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ОглавлениеLa gestión cultural en y desde una mirada interseccional
Marcela A. País Andrade
Me interesa retomar en este escrito algunas ideas que compartí en el texto “La incomodidad de las cuestiones de género(s) en la gestión cultural”, que se publicó en el libro Gestión Cultural en la Argentina, en 2019.1
En ese trabajo planteo que es necesaria la reflexión, elaboración y profesionalización de maneras específicas de desarrollar una gestión de la política cultural ante las desigualdades sexo-genéricas que se visibilizan y complejizan cada vez con más intensidad en las agendas sociopolíticas de nuestro país (sobre todo, a partir de 2015). Es decir, debemos consolidar políticas culturales y gestiones que tengan la capacidad de visibilizar y materializar las prácticas culturales e ideológicas cotidianas que sostienen y reproducen los estereotipos de género(s).2 Propongo, además, que uno de los caminos posibles para profundizar la elaboración/evaluación de verdaderas políticas públicas en y desde el campo cultural con perspectiva de género(s)/feministas/diversas/disidentes/no binaries/otres es el de identificar, relevar, tensionar y cuestionar los discursos (más/menos) conservadores y los discursos (más/menos) progresistas que se encuentran actualmente en disputa, sosteniendo prácticas que fundamentan la reproducción o transformación de lo político en la cultura. Así también, sugiero relevar la centralidad de una gestión cultural crítica de las políticas culturales, ya que en ellas –y desde ellas– se resignifican derechos básicos en una sociedad como lo han sido las leyes de identidad de género, matrimonio igualitario, prevención y sanción de la trata de personas y asistencia a sus víctimas, violencia contra las mujeres, etcétera. Estas se observan como fundamentales para la transformación de un sistema cultural que no deje por fuera a más de la mitad de quienes hacemos humanidad. Por consiguiente, el interrogante que cierra “La ‘incomodidad’ de las cuestiones…” invita a observar(nos) en la disposición que tenemos para posicionarnos en diferentes formas de hacer y gestionar lo cultural, ya que dicha postura implica necesariamente renegociar nuestras propias formas de (re)producir relaciones de poder para ser y estar en el mundo.
Esta pregunta, que de alguna manera dejo esbozada, se podría responder afirmativamente con la gestación de este libro colectivo. Las experiencias que se relatan en estas páginas demuestran las destrezas que desplegamos para DESAFIAR el orden del poder patriarcal/capitalista; DENUNCIAR las redes de poder opresivas y naturalizadas en las relaciones con nuestros cuerpos, sexualidades, deseos, colores y amores que se invisibilizan en las prácticas culturales cotidianas, laborales, amorosas y artísticas como formas de tensionar las políticas de reconocimiento con las de redistribución;3 y PROPONER –de manera disidente y diversa– experiencias, narrativas, juegos, contenidos, movimientos y formas de transformar en y desde las prácticas culturales y artísticas las relaciones sociales y la configuración de poder en y desde el campo de lo cultural.
A partir de la posibilidad de estar dando visibilidad de manera sistematizada a las experiencias que se relatan en este libro (y sabiendo que existen muchas otras) la pregunta que me hago es: ¿qué tienen para aportar las experiencias, “productos”, narrativas y/o prácticas culturales/artísticas gestadas por mujeres, disidencias, diversidades, colectivas y/u otrxs –en el marco de las demandas feministas contemporáneas– a la elaboración/evaluación de políticas culturales y su gestión?
La gestión cultural como campo de conocimiento
En consecuencia, con dicho interrogante, este escrito intenta descubrir las relaciones que se tejen entre los procesos sociales y las relaciones de poder, donde lo cultural se reconfigura como arena de disputa, con el Estado como su principal actor y la gestión cultural como campo de conocimiento. Es en este entramado donde la gestión cultural se revela en, al menos, dos dimensiones interrelacionadas para su desarrollo, cuyas líneas se esbozan a continuación.
Se espera que el campo de la gestión cultural se configure como un espacio político (no partidario) para –entre otras cosas– generar conocimiento crítico que resignifique e interpele sus propios ámbitos de acción: el profesional (Mariscal Orozco, 2012; Morales Astola, 2018) y/o laboral (Mariscal Orozco, 2012); el académico (Mariscal Orozco, 2012) y la vida cotidiana y la comunitaria (Morales Astola, 2018). Ante esto, quien gestiona cultura “debería” oscilar entre las cualidades de unx etnógrafx, unx curadorx, unx militantx y unx administradorx (Vich, 2018). Desde aquí, en el orden de lo cotidiano y lo comunitario se espera que la gestión cultural pueda identificar, reconocer, sistematizar, comprender y reconfigurar sentidos en y desde las acciones culturales/artísticas que desafíen las políticas culturales de turno. Y en el orden de las incumbencias profesionales, laborales y académicas, deberá poder visibilizar, teorizar y potenciar las diversas experiencias y/o prácticas culturales/artísticas que se proponen la transformación social (entre otras) para generar aportes epistémicos a las políticas culturales que las sostienen (País Andrade, 2016, 2017, 2018).
Por otro lado –para mí, fundamental–, este entramado complejo le exige al profesional de cultura poder entender las configuraciones del Estado donde desarrolla su tarea (niveles, actores, comunidad, redes, producciones de gubernamentalidad, localidad, nacionalidad, internacionalidad, etcétera) en vínculo con los estudios de “impacto” de las políticas públicas que naturalizan el binomio poblaciones/políticas o –por el contrario– lo tensionan, en tanto términos necesariamente implicados y en conflicto (Foucault, 1978). En otras palabras, la complejidad que plantea la actual comprensión de las políticas públicas en cultura requiere que problematicemos y/o deconstruyamos de maneras críticas esos “impactos”. Es decir, entender que las políticas públicas también se transforman en y desde los procesos sociocomunitarios de diversidad cultural/agencias que se van conformando en relación a las distintas maneras de (re)configurar desigualdades por medio de las diferencias (Quijano, 2007; Segato, 2015; entre otrxs). La interseccionalidad (Crenshaw, 1989) se torna entonces indispensable como herramienta teórica-metodológica para interpelar nuestras formas de hacer y gestionar cultura en el contexto actual. Para ello y siguiendo a Cris Shore, es necesario preguntamos: “¿qué quiere decir política cultural pública en este contexto? ¿Qué funciones tiene? ¿Qué intereses promueve? ¿Cuáles son sus efectos socioculturales? ¿Y cómo este concepto de política cultural pública se relaciona con otros conceptos, normas o instituciones dentro de nuestro país en particular?” (2010: 29).
Estas dos dimensiones analíticas enriquecidas entre sí (entender el campo de la gestión cultural como un espacio político y entender las configuraciones del Estado en donde desarrolla su tarea) nos permiten explicar (entre otras líneas de comprensión) por qué en la actualidad aparecen fuertemente enlazadas las acciones activistas/militantes que demandan y/o promueven derechos de las mujeres/diversidades/disidencias/no binaries/otres y las prácticas artísticas/culturales. Dichas vinculaciones toman visibilidad en los últimos años, pero no son específicas de la lucha feminista actual. (Si bien la “ola verde” de 2018 pareciera haber marcado un hito en la visibilización de las demandas de los movimientos de mujeres y los feminismos en la Argentina, muchas acciones son de larga data).4
Las experiencias artísticas de mujeres/feminismos/disidencias/diversidades/no binaries/otres: herramientas políticas para la gestión cultural
En Argentina, los años del macrismo (2015-2019)5 reconfiguraron política, económica y, socialmente, los sentidos de la gestión, interpelando los programas, proyectos y/o líneas de acción que se venían gestando y/o desplegando durante el período anterior (2003-2015). Dicho contexto se resignificó en el campo cultural en y desde la noción de emprendedorxs6 reivindicando así políticas de empoderamiento proyectadas por los organismos internacionales –Organización de las Naciones Unidas (ONU), Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), Banco Interamericano de Desarrollo (BID), entre otros7– que fueron profundizadas y desplegadas sin sentido crítico. No obstante, en esos años se fortalecieron los movimientos de la sociedad civil en pos de “resistir” y salvaguardar los derechos adquiridos durante los gobiernos “kirchneristas” (2003-2015).8 En este sentido, los grupos (in)visibilizados resultaron estratégicos como dispositivos de resistencia, lucha y/o transformadores de la realidad social (Igarzábal, 2019).
Dicho contexto es el escenario de la discusión en el Congreso de la Nación por una Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE), que generó una fuerte visibilización de lo político de la sexualidad (Rubin, 1989). Lo mismo habían hecho en su momento la Ley 25.673 de Creación del Programa de Salud Sexual y Procreación Responsable (2002); Ley 26.150 de Educación Sexual Integral (2006); la Ley 26.485 de Protección Integral para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra las Mujeres en los Ámbitos en que Desarrollen sus Relaciones Interpersonales (2009); la modificación del artículo 2 de la Ley 26.618 de Matrimonio Civil (conocida como ley de matrimonio igualitario, 2010); la Ley 26.743 de Identidad de Género (2012); y la Ley 26.842 de Prevención y Sanción de la Trata de Personas y Asistencia a sus Víctimas (2012); entre otras.
Así, movimientos de mujeres y feminismos como la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito, el #NiUnaMenos (que si bien generó inimaginables adhesiones desde 2015 no provocaría la “brecha” paradigmática en torno al debate sobre sexualidades que sí generaría la discusión de la IVE) y el #MeTooArgentina, entre otros, fortalecieron y permitieron debates que venían dando personas aisladas que, en ciertos casos, no significaban específicamente sus prácticas y/o demandas como contenidos feministas (sobre todo mujeres, disidencias, trans, no binaries). Esto sumado a que organizaciones de mujeres, disidencias, trans, no binaries y/o colectivas feministas –en diferentes ámbitos– comenzaron a tomar visibilidad pública como fuerzas políticas9 y que fuerzas partidarias organizadas comenzaron a transversalizar estos debates en sus agendas políticas y sindicales. Por tanto, el campo cultural argentino se encontró interpelado en y desde estos debates a través de la demanda en las condiciones salariales de lxs trabajadorxs culturales; de paridad en los elencos y festivales; visibilización de violencias y maltratos; observancia de prácticas, “productos” y/o guiones sexistas y machistas; reivindicaciones de derechos por maternidad/paternidad de artistas en diferentes áreas; visibilización de formas de sexismo en los mensajes y narrativas que profundizan las inequidades en relación a los géneros en los medios de comunicación, audiovisuales, entre otros. Es decir, procesos que vienen demandando la “revisión” de las políticas y las gestiones culturales actuales (País Andrade, 2015, 2017, 2018, 2019), como se observará en las diferentes partes de este libro. En otras palabras, nos encontramos en un momento donde se están (re)significando políticamente las formas de hacer cultura y las maneras de producir relaciones de poder.
Para finalizar este apartado, me resta visibilizar la paradoja en la que nos encontramos en términos de reivindicaciones sexo-genéricas enmarcadas en el campo cultural vigente: exigirle derechos a un Estado patriarcal –que detenta prácticas culturales del siglo pasado que aún no están pudiendo ser aprehendidas y materializadas por las instituciones culturales contemporáneas– desde movimientos sociales que exigen la (re)configuración de acciones, formas, contenidos, narrativas y experiencias culturales de la nueva era (Marchiaro, 2019).
Posible respuesta para seguir pensando
Las experiencias artísticas actuales de mujeres/feminismos/disidencias/diversidades/no binaries/otres tienen mucho para aportar al estudio político del campo cultural existente y en este texto intenté comenzar a dar cuenta de ello.
Observar las diversas estrategias que llevan a cabo diferentes personas y/o grupos artísticos para instalar demandas (espontáneas o de coyuntura) frente a una situación concreta (paridad, salarios, medidas sindicales, etcétera) o para transformar la realidad social (nuevos relatos, formas de jugar, narrativas, etcétera) (Anzorena, 2019) nos devela formas concretas de cómo se están disputando nuevos pactos en las relaciones de poder hegemónicas basadas en un sistema patriarcal, capitalista, racial, colonial y heteronormativo. De esta forma el Estado, como su principal actor, debe redireccionar, reestructurar y/o negociar por medio de sus políticas públicas nuevas tensiones, nuevos acuerdos, resistencias y/o transformaciones. Para ello es necesario que este reconozca las demandas, los grupos, las redes y jerarquice las arenas de disputa.
Algunos ejes que surgen de las experiencias culturales que se relatarán en este libro podrían ser herramientas para pensar otras áreas del Estado y sus políticas. Nombraremos solo algunas que podemos desprender de este texto:
1.Desafiar lo que conocemos: jerarquizar espacios “fronterizos” como productorxs de nuevos conocimientos: el estudio del Estado en y desde los márgenes (Das, Venna y Poole, Deborah, 2008; Isacovich, 2013, entre otrxs) aparece como primordial para comprender nuevas demandas y reivindicaciones identitarias y la epistemología feminista (Maffia, s/f) se despliega como una posible herramienta. Para esto es necesario conocer a los distintos actores que diseñan, intervienen, ejecutan y evalúan pero que también desafían a las acciones públicas y/o las transforman. Además, deberíamos interpelar esos proyectos, programas y/o prácticas desde perspectivas interseccionales que permitan cristalizar los acuerdos geolocalizados, genéricos, raciales, etarios, religiosos (entre otros) explícitos e implícitos, que sostienen dichas políticas.
2.Denunciar lo que nos oprime: reconocer “nuevos” relatos y “nuevos” actores disputando las agendas públicas; es decir, narrativas que generan formas disidentes y diversas de ser, sentir y resistir que “iluminan” actores que comunican lo político de y desde esos procesos: redes sociales, centros culturales, sindicatos, gremios, performances, cuerpos, juegos, colores, etcétera. Es la posibilidad de visibilizar dónde y quiénes configuran relatos y qué características detentan para conservar el orden establecido o generar otros. Materializar esto nos permite revelar las redes de poder opresivas y naturalizadas en las relaciones sociales y en las disputas en la configuración de poder.
3.Proponer de manera disidente y diversa: incorporar todo lo anterior en proyectos, acciones, experiencias, narrativas, contenidos en las prácticas cotidianas y comunitarias desde formas participativas y localizadas entre las distintas instancias del Estado (funcionarixs, instituciones, comunidad, territorio, etcétera) que configuren relaciones transformadoras de poder en y desde el campo social.
Esta breve sistematización de los aportes que, entiendo, hacen las experiencias artísticas actuales de mujeres/feminismos/disidencias/diversidades/no binaries/otres a la comprensión de lo político de la sexualidad en el campo de la cultura da cuenta de la fundamental incumbencia de la perspectiva de género(s)/feminismos/disidencias/diversidades/no binaries/otres en la profesionalización de quienes gestionan cultura. Como he dicho en otros espacios (País Andrade, 2018 y 2019) el trabajo cultural es un proceso transformador que implica una mirada y una postura política en vínculo con las demandas/expectativas de los territorios y las comunidades en las cuales se interviene. Ante esto, más que sostener un paradigma de identidades sexo-genéricas únicas y homogéneas, es necesario observar su heterogeneidad, sus disputas, sus acuerdos, sus espacios de acción, sus ámbitos de demandas y, sobre todo, cómo se reproducen en las prácticas culturales cotidianas estas relaciones de poder que, a fin de cuentas, es lo que debemos comprender para poder gestionar la inclusión.
Bibliografía
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1 País Andrade, Marcela A. (2019). “La ‘incomodidad’ de las cuestiones de género(s) en la gestión cultural” en Fuentes Firmani, Emiliano y Tasat, José A. (coords.), Gestión Cultural en Argentina, pp. 33-42. Caseros: RGC libros.
22 Pensamos en las características de “lo femenino” y “lo masculino” que naturalizan desigualdades sociales amparadas en las diferencias anatómicas de las personas y que se (re)producen/tensionan en las diferentes performances corporales de los grupos de mujeres, varones, trans, no binaries, diversidades, disidencias, campañas contra la violencia sexual, homofóbica, muestras teatrales, fotográficas, televisivas, interacciones y denuncias a través de las redes sociales, etcétera.
3 Frasser, Nancy (2006). “La justicia social en la era de la política de la identidad: redistribución, reconocimiento y participación” en Nancy Frasser y Axel Honneth, ¿Redistribución o reconocimiento? Un debate político filosófico, pp. 83-99. Madrid: Morata.
4 Es necesario señalar que el impacto que generaron las discusiones de 2018 no aparecieron en el vacío sino que fueron consecuencia del clima de época que viene generando una serie de demandas y logros adquiridos en las últimas décadas en cuestiones de derechos a las mujeres, diversidades y disidencias.
5 Desde el 10 de diciembre de 2015 hasta el 10 de diciembre de 2019, la nación argentina estuvo bajo la presidencia del ingeniero Mauricio Macri (quien había sido
Jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires desde 2007 a 2015)
representando a la coalición política Cambiemos. Dicha gestión implementó acciones políticas, económicas y socioculturales enmarcadas en discursos con tintes liberales, desarrollistas y conservadores. Como resultado, el cambio del proyecto cultural de Nación achicó el rango de Ministerio de Cultura al de Secretaría, fusionando esta área con Educación y Ciencia (7 de mayo del 2014 al 5 de septiembre del 2018). En la actualidad, el nuevo gobierno asumido por el doctor Alberto Fernández vuelve a instituir el Ministerio de Cultura (11 de diciembre de 2019). A los fines del escrito, es relevante subrayar que esta nueva gestión crea, por primera vez en la historia argentina, el Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad.
6 Diversos autorxs destacan la nueva articulación entre la esfera cultural y la económica implicada en estas perspectivas. Yúdice se refiere a la “culturización de la economía”, en tanto la cultura se transformó en la lógica del capitalismo contemporáneo (Yúdice, 2002: 35). En la misma dirección, Comaroff y Comaroff señalan: “así como la cultura se transforma en mercancía, la mercancía se vuelve cada vez más cultural, es aprehendida como la fuente genérica de la socialidad” (Comaroff y Comaroff, 2011:51). La identidad es concebida como capital que inviste al sujeto emprendedor. Comaroff y Comaroff relacionan esta categoría con la construcción de nuevas formas de subjetivación en el marco del neoliberalismo, centradas en un sujeto visto y experimentado como “empresario de sí mismo”. De este modo, el emprendedor es comprendido como una forma particular de construcción de sujeto, un sujeto no identificable sino por realizar (Bröckling, 2015).
7 Para ampliar esta idea recomiendo leer Bentancor Harretche, Virginia (2011). “Empoderamiento: ¿una alternativa emancipatoria?” en Revista Margen, n°61, pp. 1-14.
8 Para profundizar y complejizar este período recomiendo leer: País Andrade, Marcela A. (2018) “La transversalización del enfoque de géneros en las políticas culturales públicas: el caso del Ministerio de Cultura argentino” en Revista Temas y Debates, año 22, n° 35, pp. 161-180.
9 Para profundizar en estas ideas pensamos en la categoría de “pueblo feminista” recomendamos leer el texto de Di Marco, Graciela (2011) “El pueblo feminista. Movimientos sociales y lucha de las mujeres en torno a la Ciudadanía”.