Читать книгу Alitas quebradas, bracitos rotos - María Eugenia Chagra - Страница 9
ОглавлениеDos patios plenos de macetas con malvones y geranios cobijaban, según los tiempos, a ocupantes varios.
Las habitaciones contiguas, una al lado de la otra, comunicadas por una puerta intermedia, contribuían al desorden y la confusión, de tanto en tanto alguno se colaba donde no debía y podía provocar tremendo lío o por lo menos un sobresalto fenomenal a cualquiera que fuera tomado desprevenido. Así sucedió cuando uno de los tíos se equivocó de pieza o, al caso tal vez, de cama, yéndose a posar, o más correcto sería decir a recostar, en la de la prima Isabel, que lo corrió a zapatazos mientras la prima Rita daba de alaridos desde el cuarto de al lado. No era lo habitual pero sí ocasional.
Un solo baño, en el justo medio de las habitaciones, contaba con una enorme bañera enlozada sostenida por patas que semejaban angelitos, donde solíamos deleitarnos con el anhelado baño semanal, solíamos es un decir, pues dependía de muchas cuestiones, por ejemplo, que hubiera leña suficiente acumulada en la leñera para alimentar la cocina que concentraba y brindaba calor al tanque de agua a través de un elaborado sistema de tuberías; cuando escaseaba la madera acopiada en el fondo, se hacía necesario economizar y acaparar la reserva para cocer los alimentos.
También podía disminuir el agua si la reducían debido a las sequías; claro que en otras circunstancias lo que acontecía es que llovía demasiado, cosa que ocurría en los veranos frecuentemente, como cuando se anegó media ciudad, el sótano de la casa incluido, por lo que debimos esforzarnos tres días desagotando el lugar en hondos baldes de latón que acarreábamos entre todos uno a uno sin descanso, lo mismo la casa prosiguió trasminada de olor a humedad y fría durante varias semanas, refrescado el ambiente que afuera estaba caldeado, al menos ese beneficio cuajó de la catástrofe y la hedentina no resultó tan tremenda, diferente a cuando se desbordaron las cloacas, un horror el tufo, se tornaba imposible respirar del hedor que flotaba en el aire, al igual que transitar, dormir, ni tan siquiera vivir de semejante vaho que lo inundaba todo, la casa, las otras vecinas, el barrio entero, lo que promovió más de una queja cuando no denuncias.
Todo esto sucedió luego de que Valentín, que era quien limpiaba los desagües impidiendo que se obstruyeran, desapareciera un día, con lo que al no emplearse ninguno en tan desagradable tarea, los caños fueron acumulando lo que circulaba habitualmente más lo que uno a uno los habitantes de la casa se dedicaban irresponsablemente a arrojar. Prefiero no enumerar las inmundicias, pues el asco podría producirnos vómitos, lo mismo cada vez que lo recuerdo me invaden las náuseas, siendo que en aquel evento lo de menos fue el olor, lo que flotaba en el patio y se fue metiendo en las piezas entre el líquido nauseabundo, eso sí que era repugnante.
Al cabo vinieron los bomberos en un gran camión pintado de rojo ululando la sirena y con unos cables inmensos destrancaron la cañería, las porquerías permanecieron por varios días, lo mismo que cuando la inundación, esa vez el líquido se filtraba por cuanto recoveco existía y nos subía hasta las rodillas, pero escaseaba para el uso casero, habiéndose taponado los caños y vertederos de la ciudad, para peores males el agua se hallaba contaminada, pues entre tanto desborde y correntada, los desperdicios flotaban y algunos perros jugaban mientras otros se hundían muertos y putrefactos.
Cuando cuestiones como estas acontecían, el baño se distanciaba en el tiempo o las tías para no perdérselo se conformaban con menos agua y hasta ingresaban a la bañadera, que era vasta, de a dos o tres, lo que lo tornaba menos higiénico pero más divertido, era un gozo escucharlas a las carcajadas jugar como niñas, salpicando agua y desperdiciando jabón.
La otra posibilidad era lo que llamaban el «baño francés», la verdad es que no entendía de qué se trataba pues nadie me lo explicaba, imaginaba que sería alguna ceremonia especial aprendida en otras latitudes, pero por lo que yo sabía, nadie había salido del territorio de la casa y sus alrededores. Finalmente pude apreciar el elaborado ritual, de igual modo que todo lo que con el tiempo llegué a conocer, es decir, escondida tras una puerta en alguna esquina disimulada y espiando.
Es recomendable para mantener un buen estado de salud, observar reglas higiénicas básicas, como el saludable baño semanal que elimina grasa e impurezas que impiden a la piel respirar debidamente, y refresca eliminando malos olores en zonas pudendas.
De no ser posible, se deberá salvar su falta lavando con agua y jabón abundante o en su defecto pasando una pequeña toalla o un paño mojado por axilas, cuello, orejas, entrepierna y más profundo. Completar con un buen lavatorio de pies, orejas y limpieza de uñas.
Si se tiene en disposición, es placentero agregar unas gotas de agua de colonia para agradar el olfato. Esto es lo que se ha dado en llamar «baño francés» debido a su uso acostumbrado en aquel país.
En lo que a mí se refiere, debía conformarme con esperar a colarme en la gran tina entre una y otra de las mujeres de la casa, antes que el desagüe se tragara el resto de agua jabonosa, ni tan clara ni tan caliente, igualmente maravillosa para juguetear un rato allí, eliminando la mugre y hediondez que acumulaba mi magro cuerpo, luego de pasar las horas frotándome en las paredes o pisos de la casa o dormitando recostada en cualquier sitio. Eso a las apuradas antes de que me corrieran como era costumbre
¡Che!, quién te creés vos para desperdiciar agua y jabón… Salí de ahí, y me sacaban a empellones.
Pero… ¿en qué estaba? Ah, ya…, creo que recorriendo la casa.
Los dormitorios quedaban encerrados entre dos comedores, uno de recibir y otro de diario, que a veces actuaba de alcoba según aumentaran o disminuyeran los huéspedes.
Al fondo, la cocina, sin puertas y sin ventanas, se abría a un pequeño patio a través de una arcada, por donde circulaban los gatos, propios y ajenos, que bajaban de los techos procurando un bocado; la despensa con embutidos colgados, cajones de frutas y verduras y las bolsas grandes de azúcar y harina, abundantes o no según las épocas, como los habitantes de la casa que se sucedían en cantidades variables.
Luego el fondo con mandarino, parral, limonero y la higuera. Ahí moraba uno de los más conocidos. Jugaba a veces conmigo. Pero no era el único, porque en algunos crepúsculos lo escuchaba conversar con otros, escondidos tras los troncos que se amontonaban en pilas para alimentar la cocina a leña; yo atendía procurando entender lo que decían sin lograrlo, debía de ser por el extraño idioma que empleaban y que no era jeringonza, ese me lo enseñó la tía Julia un corto período en que pasó por la casa. Con ella jugábamos a que no comprendieran los demás, aunque la mayoría lo lograba, a pesar de que se hacían los burros desentendidos.
mipi tipiapa jupulipiapa, nopo eperapa mipi tipiapa, peperopo copomopo apa capasipi topodopos yopo lapa llapamapabapa apasipi, epellapa eperapa mupuypy jopovepencipitapa ypy hepermoposapa
Y un día llegó triste por una gran disputa que había mantenido con su mamá por un novio que amaba, la mamá no, y ella se vino escapada por tras de él que según cuentan se fue con otra puesto que era un mujeriego de aquellos que las quería a todas, pero en serio ni hablar, la tía Julia lloró, lloró y lloró más, hasta que casi se le salieron los ojos y se quedó sin lágrimas y sin risas, pero lo de las lágrimas fue tan grave que se le secó el blanco del ojo y se le acumularon unos cristalitos, a punto de no poder cerrar los párpados porque se le lastimaba (el blanco del ojo) con lo que vivía despierta o dormida con los ojos abiertos, casi un fenómeno, tanto que la entrevistaron para una revista de curiosidades, en realidad fue a los otros, que morían por aparecer, ella no se dejó ni ver, simplemente vivió enclaustrada hasta que se marchó sin que se supiera el rumbo.
Yo la vi partir con el corazón estrujado, era de las pocas que me habían prestado atención, y mientras le decía
Chapaupu tipiapa Jupuliapa
atravesó el largo trecho que separaba el interior de la casa de la calle, sin darse vuelta ni una sola vez, y yo me metí corriendo porque ese lugar me provocaba miedo.