Читать книгу Salvar un corazón - María Laura Gambero - Страница 23
CAPÍTULO 8
Оглавление–Perfecto. Por mí no hay ningún problema –dijo Gimena anotando la dirección que le indicaban al otro lado de la línea–. Excelente. La semana próxima estoy por ahí. Está muy bien. En cuanto lo tenga confirmado, te envío un correo con mis datos y los del fotógrafo. Gracias, Marta.
Dejó el teléfono en su sitio y se recostó contra el respaldo de su sillón. Satisfecha, se estiró y buscó sus notas; tachó ese objetivo con gusto.
Al dejar Madrid, Gimena había diagramado un bosquejo de lo que deseaba realizar en Buenos Aires. Hacía ya un tiempo que había resuelto interiorizarse y comparar los distintos talleres de arteterapia que estaban desarrollándose en América Latina a partir de lo que se llevaba a cabo en Europa. Para ello, investigó algunos centros especializados donde se brindaba este tipo de terapias a personas con Alzheimer, autismo o enfermedades motrices o terminales. Ya tenía pautadas tres entrevistas; estaba muy conforme.
Pensando en todo eso, se puso de pie y buscó su termo para prepararse unos mates. En Madrid solía hacer un alto en sus actividades para disfrutar de un rico y revitalizante mate; era como mantener viva su conexión con Buenos Aires. Mientras calentaba el agua, su mente voló a España, a las caras de sus amigos al probar la infusión rioplatense. Sonrió por la remembranza. Consultó su reloj, a esa hora estaría regresando a su casa luego de asistir a la clase de flamenco. Lo extrañaba.
Tomó el primer mate y regresó a su escritorio. Bebió otro observando las oficinas vacías, y los recuerdos de aquellos años se evaporaron por completo ante lo que tenía frente a sí. La angustiaba la quietud de ese lugar. Pocas veces veía gente trabajando.
Resuelta, llamó a José María Solís, su superior en Madrid. Necesitaba hablar con él para discutir los pasos a seguir; estaba lista para ponerlo al tanto de lo que sucedía en Buenos Aires. Pero más allá de sus apreciaciones, no era mucho lo que podría aportar sobre la revista de moda; en cambio, la situación de la publicación cultural –se negaba a usar la palabra suplemento–, dejaba mucho que desear.
–Hola, querida –la saludó la voz de José María con ese acento madrileño que ella tanto extrañaba–. Estimo que debes tener novedades para mí.
–Hola, José –respondió dejándose caer en el respaldo de su asiento–. No tienes idea de todo lo que está sucediendo aquí. ¡Ufff!, por momentos me indigna tanto desorden. Partamos de la premisa de que les importa un bledo lo cultural o lo artístico. Aquí manda la frivolidad de una revista repleta de mujeres semidesnudas y chismes baratos.
–Las hay en todos lados, cariño –comentó Solís recordándole que ese tipo de productos solían ser los que pagaban todos los demás–. No te quejes tanto, que esas revistas venden y mucho.
Durante la siguiente media hora, Gimena lo puso al tanto de la situación; también mencionó que estaba por enviarle un correo en el que ampliaba la información que estaba brindándole en ese momento. En unos días podría presentarles una propuesta formal y contundente sobre cómo reflotar la revista cultural, pero prefería adelantarles la situación.
José María rio con ganas. La conocía de sobra y le resultaba evidente que Gimena necesitaba regresar a Buenos Aires, a sus afectos y, principalmente, a resolver muchos temas que habían quedado sin cerrar. Él siempre había intuido que, tarde o temprano, Gimena regresaría a la Argentina. Y allí estaba, desbordante, floreciendo en el jardín al que pertenecía.
–Estoy seguro de que si decides hacerte cargo, nadie te detendrá –dijo José María–. Creo que siempre supe que era eso lo que buscabas. Estoy convencido de que el puesto será tuyo.
–Pero si no has leído mi propuesta –protestó Gimena conteniendo su entusiasmo.
–No, pero te conozco –reconoció con orgullo–. Ahora, ¿qué hay de Étienne?
–Nos estamos tomando un tiempo –respondió–. No llevo ni un mes aquí y habíamos quedado que serían seis. Ya veremos.
–Yo te escucho bastante decidida –dijo José María dándole un empujón–. Así que mi sugerencia es que no esperes hasta el final para hablar con él –aconsejó sabiendo que le costaba hablar del asunto–. Volviendo al tema editorial, hablaré con Brenet en cuanto llegue el correo que estás por enviarnos. Creo que si él habla con Mansi y le dice que vas a trabajar en el área de cultura, podrás manejarte con mayor libertad. Supongo que la designación oficial de tu cargo llegará más adelante.
–Eso sería genial –repuso, encantada–. Me daría la posibilidad de hacer una auditoría sin pedir permiso. Necesito tener una noción real de qué estoy recibiendo.
–Me parece razonable –accedió–. Envíame cuanto antes ese informe. Aunque sea preliminar.
–Ya mismo –acotó volviéndose hacia la computadora para hacerlo en ese momento.
Cuando cortó la llamada, Gimena no pudo evitar que la cubriera un manto de nostalgia. Pero reconocía que eso le sucedía cada vez que hablaba con José María o con Belén; y la necesidad de abrazarlos la embargaba.
Sus pensamientos sufrieron una leve alteración cuando vio a Mirko atravesar el salón. Sus miradas se rozaron provocándole cierta incomodidad, no quería que ese hombre pensara que lo observaba. Desvió la vista y sus ojos se toparon con la carpeta que Romina le había entregado. La abrió y repasó el nombre de cada uno de los empleados que, según ese listado, trabajaban para la revista de cultura. Mirko Milosevic figuraba. Eso lo convertía en su empleado, no en el de Antonella. Bueno, ya tengo fotógrafo, pensó sin poder definir lo que ese hecho le provocaba.
Hacía dos largas semanas que Mirko no lograba salir de su ensimismamiento. Cuestionaba cada movimiento; cada intercambio de información lo ponía tenso. Se sentía observado y en la mira de una legión de asesinos.
Afortunadamente, Garrido no se había puesto en contacto gracias a la información que había obtenido sobre De la Cruz y Candado. No obstante, para no levantar sospechas, ni con ella, ni con Antonella, había continuado con su rutina; escuchaba lo que sucedía en el despacho de la directora, husmeaba entre sus correos para detectar quién la contactaba y luego enviaba un informe a la casilla de correo que le habían indicado desde un comienzo. No podía asegurar que alguien lo leyera, pues nunca recibió ningún tipo de confirmación. Sin embargo, lo que verdaderamente empezaba a preocuparlo era todo lo que Serena Roger le había dicho. Esa mujer había instalado en su mente un interrogante que lo desestabilizaba. ¿Para qué lo habían sacado de la cárcel? No lo tenía claro.
Por esos días, Antonella también se mostraba esquiva y tensa. Mirko lo adjudicaba a la nueva reunión clandestina que se estaba organizando. Lo descubrió de casualidad, al escuchar una de las comunicaciones que ella mantuvo con su esposo. De momento, solo podía asegurar que la reunión se llevaría a cabo; pero aún no sabía ni dónde ni cuándo sería. Nada de esto le había mencionado a Garrido, prefería contar con más información para poder usarla a su favor de ser necesario.
Dado que, desde hacía rato, Antonella estaba trabajando sobre su escritorio, sin emitir palabra ni utilizar su computadora, Mirko no tenía forma de dilucidar qué estaba haciendo. De modo que, buscando indagar un poco más, se dirigió a su despacho llevando con él las últimas fotografías que le había encargado.
–¿Estás ocupada? –preguntó Mirko tras golpear el marco de la puerta. Antonella alzó la vista y sonrió al verlo–. Tengo las fotografías que me pediste.
–Pasa, quiero verlas. Ya me las estaban reclamando –respondió. Mirko le mostró el material–. Son magníficas –comentó Antonella sin apartar la vista de las imágenes–. Te estás luciendo últimamente –se detuvo en una en particular–. Esta chica tendrá un futuro impresionante si sabemos guiarla –acotó con aire pensativo.
–¿Sabemos? –presionó Mirko comprendiendo que Antonella había cometido un desliz–. ¿Qué podemos hacer nosotros para augurarle una buena carrera?
–Bueno, darle el espacio adecuado aumenta su popularidad –fue la respuesta de Antonella–. Mira esta.
Mirko se acercó a ella y juntos estudiaron con detenimiento cada una de las imágenes. Estaban discutiendo las distintas opciones cuando alguien interrumpió la conversación.
–Permiso… –dijo Gimena asomándose tímidamente. Miró primero a Antonella y luego a Mirko, como si los hubiese pescado en infracción. A ambos les dedicó una sonrisa lo suficientemente artificial como para no desentonar–. Perdón, no sabía que estabas ocupada.
Mirko se tensó. La venía esquivando como a la mismísima peste. Para él, ella era el factor amenazante por excelencia. En algún punto lo incomodaba la manera en la que Gimena los observaba; por ridículo que pareciera, se sentía en falta. Decidió marcharse.
–Las dejo conversar –dijo, procurando salir de ese despacho lo antes posible.
Antonella lo detuvo tomándolo del brazo indicándole que no quería que se marchara.
–¿En qué puedo ayudarte? –repuso Antonella.
Lo primero que acudió a la mente de Gimena fue pedirle que le prestara a su amante por un par de horas, pero se contuvo. Contrólate, pensó con el rostro iluminado por la diversión que su propio pensamiento le provocaba. Una sonrisa genuina brotó de sus labios al mirar brevemente al fotógrafo.
–Son varios puntos, en realidad –comenzó diciendo y, sin esperar invitación, se sentó en el sillón que enfrentaba el escritorio–. Por un lado, me gustaría saber con quién debo hablar sobre la diagramación de la revista de cultura –dijo con seguridad y un tono amistoso que irritó a Antonella. Gimena lo notó y no se amedrentó–. Tengo pautadas algunas entrevistas, que en realidad saldrán publicadas en España, pero he pedido autorización para poder incluirlas aquí también. Como me han dado el visto bueno, me gustaría coordinar las fechas de publicación, los espacios de los textos y las fotografías.
–Ese tema háblalo con Romina –indicó fingiendo amabilidad y camaradería–. Ella sabrá indicarte. Hasta donde tengo entendido, es un suplemento con pocas páginas y de tirada baja.
Una indignación extrema la invadió y debió reunir todo su poder de concentración para no perder los estribos. Detestaba que hablaran de “suplemento”.
–Sí, por eso deseo hablar con el diseñador.
Bajó la vista a su celular. Acababa de recibir un mensaje de José María. “Todo okey. Brenet lo tiene en su escritorio”, le decía. Alzó la vista, ya más segura.
–¿Cuál es el nombre, entonces? –preguntó con gesto inocente–. Me gustaría coordinar una reunión.
–Pídele todo a Romina –respondió Antonella con el mismo tono que Gimena había utilizado.
Mirko había seguido la escena desde un costado. En algún punto lo divertía el modo en que ambas mujeres estaban delimitando el territorio. Entre sonrisas, los dardos venenosos iban y venían. Sin embargo, detectó en Rauch una inteligencia sutil; un humor filoso. Estaba desafiando abiertamente a Antonella, que no lo advertía y no podía disimular su fastidio. Era claro quién ganaría esa y las demás contiendas. La diferencia entre ambas era notoria.
Gimena estaba por agregar algo más, pero la interrumpió el golpe de unos nudillos contra la puerta del despacho.
–Gimena –dijo Romina sonriéndole, sin siquiera mirar a Antonella–, llamó el doctor Estrada, te está devolviendo el llamado.
–Perfecto, Romi, muchísimas gracias –respondió con una sonrisa–. ¿Llamaron de España? –preguntó como quien deja caer un comentario.
–No, hoy no.
A Antonella no le causó nada de gracia el intercambio entre su secretaria y Rauch. Mucho menos le agradó que Romina se ocupase de atender sus llamados y de asistirla. Procuró que no se notara, pero la ofuscó la cercanía con que se trataban.
–Por otra parte, porque no me queda claro –dijo Gimena poniéndose de pie y dirigiéndose a la puerta del despacho–, ¿Mirko es fotógrafo de la editorial o es solo tuyo?
Lo nombró con tanta naturalidad y tanta familiaridad que él se irguió sintiéndose el nuevo objeto de la contienda. Miró a Antonella de reojo, expectante por ver cómo reaccionaba. Gimena no lo sabía, pero estaba tirando de la cola de un dragón; tarde o temprano todo explotaría por los aires.
–Mirko es fotógrafo de la editorial –aclaró Antonella con voz áspera–. Si necesitas de sus servicios y no tiene nada planificado, por supuesto que podrá acompañarte –agregó. Hizo una pausa y lo miró como si acabara de recordar que él estaba allí parado–. ¿Estás de acuerdo?
–Sí, por supuesto –fue la respuesta de Mirko, quien miraba a Gimena con cierto reparo–. Solo necesito saber las fechas para poder coordinarlo.
Gimena le sostuvo la mirada con tal firmeza que de primer momento le heló la sangre, pero no tardó en detectar en sus ojos el brillo de la diversión. ¿Lo está haciendo adrede?, se preguntó, desorientado. Esa mujer se estaba burlando de ambos en sus propias narices.
El teléfono volvió a sonar y alteró aún más el clima imperante en el despacho. Antonella lo atendió sin apartar la mirada de Gimena, quien le comentaba a Mirko que le haría llegar un cronograma de las entrevistas y visitas que tenía programadas para que él le informara si estaba disponible.
Del otro lado de la línea, Romina le informaba que Juan Antonio Brenet la llamaba desde España. Antes de responder, Antonella entornó los ojos convencida de que Gimena Rauch tendría mucho que ver con ese llamado.
–Necesito atender –anunció mirando a Gimena–. Luego continuamos.
–Por mí ya está –repuso, consciente de que solo a ella la habían invitado a dejar el despacho. Miró a Mirko con intención de molestarla–. Luego hablamos.
Con cierta preocupación, Antonella atendió la llamada. Su intuición no le había fallado. Durante los siguientes veinte minutos escuchó cómo el directivo de España le informaba que estaban evaluando que Gimena Rauch estuviera a cargo del área de cultura de la editorial. Todavía debían analizar el proyecto, pero todo indicaba que sería aprobado por unanimidad. Era cuestión de días para que el nombramiento se hiciera efectivo, ya que todos coincidían en que lo mejor para la sucursal argentina era dividir los productos para darles mayor independencia.
–De más está decirle que tiene todo mi apoyo, señor Brenet –comentó Antonella con voz neutra–. La señorita Rauch puede contar conmigo para lo que necesite.
Con el rostro crispado por la indignación, Antonella dejó el auricular en su sitio procurando digerir la noticia. No solo acababa de perder casi la mitad de su presupuesto, sino que además corría el riesgo de que la mala administración de su gestión quedara expuesta. No era nada bueno lo que estaba sucediendo.
–¡Maldita desgraciada! –estalló Antonella, rabiosa–. Yo sabía que buscaba algo.
–¿Qué sucedió? –la interrumpió Mirko, desconcertado.
–¡Esa maldita está a cargo del área de cultura! Sabía que algo así podía suceder –dijo–. Conozco a una zorra cuando la veo, y esta no me engañó en ningún momento. Pero que no crea que se la voy a hacer fácil. Estoy convencida de que viene a ocupar mi lugar –agregó. Miró a Mirko y una idea comenzó a formarse en su mente–. ¿Así que necesita un fotógrafo? –dijo con tono malicioso–. Pues lo tendrá. Quiero que aceptes cada uno de los trabajos para los que te requiera y que la sigas como su mismísima sombra –deslizó sintiéndose victoriosa–. Quiero que me cuentes hasta los comentarios más insignificantes. Quiero saber qué hace y qué deja de hacer.
–Pero –protestó Mirko.
–No hay forma de eludir que trabajes para ella, cariño –aclaró suavizando el tono–. Después de todo, es muy cierto que formas parte del staff de cultura. Ahora déjame, que quiero cerrar un par de temas. Luego definimos esas fotos.
Sin decir más, dejó el despacho de Antonella. Esto es una pesadilla. ¿Cómo puede ser posible que algo así esté sucediendo?, se preguntó. Empezaba a sentirse paranoico, pero, así como era un alivio importante que Gimena Rauch no lo reconociera, el que quisiera alterar el clima de la editorial podía ser peligroso, tanto para él como para ella misma; ni hablar para la operación. Consideró intentar sondear a Garrido, tal vez ella supiera algo más sobre Rauch y, por segunda vez, un impulso lo detuvo. El asunto Gimena Rauch era suyo y no quería compartirlo con nadie. Mucho menos con Garrido.