Читать книгу Salvar un corazón - María Laura Gambero - Страница 17

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CAPÍTULO 5

Estaba molesta. Puso en marcha el vehículo y se dirigió hacia la avenida Paseo Colón con destino al vecindario de Belgrano. No podía dejar de pensar en la Editorial Blooming y en Antonella Mansi. Bajó la ventanilla, ofuscada, y encendió un cigarrillo. Esa mujer la había enfadado.

En primer término, le fastidió que la directora no se encontrase en su despacho esa mañana cuando hacía más de un mes que se había acordado la reunión. Sin embargo, cuatro horas más tarde, cuando finalmente Antonella Mansi la recibió, no fue el aspecto de mujer de la noche lo que más la alteró, ni su falta de conocimiento o preparación, sino que fue la actitud altanera y arrogante lo que le causó rechazo. Menuda zorra, pensó, consciente de que en todo momento quiso sacársela de encima. Golpeó el volante, irritada.

Terminó su cigarrillo intentando comprender el motivo por el cual Antonella Mansi se mostraba tan reacia a darle mayor espacio y empuje a la revista de cultura. Manejaba el producto como un folletín o un suplemento para anexar a la revista de moda, cuando Buenos Aires era una ciudad rica en ofertas culturales. A los españoles no les agradaría enterarse de la impresión que Gimena se estaba llevando de ese lugar.

Encontró espacio para estacionar a media cuadra del restaurante que Carola había reservado. Descendió del automóvil y se tomó unos minutos para quitarse el mal humor de encima. A medida que se acercaba, fue sintiendo la emoción que le producía el reencuentro con sus amigas.

Al llegar a la esquina, contempló la vieja casona restaurada donde se había emplazado un coqueto restaurante de comida de autor. El lugar exhibía una fuerte impronta de arte y diseño que convivían armónicamente. Carola no podría haber elegido una mejor opción.

El interior era mucho más acogedor que lo que anticipaba la fachada. Sobrevolaba el amplio salón una música suave que terminaba de ensamblar mixturas y tendencias creando un clima confortable y ameno.

–¡Acá, Gimena! –exclamó Lara alzando su mano para que la viera–. Por fin…

Gimena se volvió hacia sus tres amigas con los ojos húmedos de emoción. Antes de acercarse, contempló a Lara Galantes, a Carola Herrera y a Mariana San Martín; sus mejores amigas desde la escuela primaria. Estaban iguales. Los siete años que llevaban sin verse y los hijos que habían tenido no las habían cambiado en absoluto.

Lara fue la primera en abrir sus brazos para recibirla. Llevaba el cabello castaño, mucho más corto que antes pero que enmarcaba un rostro hermoso, lleno de fuerza y determinación. Carola esperaba su turno de pie, con los labios apretados por la emoción, el gesto pícaro sobrevolando los ojos verdes. Otro abrazo efusivo, otro cosquilleo en el alma. Por último, fue el turno de Mariana, que enroscó sus brazos en el cuello de Gimena contagiándola de cariño y alegría.

–Ay, chicas, ¡cómo las extrañé! –confesó, limpiando las lágrimas que corrían por sus mejillas–. No puedo creer estar aquí con ustedes. ¡Están iguales! –agregó contemplando a las tres.

–¡Qué vamos a estar iguales! –sentenció Lara con una mueca divertida en su rostro–. El espejo de mi habitación no dice lo mismo y a ese le creo más que a mi esposo.

Todas rieron y reconocieron estar en la misma situación, sobre todo Mariana, cuyo último hijo tenía apenas siete meses de vida y ella aún no recuperaba por completo su figura.

–Tú te ves genial, Gimena –comentó Mariana–. Por Dios, mujer, qué estilo. Estás hecha una diosa.

–Qué exagerada, Marian –protestó Gimena, ruborizándose.

–Me cuesta creer que hayas aprendido a combinar la ropa –comentó Carola con una mezcla de sinceridad y burla en el tono de su voz–. Increíble lo que logran unos años en Europa.

Gimena las dejó que se divirtieran admirando su atuendo y no pudo evitar sonreír ante los comentarios.

Se tomaron unos minutos más para analizar el menú. Mientras lo hacían, quisieron saber cómo seguía su relación con Étienne. De las tres, solo Lara lo conocía; el encuentro se había producido un par de años atrás cuando ella y su esposo, Andrés, viajaron a Europa para participar de una feria gastronómica a la que había sido invitada.

–No estoy muy segura de qué contarles, chicas –empezó diciendo. Hizo una pausa mientras la camarera servía las bebidas y aprovechó para organizar sus pensamientos–. Estamos en un impasse. Él quiere formalizar, yo no estoy segura. Quiere que me instale en París, pero no sé.

–A ver, Gimena, hace más de cinco años que están juntos –comentó Lara–. ¿No te parece que ya deberías ir dándole algo de forma a la relación? No pueden seguir él en París y tú en Madrid.

Gimena le dispensó una mueca y bajó la vista hacia su servilleta.

–Pero no es solo eso –agregó–. Étienne no lo sabe, pero vine a Buenos Aires con varios proyectos en mente –dijo y miró a Mariana–. Tu casamiento, Marian, fue el punto de partida, pero hay otros asuntos que debo atender.

–Dime que has hablado con Manuel –aventuró Carola.

Gimena sacudió su cabeza negativamente y, por un breve instante, se le ensombreció el semblante.

–Manuel no sabe que estoy en la ciudad –respondió, con pesar–. Estoy en el apartamento de Raúl. Él me guarda el secreto. No tengo ganas de ver a Manuel.

–Pero ya pasaron más de tres años –comentó Lara, estirando su mano hasta alcanzar la de Gimena–. Tienes que superarlo.

–Todavía me cuesta digerir lo sucedido.

–Bueno, bueno, no vamos a entristecernos por eso ahora que acabas de llegar –dijo Carola buscando apaciguar los ánimos–. Hace siete años que no nos vemos, hoy no hablaremos de cosas feas –concluyó y, elevando su copa, propuso un brindis–. Por nosotras.

–Por nosotras –repitió Lara, alzando su copa y uniéndose a la propuesta.

La camarera se acercó a tomar sus pedidos. Una vez que estuvieron a solas, Lara quiso saber de qué se trataban esos proyectos que Gimena había mencionado.

–Bueno –accedió, agradecida por el cambio de tema–. Para empaparme del tema, en Madrid estuve entrevistándome con algunos especialistas que trabajan con arteterapia. Quiero realizar varias entrevistas al respecto en Buenos Aires –continuó explicando, apasionada–. Me interesa profundizar en ese campo.

–Ese tipo de terapias se usan en la clínica de mi mamá –comentó Mariana–. Es más, si mal no entendí, ella me comentó que en un programa de esas características estaba Ada, la madre de Micky.

–¡Qué bueno! Pásame el contacto de tu mamá así coordino una reunión con ella –terminó diciendo Gimena–. Gracias por el dato, Marian.

–Ya mismo –le respondió.

–Por otra parte, mi jefe me pidió que eche un vistazo al funcionamiento de la editorial que subvencionan desde Madrid. Supongo que al instalarme ahí podré observar todo mejor y, sobre la marcha, irán notándose las falencias y los aspectos a informar. Ya veremos con qué me encuentro realmente.

–Vas a estar entretenida –comentó Carola.

–Sí, además, un poco en broma un poco en serio, le mencioné a mi superior que podría presentarles un proyecto para levantar la revista de cultura –agregó y su propio entusiasmo la sorprendió.

–¿Y?

–Dijo que lo esperaba –sonrió, orgullosa–. La verdad es que me entusiasma la idea de hacerme cargo de esa revista y, además, quedarme en la Argentina –respiró hondo resuelta a cambiar de tema–. Así que, todavía no sé qué haré o qué le diré a Étienne. Por lo pronto, durante el tiempo que esté en Buenos Aires, estamos algo así como separados –terminó diciendo Gimena con una sonrisa–. Cambiemos de tema, cuéntenme de ustedes, de sus esposos, sus hijos. Chicas, me cuesta creer que tengan tantos niños.

Las tres sonrieron e intercambiaron miradas. Lo que Gimena mencionaba como una novedad hacía rato que había dejado de serlo para ellas. La realidad era que las tres estaban bastante en contacto. Ellas eran amigas, sus esposos eran amigos entre sí y, como si eso fuera poco, Mariana y Carola enviaban a sus hijos al mismo colegio, donde Mateo Estrada y Bautista Torino eran compañeros de curso. Inseparables. Aguardaron que les llevaran sus platos hablando de los chicos. –Quiero saber todo sobre los preparativos –dijo Gimena.

–Está todo encaminado –respondió Mariana.

Durante el resto de la velada, hablaron de lo que faltaba hacer para que la ceremonia fuera perfecta. Como siempre, Lara se estaba ocupando de todos los detalles y Mariana estaba encantada de que así fuera.

–No saben el vestido que traje para la fiesta –exclamó Gimena, entusiasmada–; directo de las Galerías Lafayette. Una belleza. Se van a morir de envidia.

–Pago por verlo –dijo Carola con una gran sonrisa–. ¿Color?

–Verde loro –fue la rápida respuesta de Gimena.

La carcajada de Lara llamó la atención de varias mesas. Entre risas y recuerdos de divertidas anécdotas, las cuatro sintieron la alegría de estar todas juntas nuevamente. Para cuando la cena concluyó y las amigas se separaron, Gimena sintió que su corazón volvía a vibrar. Estaba en casa.

Salvar un corazón

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