Читать книгу ¡Podemos querernos más! - María Agustina Murcho - Страница 28

En primera persona: Guadalupe, 21 años

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Toda mi vida amé la comida, nunca tuve problemas en cuanto a qué comer, y siempre preferí la comida casera. Soy ecuatoriana, pero viví toda mi vida en la ciudad de Buenos Aires. Para mí la comida era un momento de conexión con mis raíces, sobre todo porque mi papá es chef.

Cuando cumplí catorce años, las cosas empezaron a cambiar, empecé a fijarme cada vez más en mi figura y mi peso, que nunca antes me habían preocupado. Me comparaba con mis compañeras del colegio y del club, me sentía mal por la forma que tomaba mi cuerpo (totalmente ridículo, porque tenía un peso normal para mi altura), hasta que un día, cansada, me puse a buscar en Internet las “causas” por las que uno sube de peso y un montón de artículos de revistas me saltaron en la primera página, la mayoría demonizando a los hidratos de carbono. Pensé: “Wow, si taaaantos artículos dicen que los hidratos son malos, y encima después en otros relacionados aparecen dietas de famosas que dejaron los hidratos y se ven divinas, ¡lo más lógico es que sea cierto!”. Así, de un día para el otro, me propuse dejar las harinas e hidratos.

Dejé de comer fideos, galletitas, arroz y papa, que están presentes en un montón de comidas típicas de mi país, me empecé a preocupar más por lo que mis papás preparaban. También comenzaron las peleas, los berrinches, todo por no querer comer ni un gramo de hidratos. Al principio ni les prestaba atención, pero poco a poco desarrollé un miedo terrible incluso a tocarlos. Con el tiempo, las restricciones me llevaron a dejar de comer ciertas frutas y luego los lácteos.

Bajé de peso, pero a expensas de mi salud física y emocional, porque sin saberlo me estaba alejando de mi familia y mis amigos; lo único que me importaba era cuántas calorías quemaba entrenando y controlar que mi comida nunca tuviera hidratos.

Luego mis papás me “obligaron” a incluir hidratos de nuevo, aunque al principio fue difícil para mí; luego pasé de no comer a atracones constantes, a nunca poder frenar. Subí de peso, incluso más de lo que pesaba al principio, cuando había probado una dieta para “no engordar”.

Desde los catorce años sufro de trastornos alimenticios y sus consecuencias. A fines de octubre de 2017 inicié mi primer tratamiento para darle un alto, no podía soportar un día más pendiente de las calorías y con miedo a comer, a tener un atracón, a vomitar, a desmayarme por haber ayunado 3 días seguidos. Es difícil, pero las ganas de salir de este encierro son más fuertes y cada día estoy más decidida. Toma tiempo, paciencia, ganas y mucho autoconocimiento.

¡Podemos querernos más!

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