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En todas partes

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Los técnicos y periodistas que participaron del lanzamiento de Crónica TV coinciden en que el trabajo en la calle no resultó fácil durante los primeros meses. La tecnología de los camiones de exteriores era básica y los movileros debieron apelar a una máxima de la televisión que sugiere, a quienes quieren sobrevivir en el medio, ingenio y creatividad cuando los recursos son escasos.

A modo de ejemplo cuentan que los auriculares que usaban los cronistas en exteriores para escuchar el retorno del estudio estaban conectados al móvil por un cable cuya extensión siempre era insuficiente. Y encima solía enredarse en las cubiertas de los autos y en los árboles.

“Igual, con esos obstáculos y otros que nos surgían, lográbamos llegar primero”, se jacta un reportero que a mediados de 1994, por esas limitaciones que le imponía el cableado del móvil, tuvo que frenar la Marcha Federal mientras pasaba frente al Congreso de la Nación.

Miles de personas se habían movilizado desde el interior del país para protestar por la política económica de Carlos Menem y caminaban hacia la Plaza de Mayo. “Era una de las primeras protestas de la Central de los Trabajadores Argentinos y Víctor De Gennaro, entonces secretario general de la CTA, debió esperar alrededor de diez minutos con la marcha parada hasta que nos dieron aire y pudimos hacer la entrevista”.

Las tareas en la calle se complicaban también porque Crónica no trabajaba con productores de exteriores, los encargados de asistir a los periodistas. “Ese puesto, según Gavilán, era un invento de vagos, pero nosotros lo necesitábamos porque teníamos que lograr que la gente aplaudiera en las protestas, asegurarnos de que un corte de calles se mantuviera mientras hacíamos la transmisión en vivo y encima hacer los reportajes”, explica el movilero.

Otra dificultad fue la aparición de los teléfonos celulares. Una vez más, la nueva tecnología llegó al canal mucho tiempo después que en las otras señales. Y cuando los cronistas volvían a la redacción y exponían su queja ante Gavilán o García se chocaban con una respuesta contundente que los dejaba sin argumentos para seguir con el reclamo. “Nosotros –decían los jefes– ya hicimos televisión cuando no había celulares, usábamos los teléfonos públicos y ahora hay muchísimos más que antes”.

El espacio donde trabajaron los productores durante años, más que a una redacción de un noticiero de televisión se parecía a una oficina pública de la década del ochenta. Recién en 2000 instalaron allí la primera computadora con conexión a Internet y, claro, hubo que esperar un tiempo más para disfrutar de la banda ancha. Si hasta entonces algunos redactores salían del paso con las antiguas máquinas de escribir.

De las paredes no colgaban relojes digitales con la hora de las ciudades más importantes del mundo como se ve en las redacciones que muestran las películas, sino tres mapas con división política: uno del territorio nacional, otro de la Capital Federal y el tercero de la provincia de Buenos Aires. Después de todo, aquí eran más útiles que esos modernos relojes y servían para orientar a los equipos que salían a recorrer las barriadas del conurbano. El GPS todavía era una herramienta del futuro.

Y lejos estaban estos periodistas de aquellos contratados por el multimillonario Ted Turner, que se lucían en la imponente central que la CNN había montado en Atlanta. Allí, cada redactor, desde su PC, trabajaba conectado a un servidor que funcionaba en red y les permitía procesar el material en video que les enviaban desde cualquiera de sus corresponsalías, esparcidas en los cinco continentes.

En la “CNN criolla”, en el primer piso de Riobamba 280, todo lucía más sencillo y artesanal. Y a quien no le gustara “que se compre un canal”, como acostumbra responder Héctor Ricardo García ante los planteos quejosos de sus colaboradores.

Además de la valiosa radio VHF hasta hace unos años sobrevivía en aquella redacción una PC 286 con monitor blanco y negro que recepcionaba los cables de la agencia oficial de noticias Télam. Y tampoco hace mucho que los nuevos plasmas reemplazaron a un antiguo televisor de veinte pulgadas porque repentinamente dejó de funcionar tras haber estado encendido día y noche, desde que empezó el canal, hace más de veinte años ¡sin que nadie lo apagara!

García no es amigo de los cambios y siempre lo justificó reivindicando a un editor argentino que se destacó en los años sesenta y setenta: “Cuando a Julio Korn le preguntaban por qué no sacaba el color sepia de Radiolandia, él contestaba que cuando algo tiene éxito no hay que tocarlo”.8

Pero no todas fueron contras. Los televidentes empezaron a identificar al canal con las primicias, se acostumbraron a que si algo trascendente ocurría lo verían por esa pantalla. Por eso reconocían el esfuerzo de sus periodistas y técnicos, si hasta los jubilados que reclamaban aumentos los miércoles interrumpiendo el tránsito en el Congreso hacían una grieta en los cortes y le permitían el paso solo a los móviles de Crónica para que pudieran correr hacia otros sitios.

Un periodista que prefirió mantener su nombre en reserva recuerda que una tarde lo mandaron a cubrir un asalto y cuando estaba por llegar a destino, su productor le informa que la persona asaltada había sido asesinada. Ya en el lugar, un policía que trataba de reconstruir el trágico robo le dijo al cronista que el cuerpo de la víctima había sido llevado a la morgue judicial para practicarle la autopsia, cinco minutos antes.

Esta vez no faltaban los recursos técnicos pero ya no tenían un elemento clave para la cobertura de la noticia. El movilero apeló entonces a su ingenio y le pidió a un motoquero del canal que se acostara en el suelo, taparon parte de su cuerpo con hojas de diarios para que nadie identificara su rostro y así se grabó la nota. Y así salió al aire.

Fue primicia

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