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8 VELEIDADES DE UN CATEDRÁTICO

Entre los del primer curso de la facultad descollaba, por su competencia y por su vocación y entusiasmo, el profesor de Literatura General, Dr. don Antonio Sánchez Moguel,31 solterón empedernido, dotado de muchas rarezas, que vivía con su anciana madre y cuyas rarezas de carácter soportaban unos y otros no, autoritario y atrabiliario, lo que motivó más de una vez censuras en el Ateneo y enemigos personales que transcendieron a la prensa, como ocurrió con su compañero, el catedrático de Oviedo Dr. Leopoldo Alas (Clarín) y con otros, y no pocos disgustos que sufrió, dentro de la Universidad, y violentos muchos de ellos entre compañeros a los que quería imponer su voluntad y más de una agresión por parte de estudiantes atropellados por él tras su inmunidad docente.

Al iniciarse los exámenes de fin de curso, formaba tribunal con don Nicolás Salmerón y don Manuel María del Valle, a quien la cátedra no le interesó nunca, especulando más en la política, y al despedirse, don Antonio, con la mayor tranquilidad, nos dijo que como se iniciaban los exámenes con el de Literatura tuviéramos en cuenta que la nota que sacásemos, en esta su asignatura, sería la misma que, posteriormente, obtendríamos en las otras dos materias.

Y así sucedió, sin saber nosotros de qué mañas se valdría, dada su habilidad y su audacia para imponer su voluntad, cosa que a mí me perjudicó mucho, sirviéndome de lección para el futuro. Yo me había hecho una ilusión, con fundamento para ello, la de sacar sobresalientes en las tres asignaturas, pero como los exámenes empezaban el día primero de junio y la última cátedra y lección explicada se efectuaban el día treinta y uno de mayo, el tiempo me faltó para preparar bien las tres últimas lecciones del programa, que se componía de 67 lecciones, y no pude más que mirar por encima los apuntes, confiándome en lo que recordaba de las explicaciones habidas en clase. Y así marché, alegre y confiado, a los exámenes en que, por lo menos, dos lecciones sacaría, entre las 60 anteriores, pero ¡cuál fue mi espanto al sacar de la bolsa las bolas correspondientes a las lecciones 65, 66 y 67!

No perdí la serenidad que, en casos como aquel, nunca me faltó y a la que debo gran parte de los éxitos de mi carrera. Comprendí que había perdido la partida, derrumbándose mis ilusiones, defendiéndome heroicamente y como pude, con lo que recordaba de las últimas explicaciones, no logrando sacar otra nota que la de aprobado, no muy justa, por la actitud del catedrático, pero que no dejó de satisfacerme, ante el panorama catastrófico anunciado por este. Me examiné, días después, de Historia Universal y de Metafísica, que, para todos los alumnos, era el verdadero «coco»; hice muy buenos ejercicios, esperando las mejores notas… pero, cumpliéndose los pronósticos de don Antonio, secretario del tribunal, no saqué más que dos aprobados, suscritos con su firma, cumpliéndose así sus vaticinios con todos sus alumnos.

De todos modos, saqué a flote todo el curso, quedando libre para las vacaciones veraniegas, que pasaría en la finca que el colegio poseía en El Escorial.32

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