Читать книгу Alitas quebradas, bracitos rotos - María Eugenia Chagra - Страница 13

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Mi tía Marta era alta y algo pelirroja, bueno, lo de alta es un decir si tenemos en cuenta que entonces yo no alcanzaba el metro, para mí todos eran enormes, muchísimo, y como a mí no me tenían en cuenta, me lo parecían más, operaban por lo alto, de cuerpos y de mentes, los ojos de todos me sobrevolaban, con lo cual un mundo de gigantes me rodeaba resultando yo la única enana, pero no, había otros enanos, de esos hablaré luego porque si no me olvido de la tía Marta, pero, a decir verdad, enanos transitaban unos cuantos, lo que sucede es que pertenecían más bien a la categoría de habitantes o visitantes, no a la de parientes cercanos, aunque por ahí me parece que alguno de esas características formaba parte del último grupo.

En fin, la tía Marta, alta o no tanto, entonces lo era para mí, y según la recuerdo, algo pelirroja, mas como creo que formaba parte del grupo que los fines de semana se embadurnaban el pelo con unas mezclas que preparaban en la cocina en unos calderos hirvientes, no me atrevo a afirmarlo con exactitud.

Ella, pero también podía ser que no, y alguna de las otras, la tía Emma, la tía Rosa, una o dos de las primas y, si no evoco mal, estimo que también el tío Luis, se pasaban horas entre polvos, cáscaras, ralladuras, lociones y alguna corteza, hirviendo y mezclando para conseguir el color ansiado por cada quien, que después disponían sobre las cabezas que envolvían en enormes toallas por algunas horas.

No es que fueran los únicos, solo los que se mostraban, los demás disimulaban, como si no se notara que todos circulaban con unas variaciones que no resultaban muy naturales.

Manzanilla para resaltar el tono rubio.

Agua oxigenada para decolorar hasta lograr el platinado.

Henna para cabello rojizo y negro ala de cuervo (este último resulta difícil de obtener), según sea el gusto a elección.

Enjuague con agua bien fría y con unas gotas de limón para lograrlo brillante y crujiente.

Es conveniente, cuando el tiempo asiste, después de lavado el cabello, nutrirlo con yemas de huevo batidas y suavizarlo con aceite de oliva, dejando penetrar por una hora o dos, luego enjuagar varias veces, si es posible dar un nuevo lavado con algún jabón perfumado para eliminar el fuerte olor que perdurará un par de días o algo más.

Mientras aguardaban alcanzar el efecto deseado, se limaban las uñas, las pintaban. Decoloraban y depilaban las cejas, los brazos y las piernas, para lo cual elaboraban una especie de empalagosa mezcla con jugo de limón y azúcar.

Hacer un almíbar con medio kilo de azúcar cubierto con agua y el jugo de seis limones, hervir hasta lograr punto bolita, que es cuando al tomar el hilo del almíbar entre los dedos pulgar e índice (siempre mojados para no quemarse) se consigue formar una bolita; dejar entibiar, y el dulce obtenido sirve tanto para comer disfrutando de su sabor acidulado, cuanto para depilarse colocado sobre la piel en sentido contrario al vello, y retirado luego de un solo y enérgico tirón por medio de un trozo de tela limpia pegada sobre el caramelo.

Era como un juego a la hora de la siesta, mientras reían y alborotaban, se tironeaban de la piel de piernas y brazos. Entre tanto fumaban, hábito que entre las damas no estaba bien visto, pero que de a poco se iba imponiendo como una costumbre cada vez más frecuente en los tiempos desenfadados que corrían, y chismoseaban; solía observarlos sentada en un rincón del patiecito de la cocina sin que se enteraran, ahí me ilustré de muchas cosas, de largos, grosores, olores, piernas abiertas, piernas cerradas, porque se podrá decir que aquéllas eran épocas puritanas, pero, en lo que a mis tías respecta, aparentaban no pasarla tan mal.

—¿Te parece este color o me queda mejor más claro?

—Me gusta, pero al que debería agradarle es al fulano ese que te visita muy seguido últimamente, ¿no?

—Ni lo digas, que no lo aguanto, pero he de reconocer que tiene lo que debe, en el bolsillo y en otra parte.

Y reían a carcajadas.

—Vos, ¿cómo andas con el viejito ricachón?

—Todavía puede, fijate vos.

—No, si los de antes venían mejores.

Seguían con las risas, yo entendía algunas cosas, otras no, pero lo mismo me ocurría con el resto, de todos modos escuchaba atenta y haciendo mucho esfuerzo con el cerebro pensaba que a lo mejor algo se iría aclarando según pasara el tiempo y acumulara información, después me cansé y dejé de esmerarme, hasta ahora, en que se amontonan las imágenes en mi mente y parecen ordenarse.

Alitas quebradas, bracitos rotos

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