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LA MIRADA DE LAS NIÑAS, LOS NIÑOS Y ADOLESCENTES HACIA SU PROPIO PROCESO ADOPTIVO
ОглавлениеTal como lo hemos descrito en el capítulo anterior, a las/os NNA sin cuidados parentales se les ha vulnerado uno de los principales derechos humanos: el derecho a su vida familiar.
En ese contexto es que el instituto de la adopción viene a presentarse como el mecanismo restituyente posible, solo si previamente se hubieren aplicado todas aquellas medidas de protección pertinentes para que esa/e NNA pudiese permanecer con su familia de origen –ya sea nuclear o ampliada– y estas realmente no hubieren dado resultado en el plazo previsto en la ley.
Por lo tanto, cuando se llega a declarar la situación de adoptabilidad de un/a NNA, es porque la familia, el Estado y la sociedad ya fallaron en esa primera obligación que era la de garantizarle que su transcurrir, su desarrollo, su sentir, su sentir-se parte de una organización familiar, sucediera, en y a través de su familia de origen o –en segunda instancia– en y a través de su familia ampliada o con sus referentes afectivos.
En este sentido, creemos importante advertir que la posibilidad de la adopción llega a la/al NNA desde una cadena significante1 de lo totalmente ajeno, desconocido e impensable. Y, a su vez, surge luego de varios intentos infructíferos de que esa/e NNA sea cuidada/o e incorporada/o por aquellas/os que sí siente como cercanas/os, conocidas/os e imaginables: su familia de origen, su familia ampliada o sus referentes afectivos. O sea, que a esa/e NNA, ni su familia de origen, ni su familia ampliada, ni sus referentes afectivos pudieron o quisieron cuidarla/o. Lo que, subjetivamente, podría llegar a traducirse como “no me quisieron, no pudieron conmigo”.
Por ello, si bien desde una mirada adultocéntrica, podría llegar a entenderse a la posibilidad de la adopción como la solución ideal, lo cierto es que, desde la mirada de las/os NNA, no siempre ocurre así, sobre todo en los primeros momentos.
En este sentido, podríamos pensar que si bien para la/el o las/os adoptantes la filiación adoptiva es una elección que nace de su propia voluntad –ya sea de manera originaria o bien luego de atravesar determinadas circunstancias de la vida, pero elegida al fin–, para un/a NNA nunca la adopción es parte de su filiación elegida, más allá de que luego preste el consentimiento para su propia adopción.
Además, frente a este nuevo escenario, a las/os NNA se les puede sumar un plus inesperado. Esto es, el tener que lidiar con un alto costo de exigencia intrapsíquico, afectivo y vincular, como consecuencia de una puja interna entre su pasado vincular y su prometedor futuro vincular, pero totalmente desconocido e incierto. Esta exigencia psíquica se instala repentinamente, al mismo tiempo que puede llegar a expresarse a través de la configuración de nuevos comportamientos no habituales, nuevos síntomas psicosomáticos, angustia e hiperactividad, entre otras manifestaciones posibles. Esta exigencia psíquica producida como consecuencia de esta “puja de lealtades” se inscribe en la/el NNA de la siguiente manera: “¿cómo voy a hacer para que aquellas figuras representativas de las personas más familiares, cercanas y conocidas por mí se desvanezcan y pierdan importancia, para dar lugar a aquella/as nuevas?”.
Por lo tanto, se le puede presentar el miedo asociado a un arduo proceso de duelo2 que sospecha que deberá atravesar. Como ejemplo, valga el relato de la situación de Manuel3. Él era un niño de ocho años que, estando en guarda con fines adoptivos, aproximadamente a los tres meses de iniciada la misma comenzó a sentir la necesidad de hablar con su guardadora acerca de su familia de origen. Si bien ella se mostraba sumamente predispuesta a escucharlo e interiorizarse de aquello que le quería contar, lo cierto era que el niño comenzaba el relato y se angustiaba mucho al nombrar a su madre de origen. En ese punto, la angustia era tan grande que no lograba continuar. Esta situación se repetía una y otra vez, hasta que un cierto día, su guardadora lo invitó a que pudieran ponerle un nombre a su mamá de origen y hablar de ella como “la señora que me hizo”. Manuel aceptó la propuesta rápidamente y, a partir de aquel día, los relatos sobre su familia de origen comenzaron a fluir con mayor facilidad, con franca libertad en el modo de narrarlos. ¿Qué había sucedido? Manuel había comprendido que no era necesario borrar su pasado. Que, por el contrario, era saludable que lo mantuviese y que su nueva familia estaba interesada en incorporarlo a él con y junto a todo su pasado. Manuel entendió que lo que necesitaba era que ese pasado siguiese siendo parte de sí mismo, que no era necesario intentar borrarlo, pero sí resignificarlo. A partir de entonces, Manuel recordó a “la señora que lo hizo” como tal, e intrapsiquicamente ordenó los antiguos y nuevos vínculos. Cada uno de ellos tendría el lugar que le correspondía, tanto en su psiquis como en sus sentimientos: la madre de origen y la mamá guardadora, futura mamá de Manuel.