Читать книгу El Tigre del Subte - María José López - Страница 13
RECURRENTE
ОглавлениеLlegaron al club de jazz. A ella le encantaba el lugar; era lindo. Estaba ubicado en un subsuelo. Al bajar la empinada escalera por la izquierda, antes de las cortinas bordó de terciopelo, había un pequeño mostrador atendido por un chico joven, muy simpático. Como ya los conocía, los saludaba con cierta familiaridad. Él cobraba las entradas.
Al pasar las cortinas se encontraban con un sofisticado salón de paredes rojas, en la mitad tenía un escalón que separaba el espacio en dos niveles. A la izquierda una larga barra con espejos y botellas de diversos licores, copas y vasos. Siempre había movimiento en la barra. Ellos tenían su propia mesa, y como eran asiduos, siempre estaba reservada en la segunda fila antes del escenario.
Las mesas eran chicas, redondas, vestidas de rojo hasta el piso. En cada una, una lamparita de velo negro y dorados cristales brillantes que colgaban de ella. El ambiente era tenue, romántico y elegante.
No bien se sentaron, el mozo, atento y muy familiar, los saludó de beso como era la costumbre. Luego se acercó con una botella de champán y dos copas muy frías. El halo blanco que las cubría ocultaba su transparencia.
Brindaron. Estaban felices; siempre en el club estaban felices.
Los dos disfrutaban del jazz como su música preferida. Aunque el cine, el teatro y la literatura fuesen otro punto de encuentro para ellos. Como eran melómanos, el jazz era su favorito.
Ese día escucharían una banda joven de músicos muy talentosos que interpretaría un vasto repertorio de Oscar Peterson. Ella siempre pensó que tener una pista de baile haría del club un lugar perfecto.
Mientras levantó su copa de champán para brindar, le dijo al oído que le encantaría bailar. Él sonrió amorosamente, y sin decir nada, brindó con ella. Se bajaron las luces; el concierto iba a empezar. El telón del escenario se abrió lentamente, luces rojas y azules ambientaban la escena. Del lado izquierdo del escenario un piano de cola, del lado derecho el contrabajo, en el centro, al fondo, la batería. Todos aplaudían. El lugar estaba lleno, como siempre.
El pianista entró al escenario. Se sentó al piano y dijo: —Laura.
Esta era una de las más hermosas piezas de Peterson, pero también era el nombre de ella. Tan pronto el pianista puso sus manos en las teclas, y las primeras notas salieron Laura se largó a llorar. En ese punto él siempre se despertaba y ella desaparecía. Laura, que era un sueño recurrente, tenía que esperar en la oscuridad, el silencio total y la inexistencia, hasta que él, su amor perfecto, soñara de nuevo con el club de jazz, para que ella volviera a existir.
A Gabriel Mañana