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EL TIGRE DEL SUBTE

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El tigre miraba con ferocidad, pero no era la fiereza de estar dispuesto a atacar, sino la violencia que se genera con el miedo, con el sentirse acorralado.

Se aferraba con fuerza al tubo de color naranja brillante que había en medio del vagón del subterráneo. Casi sin mover los ojos, observaba de reojo el bolso que llevaba una mujer, este estaba hecho con piel de serpiente. Al fondo, distraído con un celular en la mano, un hombre que vestía unos horribles zapatos puntiagudos hechos con piel de cocodrilo.

El tigre pensaba: “¿qué clase de selva insegura es esta?”.

Estaba rodeado de monstruos peligrosos, en una jungla horrible saturada de ruidos agresivos y molestos, atiborrada de fenómenos de todo tipo: grandes, pequeños, gordos, flacos, viejos… monstruos que, por más famélico que él estuviera, sería incapaz de comer. Verlos le generaba una especie de arcadas, un asco incontenible.

Sentía que sus patas temblaban y que no podría sostenerse por mucho tiempo más. Intentó recordar cómo llego allí, pero su mente estaba en blanco, era como si no hubiera pasado nada antes, como si no tuviera historia, como si su tiempo hubiese empezado justo en ese momento.

¿Algún horripilante ser de esos lo habría drogado? ¿Por qué estaba tan lejos de su amada jungla?

Entrecerró los ojos, queriendo recordar las sensaciones, los ruidos del viento, las ramas que se quebraban al pisar sigiloso. Esos maravillosos adornos sonoros que aportan los pájaros, los monos y los insectos. Caminar discretamente, mirar hacia arriba y sentir los rayos del sol que jugueteaban sobre su cara en esa danza del viento y el tejido espeso de las hojas de los árboles infinitos en altura.

¡De hecho ese es el cielo! El cielo para el tigre es un tejido móvil de hojas que danza y canturrea permanentemente con el viento y el sol.

¿Dónde se quedó ese, su paraíso?

Un grito metálico, hiriente y ensordecedor entró como una afilada flecha sonora y lo sacó de sus recuerdos.

El tren frenaba y el sonido de la fricción de las ruedas contra los rieles metálicos lastimó sus oídos. Al fondo un sonido nuevo, incomprensible, agresivo.

¿Cómo entender qué pasaba? Su corazón palpitaba casi a punto de salirse de su pecho, corría tanto como él cuando iba a cazar.

Descubrió que ese sonido aterrador era el de la voz humana, una grabación automática que indicaba a los pasajeros del subterráneo que habían llegado a determinada estación.

Él ya no tenía voluntad, sentía que iba a morir en cualquier momento, lo cual —pensaba— sería lo mejor que le podría pasar.

Sin embargo, y sin tener ningún control sobre sí mismo, se separó del tubo naranja brillante al cual estaba aferrado durante el recorrido del horror. No sabía, no entendía cómo se movía, cómo se separó.

Ahora se deslizaba entre los monstruos, los cuales, sorprendentemente, no parecían alterarse con su presencia. Era como si no lo pudieran ver.

¿Se habría vuelto invisible? Eran tantas las preguntas que martillaban su cabeza… Cerró los ojos intentando calmarse.

Se detuvo, pero ¿cómo? ¿Cómo se detuvo?

Abrió de nuevo sus ojos para saltar encima de la realidad que ahora tendría frente a sí.

Atónito quedó cuando descubrió su imagen frente a un espejo...

No era real, era un tigre estampado en la remera de una mujer.

A Joao Muñoz

El Tigre del Subte

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