Y si alguien decía, enfatizando la interrogación, Transilvania está en Rumanía, entonces era la oportunidad de Erik para responder, repitiendo lo que siempre había oído. Si estábamos a su alrededor escuchábamos por décima o quincuagésima vez lo mismo. Es posible que el desprestigio de la palabra rumano en una Europa que ya comenzaba a llenarse de una inmigración del Este de Europa produjera en Erik un inacostumbrado vigor expresivo e insistía, sí, ahora es Rumanía pero siempre estuvo poblada por alemanes que fueron allí a hacer negocios. Es verdad que la síntesis de los motivos que condujeron a alemanes a instalarse allí en boca de Erik sonaba un poco cómica. Lo importante para Erik era avalar la decisión de su padre al elegir su nombre y defender sus argumentos. Ese orgullo de procedencia inculcado por su padre era muestra de su déficit y mayor muestra de la infravaloración a la que le condujo su padre cuando percibió que su proyecto de progenie era inviable en aquel ser. Fue el mismo momento en que ese padre supo que el nombre de pila elegido no sería suficiente para agregar a su hijo una mayor cotización. Nombre que aspiraba a representar una saga con cotización en alza en los mercados y se quedó en una denominación que ni tan siquiera fomentó la autoestima de Erik. Ese fue a mi juicio otro de los ingredientes, la falta de valoración, lo que puso a Erik a merced del adulador al que no nombro. A merced del innombrable.
Como decía, visitamos Sibiu después de haber atravesado pequeños pueblos cuya arquitectura popular parecía más propia de Alemania que de otras regiones de Rumanía. Visitamos iglesias fortaleza y vimos a habitantes de esas ciudades y pueblos que podían ser descendientes directos de aquellas primeras poblaciones alemanas y aún hablaban alemán. Sus nombres y apellidos alemanes daban a entender que las mezclas con los autóctonos no se habían producido.
El nombre Erik era bandera de genética bien valorada. Bien valorada sobre todo por quienes la portaban en aquellos pueblos de Transilvania. Y allí se encargaban de enarbolar la bandera alemana a pesar de pertenecer a otro país. Orgullo patrio plasmado en una tela de varios colores, su bandera aún mantenida, eso es aún valorado en un país al que no representa.
Las banderas y los nombres. Los nombres nos califican, tienen una vida propia más amplia que su significado. El nombre no tiene forma ni color como la bandera ni tan siquiera tiene sentido si no se lo han dado antes porque qué serían la palabras si no las hubiéramos cubierto de significados. Erik era solo un nombre pero llevándolo mi amigo era sinónimo de placidez y confianza.