Читать книгу Salvar un corazón - María Laura Gambero - Страница 16

CAPÍTULO 4

Оглавление

Apenas pasadas las tres de la tarde, Mirko ingresó al edificio donde funcionaba la Editorial Blooming. Había pasado por su apartamento para ducharse y cambiarse de ropa. Allí había encontrado a Garrido aguardándolo, furiosa. Lo amenazó con no suministrarle más mercancía y con quitarle su protección si no se esforzaba un poco en conseguir información en lugar de hacerse el vivo restregándole lo bien que lo pasaba en la cama de Antonella Mansi. Información, le exigía la fiscal, pero él comprendía que era otro el reclamo. No dijo nada y soportó el castigo, consciente de que su libertad dependía de ella y de cuan contenta la mantuviera. Despechada, Garrido podría ser de temer.

Su relación con la fiscal había sufrido muchos altibajos desde el momento en que ella lo sacó de la cárcel de Batán. Mirko empezaba a hartarse de los vaivenes emocionales de Claudia, quien se mostraba seria, sofisticada y segura, pero sus ojos destellaban una mezcla siniestra de sentimientos oscuros, que solo el sexo y la droga parecían aplacar. Consumía tanto como él y muchos de sus encuentros rayaban en lo salvaje. En algún punto, Mirko reconocía que se estaba volviendo algo peligrosa e impredecible. No era nada tranquilizador saberse en manos de una mujer así.

Todavía lidiando con el mal humor que Garrido le había provocado, salió del elevador y encaró la recepción con paso rápido. Al pasar, le dedicó una sonrisa a la recepcionista, que lo contemplaba embobada; le servía mucho estar en buenos términos con ella y de tanto en tanto invitarla con un trago. Leticia siempre sabía quién entraba y salía del edificio; también quién se relacionaba con quién. Era una vasta fuente de información; nada se le escapaba.

Esa tarde, el corazón de la editorial se encontraba. Mirko se dirigió directamente al box que le habían asignado para trabajar. Allí se quitó el abrigo, lo colgó en uno de los percheros y, sin perder más tiempo, reunió el equipo fotográfico que utilizaría esa tarde.

La secretaria de Antonella, que salía del despacho de su jefa, acaparó su atención. Algo en su actitud lo alertó. Consultó su reloj, consciente de que era tarde, y consideró que unos minutos más no empeorarían la situación. Se acercó a la muchacha en busca de información.

–Hola, Romi –la saludó al llegar a su lado–. ¿Antonella te dejó algo para mí?

–Sí, dame un segundo, Mirko –respondió. Bajó la vista hacia una pila de carpetas y buscó una de cartulina amarilla; se la extendió–. Aquí tienes la información y las especificaciones sobre las modelos de hoy. Los productores están esperándote hace media hora.

–Perfecto. Gracias –respondió sin molestarse en verificar la información–. Noto cierta tensión en el ambiente –puntualizó simulando preocupación–. ¿Sucede algo?

–De todo –respondió Romina, tensa–. Antonella llegó tardísimo; tenía dos reuniones muy importantes, y en ambas quedó para el demonio –comentó preocupada–. Primero se presentó una mujer que venía de la casa matriz de España; luego un posible inversionista. Ambos tenían sus entrevistas pautadas hacía semanas. El hombre que venía con una fuerte recomendación, la esperó más de una hora y se marchó indignado –hizo una pausa al percatarse que había hablado de más. Miró a ambos lados, como si buscase constatar que nadie la escuchaba. Luego estiró su cuello acercándose a Mirko–. Fue una vergüenza –agregó en un susurro–. El tipo se fue furioso y ni te digo la española. Por suerte logré contactarla y accedió a venir a última hora. Pero el hombre está difícil.

Romina seguía compartiendo con él sus apreciaciones, pero Mirko hacía rato que había dejado de escucharla. Su mente intentaba unir las situaciones que, aunque parecían aisladas, podían no serlo. Estaban muy cerca de detectar la conexión entre la agencia, la editorial y la tercera pata que contactaba a los clientes. Meses de asumir riesgos para averiguar qué tramaban, de modo que si un inversionista se ofuscaba o no con Antonella, no lo conmovía.

–Tranquila, Romi –dijo, buscando aplacar a la chica, quien vivía aterrada de perder su trabajo–. Ya verás que Antonella se ocupará de seducirlo. Me voy a trabajar.

Dos plantas por encima de la redacción y del sector administrativo, la editorial contaba con un amplio salón completamente vacío, destinado a eventos o diversas producciones fotográficas organizadas por la revista de moda.

–Por fin, Mirko –dijo uno de los productores al verlo–. Ya tenemos todo listo. Solo faltabas tú.

–Perdón, me demoró el tráfico –mintió con naturalidad–. En un segundo comenzamos, Marcos –agregó Mirko mientras apresuraba el paso hacia un tablón de madera que descansaba sobre unos rústicos caballetes junto al escenario donde posarían las modelos.

Lo primero que extrajo de la mochila fue la computadora portátil y la ubicó en uno de los extremos de la mesa. Por sobre su hombro, se aseguró de que nadie estuviese observándolo y rápidamente verificó que el dispositivo funcionara bien. Antonella seguía sentada en su escritorio manteniendo una conversación telefónica. Perfecto, pensó. Pulsó dos teclas y la imagen se ocultó.

Desplegó los materiales y abrió la carpeta que Romina le había entregado con las especificaciones que Antonella había indicado. Tomó nota mental de todo mientras preparaba su cámara de mano y se colgaba otra del cuello. Entonces, giró hacia el corazón del lugar y se ocupó de ubicar en los trípodes el resto de las cámaras que utilizaría. Para terminar, ajustó la iluminación según su necesidad.

Una vez más, recorrió el recinto con la mirada. Los vestuaristas conversaban con las modelos del otro lado del salón; los maquilladores y los estilistas se dispersaban por el lugar hasta que sus servicios fueran nuevamente requeridos. Llamó su atención una hermosa mujer de rubia cabellera a quien no conocía; no parecía tener la edad para el tipo de modelos que esa tarde se habían convocado. Debe ser personal de la agencia, dedujo al verla conversar con el director de Arte.

–Empecemos –anunció al acercarse a los productores.

Todos acataron la indicación. En ese ambiente, Mirko se sentía a gusto, útil y respetado. Ese era su dominio. Viendo el mundo a través de la lente de la cámara, se olvidaba de su vida, de su pasado y de su presente. Renacía. Bajo esa gratificante sensación pasó la siguiente hora disparando su cámara, dando indicaciones, buscando ángulos, haciendo oídos sordos a los comentarios de los productores y soportando las excentricidades de las modelos que, siendo prácticamente desconocidas, se creían Cindy Crawford.

Durante el primer cambio de vestuario, aprovechó para refrescarse. Fue en busca de una botella de agua mineral y se dirigió al baño, donde una buena dosis logró que volviera a sentir su mente despejada y el cuerpo vigoroso. De un trago terminó la botella de agua y revisó el celular, que vibraba en su bolsillo. Era Garrido quien le escribía:

“¿Cómo puede ser que me entere antes que ti que esa perra está a punto de mantener una reunión que puede poner en juego toda la operación?¿Para qué mierda te saqué de ese infierno? Quiero saber qué sucede antes de que pase. No me defraudes, Croata”.

Maldijo, indignado y furioso. Abrió la computadora portátil y observó lo que estaba sucediendo en el despacho de Antonella. Nada. Antonella caminaba por su oficina con su celular en la oreja.

–Creo que no nos han presentado –una voz femenina le habló desde atrás.

Se volteó abruptamente a mirarla al tiempo que cerraba la computadora portátil con brusquedad. Era la atractiva rubia que había visto conversando con el director de Arte. Una bella mujer de ojos verdes y sonrisa contagiosa.

–Soy Serena Roger –agregó–. Trabajo para la Agencia De la Cruz.

–Mirko Milosevic –respondió escuetamente pero alerta. No le agradaba el modo en que esa mujer parecía analizarlo. Se sintió estudiado, atravesado por una mirada pesada y firme–. Encantado.

–Vaya, tenía muchos deseos de conocerte –dijo la mujer, seductora–. He oído tantos comentarios sobre ti que estaba intrigada.

Sorprendido, Mirko le sostuvo la mirada y no le gustó la suficiencia con que le sonreía. Había mucho más tras esa sonrisa.

–Si me disculpas, tengo que seguir –dijo intentando sacársela de encima y, buscando poner distancia, caminó hacia el trípode donde había dejado una de sus cámaras.

Serena Roger lo observó un instante y se alejó de él para reunirse con el vestuarista y el maquillador que se habían congregado junto a la mesa de refresco.

Mirko la siguió con la mirada. Algo en la actitud de esa mujer lo intranquilizó y no pudo evitar preguntarse qué sería lo que se rumoreaba de él. En silencio, simuló estar ajustando la lente y disparó varias veces. Revisó las imágenes tomadas y sonrió al notar que la había registrado varias veces. Por sobre su hombro, la observó y sus miradas se encontraron.

Serena, por su parte, fue muy consciente del momento en que Mirko registraba varias imágenes suyas. Sabía que había despertado su curiosidad y eso era justamente lo que deseaba lograr; quería ganar su atención. No se había equivocado al sospechar de él. El fotógrafo era parte de la operación, no tenía dudas. Ahora sabía que debía apresurar sus movimientos.

Las que siguieron fueron dos horas tensas en las que apenas dio indicaciones y, cuando lo hizo, se expresó con demasiada aspereza.

–Terminamos –anunció cuando creyó que ya tenía suficientes imágenes–. Muchas gracias a todos.

Tardó poco más de treinta minutos en reunir todo el equipo y acomodar las luces para futuras producciones. Por el rabillo del ojo, vio a las modelos dirigiéndose a la zona de vestuarios. Dos de ellas hablaban despreocupadamente de un desfile al que deseaban asistir; otras tres, sobre una fiesta para la que las habían contratado. Todas aguardaban confirmación para participar de otros eventos en exclusivas discotecas.

Al regresar a la mesa de tablón, miró la pantalla de la computadora. La imagen mostraba a Antonella, en actitud tensa e incómoda, conversando con una mujer morena, sentada de espaldas a la cámara. Algo estaba ocurriendo en la planta principal. Cerró la computadora portátil y la guardó rápidamente en la mochila. Tenía que intentar descubrir qué sucedía; tal vez de eso se trataba el mensaje de Claudia Garrido.

Mientras se dirigía hacia la salida, divisó a Serena Roger un poco apartada del resto. Hablaba por celular con gesto circunspecto. Sus miradas volvieron a conectarse. Ella le sonrió transmitiéndole algo que Mirko no logró detectar, pero que no le agradó. Fue un gesto presuntuoso, como si estuviese convencida de estar a punto de atrapar a la presa que venía acechando.

Inquieto por la aparición de esa mujer, apresuró el paso para salir de allí. Alcanzó la planta principal pensando en lo que era verdaderamente importante de lo que estaba sucediendo en ese lugar. Cruzó la recepción sin molestarse en saludar a Leticia, quien lo miró desilusionada. De camino a su box, chocó con Romina, que salía del despacho de Antonella llevando en sus manos la bandeja con la que solía servir café. Al verlo, la secretaria le hizo un gesto para comentarle que la cosa se complicaba.

–¿Con quién está reunida? –preguntó Mirko, intrigado.

–Con la española, Mirko –le recordó, molesta porque no prestara atención. Lo miró con detenimiento–. ¿No me escuchaste hoy? –Mirko sacudió la cabeza negativamente, de pronto algo desorientado. La muchacha le dispensó una mirada de resignación–. Te comenté que esta mañana se presentó una mujer que viene de la casa matriz, de España.

–¡Ah, cierto! –exclamó, sin comprender la importancia del caso–. ¿Y?

–¿Cómo “y”? –replicó Romina–. No estás tomando dimensión de lo que su presencia puede generar –lo amonestó–. Antes de que llegara, Antonella me dijo que está convencida de que esa mujer desea quedarse con la editorial. Ella viene haciéndose la mosquita muerta, pero Anto también tiene sus contactos y sabe que tiene órdenes de dar vuelta todo –continuó–. Parece que se va a instalar aquí por un tiempo con la excusa de preparar unos artículos para la revista de España, pero en el fondo lo que hará será analizarnos a todos –informó ubicándose en su silla y mirando a Mirko con seriedad–. Tengo miedo de perder mi trabajo.

Inconscientemente, Mirko elevó la vista y la dirigió hacia el despacho en cuestión.

–Bueno, parece que tendremos toda una situación –dijo con su atención centrada en la conversación que las dos mujeres mantenían. La conexión de España podía ser una punta–. No te preocupes, Romi, estoy seguro de que Antonella lo resolverá –le aseguró para tranquilizarla–. Voy a terminar mi trabajo –anunció–. Te veo luego.

Al llegar a su box privado, extrajo una vez más la computadora portátil de la mochila. Conectó los auriculares y se dispuso a escuchar la conversación que Antonella mantenía en su despacho. Lo primero que detectó fue que la morena con quien Antonella estaba reunida no era española; su acento era, sin dudas, argentino. Prestó mayor atención y no tardó en descubrir que la mujer en cuestión era sofisticada y estaba preparada y poco dispuesta a seguirle el juego a Antonella. Con suavidad y buenos modales, le estaba haciendo una gran cantidad de preguntas a la directora de Blooming acerca de la editorial, dejando entrever que todos los comentarios estaban basados en consultas de los directivos de la casa matriz.

Hasta donde había escuchado, no había nada extraño en la entrevista que Antonella y la morena mantenían. Sin desatender la conversación, se ocupó de descargar las fotos que había tomado y comenzó a trabajar en ellas. De tanto en tanto, echaba una mirada a lo que sucedía en el despacho de dirección, cada vez más convencido de que esa visita no tenía nada que ver con lo que Garrido buscaba. En cambio, parecía que Romina estaba en lo cierto: la presencia de esa mujer podría terminar afectando indirectamente su misión.

La situación era bastante singular. Antonella se defendía como podía y no siempre sus respuestas la dejaron bien parada; algo que hasta Mirko, que no conocía la temática, advirtió. No veía el rostro de la morena, pero al cabo de varios minutos de escucharla, su voz le resultó cautivante, incluso sensual. En dos ocasiones, Mirko sonrió al notar que a la enviada de casa matriz no le agradaba el tono condescendiente que Antonella utilizaba con ella; era evidente que la crispaba que la tratara como a una novata y que eso era algo que no iba a tolerar.

Sin embargo, la sonrisa se borró del rostro de Mirko cuando la mujer mencionó que, tal como le había adelantado por correo electrónico, necesitaba un espacio donde poder trabajar. Tenía que entregar varios artículos para la revista Arte Global, para la cual trabajaba. Antonella no puso objeciones y se apresuró a llamar a Romina para que se ocupara de asistirla.

–Romi, ven, por favor –decía Antonella–. Quiero presentarte a Gimena Rauch…

El impacto en Mirko fue profundo y, por varios segundos, tardó en asimilar lo que había escuchado. No, no puede ser posible, fue lo que pensó con la mirada clavada en la pantalla, pero sin poder ver lo que deseaba. Tiene que ser otra con el mismo nombre, se dijo.

Los latidos de su corazón retumbaban en su pecho, aturdiéndolo. Bruscamente, se puso de pie y se quitó los auriculares. Los recuerdos de otra época emergieron y, en su mente, comenzaron a amontonarse imágenes confusas. No recordaba su rostro con claridad. En realidad, recordaba vagamente la foto de la identificación que ella había perdido siete años atrás; pero nunca olvidó su nombre.

Ya sin poder detenerse, sus pensamientos volvieron al pasado, a ese antro de mala muerte, a esa última noche; a la redada policial y a los días de abstinencia encerrado en una celda sucia y húmeda; a los cargos que no tardaron en llegar y al infierno del que Garrido lo había rescatado.

No volveré allí, pensó, sintiendo que se le cerraba la garganta como si una cuerda lo estuviese estrangulando. No lo permitiría; antes, muerto.

Salvar un corazón

Подняться наверх