Читать книгу Alitas quebradas, bracitos rotos - María Eugenia Chagra - Страница 8

Оглавление

También los había de esos que solo yo veía, nadie más; entonces, cuando se acomodaban en este o aquel espacio, los evitaba; ellos no tenían problemas en llevar a alguno encima o entreverado, pero a mí no me atrapaban de ningún modo, aun haciendo el papel de tonta allí de pie, cuando parecía haber butacas vacías.

Estos se la pasaban miroteando a los demás y de vez en cuando producían pequeños percances que en circunstancias especiales eran motivo de desencuentro entre los otros; por ejemplo, les encantaba arrojar objetos al suelo o por el aire, correr una butaca cuando alguien estaba a punto de posarse o soplar suaves brisas que hacían flotar las cosas hasta los techos o un poco más abajo, pretextos más que suficientes para provocar riñas entre los habitantes de cuerpo presente y visible.

El tema es que yo variaba de lugar en lugar hasta que no restaba ninguno y no me quedaba más remedio que permanecer parada al lado de cualquiera. Al caso alguien pegaba un grito y me decía

¡Che!…, ¿por qué no vas a jugar con alguno de tu edad?

Pero yo andaba muy aturdida para jugar y menos con uno de mi edad, porque no existían en la casa, salvo que fuera un habitante circunstancial y esos aparecían cuando querían, en muchas ocasiones para acosarme o jugarme bromas pesadas.

Así, yo deambulaba todo el día y a veces por las noches también, con los ojos bien atentos para no chocar con ninguno y, según comentan, la boca medio abierta en un gesto bobalicón; de lo que no se daban ni cuenta es de que siempre estaba a punto de decir algo que nadie tenía intención de escuchar.

Erraba de habitación en habitación, por los patios, por los pasillos y en el fondo; me apoyaba en las paredes, los observaba desplazarse, de tanto en tanto tocaba un brazo, una prenda que llamaba mi atención.

Me pasaban por encima, de costado, por arriba, entre medio, sin percatarse de mi existencia; comía algunas veces pues nadie se ocupaba de ello, si bien recuerdo un trance en que se interesaron mucho por mi delgadez, sucedía que estaba a punto de desaparecer, lo que no hubiera sido extraño en una casa donde todos aparecían y desaparecían como si nada, pero en esa coyuntura, vaya uno a conocer la razón, alguno se inquietó por mí y me atosigaron a carnes rojizas y aceite de hígado de bacalao por un tiempo, después se volvieron a olvidar de mí o estarían demasiado ocupados, no alcanzo a determinarlo.

Cuando los niños presentan problemas de alimentación, es decir cuando empiezan a perder peso, palidecer, en algunas ocasiones temblequear, dejan de jugar y duermen en exceso, cosa que puede suceder con algunos mayores también, se recomienda:

Una cucharada o dos de aceite de hígado de bacalao a las mañanas en ayunas, lo que puede resultar difícil de ser ingerido por el infante, pero que al ser una medicina eficaz que colabora a recuperar peso y energía, debe de ser proporcionada a pesar de las resistencias ofrecidas.

Jugo de carne, es decir, la sangre del animal casi sin cocción.

También favorecen la rápida recuperación, las espinacas, acelgas, radichetas y otras hojas verdes, por su alto contenido en hierro.

Un huevo diario, o mejor la yema del mismo, cruda para no perder ninguna de sus propiedades, que será mejor tolerada si se ingiere bañada en un vino dulce, aporta suficiente proteína.

A poco de comenzado el tratamiento, si se lo observa con cuidado, se logra el resultado buscado.

Yo vagabundeaba por ahí, pellizcaba lo que podía, de vez en cuando dormía donde me agarraba el sueño, cuando me asaltaba, pues era común que rondara por las noches, de día igual, con los ojos semiabiertos y a veces semicerrados, ocurría que al no tener cama fija (porque como llegué de últimas ya no quedaba ninguna) variaba de ubicación según se fuera este o aquel, por una temporada o permanentemente. Es que así como se iban, arribaban otros, nunca se sabía a ciencia cierta con quiénes se contaba para comer, dormir u otros menesteres.

Con el tiempo aprendí a apresurarme para ganar un sitio en cualquier parte, como ya iba creciendo les costaba mucho más expulsarme. Además, era de los pocos que permanecían, con lo cual iba identificando en medio de tanto ajetreo, mejor que nadie, las costumbres y ritmos que a pesar de todo se imponían por épocas, lo que me favorecía a la hora de conseguir un bocado, una cama, un asiento u otras vituallas.

Llegué a ser la que dominaba los usos familiares, la que diferenciaba quiénes, qué y cómo habitaban la casa y la ocupaban, sin que repararan en mí; en definitiva, me sirvió de mucho pues obtuve mis pequeños beneficios personales, pero eso sucedió con el tiempo.

Mientras, yo peregrinaba por el enorme caserón de gruesas paredes y techos altísimos, de puertas de doble hoja con banderolas de vidrio que se cerraban jalando de una pequeña cadena que colgaba a un lado, sobre todo cuando alguien decidía jugar al cuarto oscuro clausurando todas las aberturas, para que cada cual se ocultara donde pudiera con las luces apagadas, el elegido de turno debía ubicar a los restantes; a mí no me invitaban pero de igual modo participaba con el cuerpo temblequeando de miedo. Como siempre sucedía que no me tenían en cuenta, los iba descubriendo con total facilidad, lo que ocasionaba una segura rabieta pues les estropeaba la diversión

¡Che!, salí del medio que nadie te invitó a jugar, solían decirme.

De todas maneras me filtraba sorprendiéndolos fácilmente gracias al crujido que producían al moverse sobre los largos tablones de madera que cubrían los pisos, lo que aumentaba el suspenso.

Alitas quebradas, bracitos rotos

Подняться наверх