Читать книгу Alitas quebradas, bracitos rotos - María Eugenia Chagra - Страница 12

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La tía Iris tejió tanto y tanto…, cuentan que las mujeres hacendosas suelen hacerlo cuando necesitan olvidar o aguardar, qué sé yo, tejen y destejen mientras se pasan las horas y la vida y la remembranza del amado que no fue, en eterna pausa, silenciosa, fiel; pero la tía Iris no destejía; cada tanto, cuando la enormidad bajo sus pies y a su alrededor se hacía inmanejable, alguien cortaba la lana, doblaba el tejido y lo adoptaba de mullida frazada, a veces pienso que nadie hizo diligencia alguna para sacarla de ese estado porque era productivo para cada cual; en mi caso, su utilidad derivaba del hecho de que en medio de esa maraña multicolor me era propicio refugiarme de tantos y cuantos peligros, tristezas, dolores, cubriendo mi soledad, encontrando calor, o simplemente semejando entre sus pliegues un buen colchón en el cual dormitar cuando no sabía dónde más hacerlo, o un escondrijo adecuado desde el que escudriñaba el mundo circundante sin que me descubrieran.

En fin, todavía hoy, mientras trato de recordar y han transcurrido una punta larga de años, tantos que cuesta calcularlos, imagino que ella sigue tejiendo sentada cómodamente, o no tanto, porque eso de permanecer la cabeza gacha sobre las agujas…, seguro que deben de dolerle el cuello y los dedos que estarán entumecidos de tanto darle a la lana para un lado y para el otro, pero ella ha de proseguir en su sillón de mimbre perdida de todos, sin tiempo ni palabras, ni tan siquiera saber si es invierno o verano, en eso sin dudas se parece a mí, trenzando sin fin…

Muchas veces me he acercado a observarla en el afán de comprobar si continuaba respirando, porque lo único notable en su figura residía en el pequeño movimiento de las agujas, para arriba, para abajo, ella igual, solo la cabellera un tanto más blanca, más rala y bastante más larga y unos lentes sobre la nariz que alguien le debe haber colocado pensando que, según transcurrieron los años, ya no podría distinguir su labor.

Me pregunto si, al no enterarse de nada, la vida no se dio cuenta de que ya le había pasado y así, mientras los demás se hacían viejos y morían, ella como si no.

En realidad, visto de esta manera, podríamos coincidir en que en definitiva fue una mujer agraciada y feliz.

Es lo que yo ambiciono mas no me dejan, abandonar las horas sin darme cuenta, así es que prosigo, tomar una punta y jalar suavecito, permitir que el cordel se deslice hasta que no dé más o alguna dificultad se imponga, entonces detener la maniobra y retomar por otra parte. Vale la pena probar, si no sirve se verá.

Qué recuerdo me asalta, surge primero sin forzarlo, porque sí, sin presiones.

Pongo la mente en blanco, a pesar de que eso no es fácil en mí, siempre ando con la cabeza rebalsando. Por aquí me indican

¡Che!, dejá quieta la cabeza, detenela, que así vas a terminar mal.

Entonces, como no lo puedo hacer, la golpeteo un poquito contra las paredes, cuando principia a doler, el padecimiento me distrae los pensamientos y puedo detenerme un rato, después, a la hora o a la media, empieza de nuevo, que esta cosa y esa otra, que de arriba y de abajo, que si es negro o es morado, mi cabeza no se contiene, es un embrollo desarticulado todo el tiempo, sin solución.

Pero era que iba a dejar venir el primer recuerdo que apareciera, a ver, a ver…

Guardapolvos blancos y cofias almidonadas… ¡Pero eso no! Eso tampoco es recuerdo, concentrate y dejate fluir…

La tía Marta. ¡Ah!, la tía Marta, qué lindo…

Alitas quebradas, bracitos rotos

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