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casaBrandon y el amor ahí, entreverado

Lisa Kerner

La experiencia de casaBrandon no nace de manera aislada. Hay que tener en cuenta que casaBrandon surge tanto de la necesidad como del deseo, y de la misma manera sucedió con las fiestas Brandon, cuyo origen se remonta al año 2000. El germen de ese proyecto fue la disconformidad y las ganas de proponer un espacio LGBTIQ alternativo, estética e ideológicamente pensado. También el amor andaba ahí entreverado, empujando todo.

Espacios como La Age of Communications con Juan Calcarami al frente, Ave Porco y Morocco –por nombrar algunos que nos reunían sin estar dirigidos particularmente a nuestra comunidad pero que nos convocaron por el tipo de música, shows y selección del staff que trabajaba–, habían cerrado.

Aparecen espacios como Sitges, Bach, América, Palacio Alsina y Unna que, a pesar de sus diferencias, coincidían en ciertas lógicas heteronormativas, patriarcales y violentas que a nosotras nos expulsaban: patovicas en la puerta, maltrato en las barras y las entradas a los baños, música latina con letras sexistas casi exclusivamente, predominancia de varones cis gays, celebración de cuerpos esculpidos en gimnasios. Además, las locas de plumas eran maltratadas y, salvo en Unna y Bach, teníamos una sensación de que las lesbianas estábamos ahí como de prestado porque esos lugares tampoco escapaban a estas lógicas. Todo esto se plasmaba en su comunicación: flyers con imágenes de cuerpos de varones cis blancos musculosos y aceitados en poses de adonis gays y no mucho más.

Yo estaba con serias dificultades para insertarme en el mercado laboral. Luego de haberme recibido de productora de Medios Audiovisuales en la ORT y haber participado en diversos puestos en rodajes de cortos premiados, no conseguía trabajo en las pocas productoras de la época.

Recién había comenzado a salir con Jor (Jorgelina De Simone) y caminando una noche por avenida Córdoba junto con nuestro amigo y cómplice Filipe Francisquini, repasábamos la lista de los lugares para salir, deprimides por las opciones. Entonces sentí que teníamos que tener una propuesta propia, a nuestra medida, pensando que si a nosotres nos faltaba un lugar, seguramente a muches les debería pasar lo mismo. Nosotres queríamos además, ir un poco más lejos: queríamos cambiar el mundo, por lo menos lo que nosotres entendíamos como nuestro mundo LGBTIQ.

¿Cómo?

Con Jor habíamos tenido un intento de colaborar con una organización LGBT de estilo convencional y no nos dieron ni cabida. Al mismo tiempo, pensábamos que teníamos que inventar o usar un nuevo lenguaje para comunicarnos con nuestra generación o incluso con les más jóvenes. Pensamos que la visibilidad era fundamental, que había que animar a todes a salir del clóset, que nos merecíamos vivir con orgullo.

¿Qué hacer?

Un ciclo de fiestas con buena música, con un espacio para conversar, con intervenciones artísticas y que invitara a la comunidad LGBTIQ explícitamente. Y que sea un club, un espacio de pertenencia.

¿Por qué el nombre Brandon?

Es un homenaje a Brandon Teena, un varón trans asesinado en los Estados Unidos, víctima de un crimen de odio. En el año 2000 se estrenó en Buenos Aires la película Los Muchachos no lloran (“Boys Don´t Cry”) que relata esa historia. Vimos la película con Jor, salimos completamente conmovidas y decidimos ponerle su nombre en homenaje. Tengo que aclarar que en ese momento no entendimos que era un varón trans, creímos que era una lesbiana muy chonga, “confundida”, pero de todos modos leímos que una persona había sido asesinada por encarnar una identidad que la sociedad decidió que había que castigar hasta la muerte.

Queríamos, al ver un flyer, que todes supieran que el lugar era una propuesta para putos, tortas y bisexuales. Mandamos a coser dos banderas del orgullo enormes que colgamos en unas vidrieras que había en la fachada del lugar e invitamos a distintes artistas a hacer instalaciones.

También queríamos, en pos de esa visibilidad de la que hablábamos antes, que la palabra GAY apareciera en el flyer. Y como empezamos una vez por semana, los miércoles, le pusimos “Brandon, miércoles Gay-Day”. Era un lugar muy chiquito de un amigo mío y estaba estratégicamente ubicado sobre avenida Córdoba casi Gascón. Luego pasamos a viernes y fue “Brandon, viernes Gay-Day” y luego sábado. Así finamente le quedó “Brandon Gay-Day”. Sinceramente lo veo hoy y me parece absolutamente problemático el nombre: ver la palabra Brandon seguida de la palabra GAY es realmente chocante. Para nosotres en ese momento la palabra GAY resumía todo y claro, viéndolo retrospectivamente, entendemos que eso habla de muchas cosas: nuestra imposibilidad de decirnos LESBIANAS, no entender lo PUTO como categoría política identitaria (creo que en ese momento nadie lo pensaba así), la subestimación de la bisexualidad como identidad reivindicable o vindicable y, por supuesto, la invisibilización absoluta de las identidades travestis, trans e intersex. La palabra “queer” aún ni la conocíamos. En oposición a los estereotipos estéticos de la época, decidimos que nuestros flyers tuvieran ilustraciones en lugar de fotos, trabajamos una paleta de colores pastel y de tamaños siempre diferentes. Las ilustraciones eran de estilo bastante naif, producto de la intención de contrastar con lo que circulaba, combinado con cierta estética de algunas páginas muy arties de una Internet incipiente y mi escaso pero entusiasta manejo de las herramientas del Illustrator. También invitamos a colaborar a muches diseñadores gráfiques amigues que seguían esta línea estética/ideológica.

Las primeras fiestas/reuniones que hicimos en “Cápsula” (así se llamaba ese primer lugar) fueron con muy poca convocatoria pero de a poco y con muchísimo esfuerzo, la gente comenzó a venir. Recuerdo con mucho afecto las recorridas por la ciudad con las mochilas pesadas llenas de flyers que repartíamos por los lugares donde creíamos que podían transitar nuestros potenciales nueves asistentes. Las Galerías Bond Street y la 5ta, los bares del bajo, Belleza y Felicidad y algunos locales de Palermo, el Festival Buen Día y mucho entregado en mano, en la calle. Todas esas interacciones cara a cara, digamos “analógica”, nos dieron la oportunidad de conocer mucha gente y de poder explicar el proyecto sin mediación del medio tecnológico. Queríamos que nadie vuelva a sufrir esa sensación de infinita soledad de estar en el closet, la vergüenza, el miedo, el estigma, el maltrato, no saber adónde ir, dónde están tus pares.

Queríamos que Brandon tuviera una pista de baile y también un espacio con otra música y otro volumen. Con sillas o sillones y mesas para poder conversar. Le decíamos “el salón charlador”. Queríamos que además del baile, al que reivindicamos y militamos como bandera, pudiéramos también tener ese espacio para conversar e intercambiar ideas, generar alianzas, inventar nuevas estrategias, pensarnos, escribir y leer poemas. Algunas semanas después de la inauguración, Violeta se sumó al equipo. Éramos entonces Jor, Violeta Uman, Filipe y yo.

Al tiempo Cápsula nos quedó chico y nos tuvimos que mudar. En cuanto pudimos contar con algo de recursos para pagar sonido, empezamos a invitar artistas que hablaran de nuestras cosas, que representaran nuestro universo como Dani Umpi, Gaby Bex, Adicta, Leo García y a muchas bandas –algunas ya no existen– que estéticamente nos resultaban afines como Miranda! o Tonolec. Pronto conocimos a Mariano Seoane, Flavio Rapisardi y a Silvia Delfino y con ellos aparece la palabra y el concepto QUEER en nuestro horizonte y nos sentimos identificades.

Así nos fuimos moviendo por la ciudad, de un lugar a otro cada vez que nos iban quedando chicos los espacios, siempre con la mismos objetivos: proponer un lugar amable, en donde te sientas bienvenide, sin sectores VIP (estaban muy de moda en esa época), con Djs de calidad que pasaban house, garage, pop electrónico, con pequeñas obras de teatro o desfiles antes de largar la pista y el salón charlador. En fin, un lugar de pertenencia.

En el año 2002 hicimos nuestra primera “carroza” en la marcha del Orgullo LGBT. Ese mismo año (creo, puede fallar) también comenzamos un ciclo de lecturas junto a Leonor Silvestri. El ciclo era nómade y había poesía, narrativa, lo que se nos diera la gana.

Articulamos con las chicas de She Devils, Pat Pietrafesa y Pilar Arrese, que ya habían editado El aborto ilegal asesina mi libertad: el histórico disco junto a Fun People. También hicimos actividades con el colectivo Suscripción, un grupo de arte interdisciplinario con Sebastián Bruno, Eubel, Andi Nachon, Gastón Pérsico y Cecilia Szlkowicz y con Belleza y Felicidad; particularmente mucho con Fernanda Laguna.

En 2003 nos invitaron a curar un ciclo de cine LGBTIQ semanal por unos meses. El ciclo finalmente duró tres años. Muchas personas nos ayudaron a programar y conocimos una cantidad inmensa de títulos y artistas. Trabajamos con el Goethe Institut que nos permitió acceder a su videoteca y así conocimos a Gabriela Massuh, que luego nos invitó a organizar varias cosas en conjunto. Después de la proyección invitábamos a une DJ amigue o poníamos música nosotras (con Jor nos habíamos bautizado como Djs Tortafritas).

Ese mismo año nos pusimos a estudiar programación web (HTML) y Flash y programamos y diseñamos nuestra página. Tenía una galería de arte virtual, nuestra agenda, noticias del mundo LGBTIQ, galería de fotos, galería de flyers, la programación de los ciclos de cine y las sinopsis de las pelis. Realmente era un portal LGBTIQ enorme y muy difícil de mantener actualizado.

Todo lo que fuimos haciendo fue muy intuitivo, ninguna tenía formación en perspectiva de género. Siempre supimos que no estábamos dispuestas a transar con nada que pusiera en riesgo a nuestres asistentes. Se entraba gratis hasta cierto horario, hacíamos listas de descuento para entrar (la gente se anotaba por mail) y cobrábamos entradas muy baratas para que nadie se quedara afuera. Siempre pusimos nuestras condiciones y en general la gente se sorprendía mucho de que fuéramos tres pibas al frente del equipo. Nos peleamos con dueños de boliches al punto de levantar una fecha y armar barricada (la fiesta) en la vereda de enfrente, colgando la bandera del Orgullo entre los árboles y gritando ¡Brandon! para que la gente se cruce cuando iba llegando. He llegado a saltar desde la cabina de luces arriba de un grupo de patovas que se llevaban a un chico de los pelos y, por supuesto, no repetir ese lugar nunca más. Cuando la palabra no fue posible, hemos puesto el cuerpo.

En 2004 un amigo nos sugiere formalizar nuestra estructura y se propone ayudarnos a organizarnos como Asociación Civil y hacer la presentación en IGJ.

Es casi fin de ese año y Brandon es invitade a formar parte de un festival en San Telmo. No recuerdo por qué ni Viole ni Jor podían estar ese día. Me tomo un cerveza y me empieza a doler la panza. Me voy a mi casa, vivo a la vuelta de donde estaba montado el escenario. Termino en el hospital, morfina, traslado e internación en el Galván.

El 30 de diciembre de 2004 me despierto en el hospital y todas las enfermeras lloran. Pregunto que pasa. CROMAÑÓN. Y me dicen, mientras enciendo la tele, que el cantante de la banda Callejeros, la banda que tocaba, había trabajado de camillero mucho tiempo en ese piso. EL HORROR. La ciudad cambia para siempre.

Cambian las leyes habilitatorias, los inspectores de la Agencia Gubernamental de control quedan en el ojo de la tormenta y los espacios que no logran adaptarse a los cambios a las nuevas leyes y disposiciones, comienzan a cerrar. Nosotras quedamos sin lugar.

Se suma el cansancio de ser una propuesta nómade (tener que presentarnos cada vez, agotadas de tener que sortear los prejuicios de ser tres chicas que llegan con una propuesta), tener que adaptarnos a las pautas de cada lugar y, acompañadas amorosa y económicamente por mi madre, salimos a buscar el espacio propio.

El 17 de mayo de 2005, encontramos y señamos lo que sería casaBrandon. Violeta decide no sumarse al proyecto y quedamos en la dirección y gestión del proyecto Jor y yo, que nos habíamos separado a mediados de 2003 pero que estábamos convencidas de que nuestro vínculo no debía terminar sino mutar: queríamos seguir siendo aliadas para toda la vida.

Ese mismo día nos notificaron que el trámite de inscripción de la Asociación Civil en la IGJ estaba terminado y podríamos firmar contrato de alquiler a nombre de “Brandon por la Igualdad/Equidad de Derechos y Oportunidades Asociación Civil y Cultural”.

casaBrandon

casaBrandon nace con la idea de proponer un espacio para la comunidad LGBTIQ que pueda resumir (y ampliar) varias de las actividades que hacíamos dispersas en distintos lugares de la ciudad y algunas de las propuestas que teníamos online, como la galería de arte pero sin la pista de baile. Nos habíamos dado cuenta de que Brandon podía tansformarse en cualquier cosa. Solíamos decir: “Por el poder de los gemelos fantásticos, ¡actívense! en forma de…”.

La propuesta prendió mucho en la comunidad lésbica aunque sinceramente no era el objetivo específico. Esto puso en evidencia la falta de espacios para esta comunidad. Nosotras nos imaginábamos un espacio en el que pudiéramos estar todes juntes, estábamos acostumbrades a esa dinámica dentro de las fiestas Brandon y había sido parte de la misión. Pero claramente al ser dos tortas organizando, la comunidad se apropió del espacio y fue hermoso.

Jor tenía una pareja nueva que se sumó a trabajar con nosotras y como tenía experiencia en gastronomía, tomó las riendas de esa parte. En tanto Jor y yo nos ocupábamos de la agenda, la administración y las relaciones institucionales.

Pasaron muchos años antes de que pudiéramos sumar más integrantes al equipo de gestión. Incluso en 2009, cuando a Jor le diagnosticaron cáncer de mama con metástasis en el hueso de la cadera, todavía estábamos solas las dos. A Jor la operaron de urgencia y yo pasé ese invierno sola en la oficina con guantes y bufanda porque no me acuerdo que había pasado con esa fase de la electricidad y no podía prender la estufa. Lo recuerdo como una de las épocas más difíciles de mi vida.

En 2005 la Federación Argentina LGBT nos convoca para sumarnos a sus filas y nos ofrece la coordinación del área de Cultura. Así, por primera vez, Brandon articula de manera formal con las organizaciones del movimiento LGBT y comenzamos un proceso de aprendizaje muy interesante e intenso sobre la militancia más “tradicional”, de la que habíamos rehuido. Forjamos nuevas alianzas y la perspectiva cambia o, más bien, se organizan, legitiman o sistematizan ciertos conceptos que nosotras trabajábamos más intuitivamente. También aparece el reclamo de las compañeras travestis y trans a través de Marcela Romero, quien en una reunión de la FALGBT habla de la falta de participación de las identidades travestis/trans en las organizaciones, tanto en sus puestos de tomas de decisiones como en sus agendas.

Al poco tiempo se presenta Daniela Ruiz y monta la obra Hotel Golondrina inspirada en historias sobre el Hotel Gondolín. Pero era muy escasa la propuesta artística de esta comunidad y sigue siendo comparativamente reducida por la falta de oportunidades para el acceso a las diferentes instancias de formación.

Simultáneamente continúa el aprendizaje sobre gestión cultural. El desafío del espacio propio se revela mucho más complicado de lo que resultaba en nuestro imaginario. Conocimos decenas de artistas que se acercan sintiéndose convocades por lo que (y a pesar de lo que) casaBrandon tenía para dar.

Nosotras hacíamos casi todo y lo que no, lo articulábamos con personas del colectivo LGBTIQ. Creo que el sentido de comunidad fue un concepto que siempre nos atravesó profundamente: sabíamos que teníamos que cuidarnos y privilegiarnos a la hora de dar trabajo ya que hemos sido históricamente discriminades. Queríamos crear un ambiente laboral amoroso y justo. Pero a la vez la escasez de recursos fue (sigue siendo) una variable que nos deja poco margen para pensar lo ideal, por lo menos en términos de recursos materiales como el dinero.

Otro punto bisagra en la historia de casaBrandon fue en 2010 con la llegada de Stéphane Jacob, un varón trans activista transfeminista que nos trajo la propuesta, junto con Cole Rizky, de hacer una festival trans multidisciplinario. Tuvimos largas conversaciones con ellos. Recuerdo una en particular entre Stef y Jor. Ella decía que no se definía como “feminista” y Stef, asombrado, le hacía diferentes preguntas para que se diera cuenta de que lo que le pasaba era que le tenía prejuicio a la palabra “feminista” pero que adhería a todos sus principios, ideales e inclusive, prácticas. “¿Estás a favor del aborto? ¿Te parece que todes deberíamos ganar lo mismo por las mismas tareas de trabajo? ¿Te parece que todes deberíamos tener las mismas oportunidades? ¡Entonces SOS FEMINISTA!”, decía Stef y se reía.

Él fue quien nos presentó a la artivista travesti Susy Shock y con ella se nos abrió otro mundo. Participó también en el festival Marlene Wayar, a quien había conocido en 2003 a través de Mauro Cabral, a quien conocí primero por mail. Él se comunicó con nosotras para alertarnos sobre el inaceptable error de comprensión en la sinopsis que compartimos cuando programamos la película Los muchachos no lloran.

En 2010, luego de sostener varias discusiones con Jor, militamos junto a la FALGBT la ley de matrimonio Igualitario. Ella sostenía que, como disidencias (no se usaba todavía esa palabra, pero era eso lo que ella quería expresar) nosotras no debíamos pretender casarnos. Ella pensaba que el Estado no tenía por qué legitimar nuestros vínculos. Yo sostenía que teníamos que igualar la oportunidad de casarnos y luego, con ese piso, elegir si casarnos o no, o incluso cuestionar la institución, el contrato.

En 2010 fundamos MECA (Movimiento de Espacios Culturales y Artísticos). Fue una iniciativa del Club Cultural Matienzo y éramos casaBrandon, Arcoyra, El emergente, Usina Cultural del Sur, entre otros. Realmente fue un respiro la creación de ese espacio. Estábamos todes luchando en soledad contra los embates de la Agencia Gubernamental de Control y sus clausuras arbitrarias y pudimos hacer una puesta en común de todas las dificultades con las que convivíamos a diario. Entonces surge la iniciativa de redactar y presentar la Ley de Centros Culturales.

Desde su fundación estuve permanentemente cuestionando la falta de participación de mujeres, lesbianas, marikas y travas en el espacio, un problema que fue medianamente saldado con la incorporación de integrantes del colectivo FIERAS recién en 2019. Y digo “medianamente” porque sigue sin haber personas trans o no binaries y apenas si hay una o dos marikas. Mujeres cis y tortas “copamos la parada”.

En 2011 las actividades de Brandon son declaradas de Interés Social, Cultural y para la Promoción y Defensa de los Derechos Humanos por la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires.

En 2017 falleció Jorgelina y me encontré con la imperiosa necesidad de reestructurar la metodología de trabajo, incorporando nuevas personas al equipo de gestión y sociabilizando la toma de decisiones.

Quisiera aquí abrir un paréntesis y hablar de la experiencia de acompañamiento del tránsito de Jor hacia su muerte, que creo que es un ejemplo vivo de cómo otras lógicas pueden transformarse en nuevas prácticas amorosas por fuera del régimen heterosexual llevadas adelante por un grupo de lesbianas.

Con Jor, como dije, nos habíamos conocido en 2000. Nos enamoramos muy intensamente y nos llevábamos muy bien. En esa relación entendí que el amor podía ser otra cosa. Que se podía transitar una pareja, no sin dolor pero sin daño, y que ese dolor intrínseco a la experiencia humana no tenía que ser destino de pareja. Potenciábamos nuestras virtudes y fue así que pudimos fundar un proyecto que está cumpliendo 20 años.

Nos separamos por falta de atracción sexual pero todo lo demás estaba intacto: el amor, la confianza, el respeto y las ganas de sostener el proyecto Brandon. Yo ya venía de varias parejas con las que había terminado en muy buenos términos y varias de mis amigas y ex parejas se iban poniendo en pareja entre sí. Un circuito virtuoso en el que formábamos familias alternativas, de vínculos fuertes y comprometidos. En casaBrandon fuimos tejiendo nuevas amistades y relaciones. Amigas, compañeres de trabajo, aliades.

Pasaron muchos años y la red se sostuvo y fue creciendo. Más allá de los altibajos en la red de acompañamiento a Jor, sus últimos días los pasó en la casa gracias al coraje y compromiso de esa red en la que confluyeron un poco su madre pero sobre todo amigas, ex novias y ex de exes. Nos fuimos turnando para vivir con ella, suministrarle la medicación, hacer compras y todo lo que implica cuidar a un amor hasta la muerte. Fue una experiencia fascinante, llena de dolor y amor incondicional. Fue una experiencia trascendental. Es muy extraño y maravilloso ser la última persona que tu ser amado haya elegido mirar a los ojos antes de partir. Hay que militar una ley de eutanasia de manera urgente.

La familia de Jor no respetó nuestros acuerdos.

Hay una sensación compartida con mis amigas lesbianas y es que nuestras relaciones no terminan de ser tomadas en serio. Algo así como si fueran un ensayo permanente hacia una heterosexualidad que en algún momento debería llegar.

Luego, al calor de la militancia por la Ley por el aborto legal, libre y gratuito en 2018, formamos el colectivo FIERAS: mujeres, lesbianas, travestis y trans; trabajadorxs de espacios culturales de la Ciudad de Buenos Aires. Un espacio para escucharnos y conocernos, entender las similitudes y diferencias de nuestras trayectorias en el ámbito cultural y compartir las experiencias patriarcales que han arrojado esos caminos, tanto en nuestro funcionamiento interno, en el contacto con les artistes y gestores con quienes trabajamos, y con el público en general.

FIERAS me dio un espacio de pertenencia en el que me veo representada y acompañada. Es un espacio de reflexión, elaboración de estrategias y acción.

Hoy me siento ilusionada y cansada a la vez. Emocionada y expectante. La creación del Ministerio de la Mujer, Géneros y Diversidad es una apuesta enorme y debo confesar que me da mucha alegría y mucha pena que Jor y tantas otras compañeras, compañeres y compañeros, no hayan llegado a ver esto hecho realidad.

De la cultura al feminismo

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