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ОглавлениеCapítulo 4
El huevo de la serpiente
El único medio de comprender un fenómeno es saber cómo comenzó.
Karl Kautsky
El reino de la ilegalidad y la especulación
Una vez creado el virreinato del Río de la Plata –el 1 de agosto de 1776– se agudizó, en su seno, la contradicción entre los intereses del interior protoindustrialista y los de la oligarquía contrabandista del puerto de Buenos Aires. Mientras Buenos Aires crecía con el comercio y el contrabando, el interior prosperaba a partir de la producción manufacturera. La región de Cuyo, que contaba por entonces con más de veinte mil habitantes, basaba su economía en la industria del vino y los aguardientes. Las provincias de Cuyo poseían, además, una excelente ganadería y una muy buena agricultura que las convertían en el granero de Santiago de Chile y de Buenos Aires. En la región de Tucumán, habitada por 150.000 almas, se fabricaban carretas, ropas diversas, ponchos, mantas, frazadas, manteles, paños finos, sombreros. En Corrientes se levantaban astilleros y carpinterías. En la zona de Misiones se cultivaba la yerba mate, como también el algodón.
En cuanto a Buenos Aires, que contaba con veinticuatro mil habitantes, legalmente, su actividad principal estaba constituida por la exportación de cuero y carne salada, pero la ciudad progresaba y se desarrollaba, fundamentalmente, a partir del contrabando. Se fue conformando entonces –como afirma con agudeza Fermín Chávez en su obra Historia del país de los argentinos– paulatinamente en la ciudad puerto una mentalidad proclive a la ilegalidad, desligada de la producción, inclinada a la especulación, que miraba hacia Europa y le daba la espalda al interior del continente. La conformación de esta mentalidad tendría profundas consecuencias políticas a lo largo de toda la historia argentina.
Muchos años después, cuando las tierras de la llanura pampeana y de las cuchillas orientales –debido al invento del barco a vapor y el frigorífico– fueron incorporadas efectivamente a la división internacional del trabajo –como zonas exclusivamente productoras de materias primas e importadoras de productos industriales, sobre todo británicos–, esa mentalidad de la ciudades-puerto de Buenos Aires y Montevideo –esa forma de pensar, de sentir y de vivir del porteñaje bonaerense y del montevideano– volvió a modificarse en sentido aun más negativo al desaparecer casi por completo de la cultura de las clases altas y medias el ascetismo. Al respecto afirma agudamente Alberto Methol Ferré (1971):
La producción, la cultura humana, nos señala Freud, se ha erigido sobre la represión, la disciplina de las apetencias. El “principio de realidad” le ha exigido al “principio del placer”, para sobrevivir, la ascética. Sin ascética no ha sido viable ninguna empresa cultural de aliento. Ascetas hubo en la base de la cultura europea, con las órdenes religiosas; ascetas hubo en el origen del capitalismo, con el puritanismo, y su máximo exponente, el mundo yanqui; ascetas emprendieron la revolución socialista, con el partido bolchevique, y ahí está el proceso ruso o el más reciente monasterio laico de la China. ¿Ha conocido nuestro país un ascetismo creador? ¿Tenemos reservas de ejemplaridad? Pareciera que no. Se ha dicho respecto de nosotros que “en principio fueron las vacas”; antes estuvo la abundancia, luego vino el hombre. Hernandarias fue ya el introductor de nuestra “cibernética natural”, la ganadería, en circunstancias absolutamente excepcionales en la historia universal. No tengo noticia de vaquería semejante. Así, tuvimos la sobriedad rústica de los paisanos; modos austeros en sectores del viejo patriciado, aún ligados a una moral tradicional ella también generada por siglos de escasez sufrida por el hombre; y tuvimos asimismo el sacrificio tenaz y esperanzado de cada inmigrante, proveniente de medios en que la vida era normalmente más dura, pero pronto sus hijos, en condiciones menos exigentes, se ablandaron. De tal modo, la facilidad de la renta diferencial ha generado un aflojamiento general del país, ha consolidado una mentalidad de comensales, ha hecho privar, diríamos, el “principio del placer” sobre el principio de realidad. (51)
Esta clave de comprensión de la historia y de la sociología de los pueblos del Río Plata que descubre Methol Ferré es de fundamental importancia para la interpretación del comportamiento de las sociedades argentina y uruguaya, principalmente de sus clases medias y altas, hasta nuestros días.
El Reglamento de Libre Comercio de 1778
La llegada de los Borbones al trono de España implicó una progresiva liberalización del comercio con las colonias que culminó con el denominado “Reglamento de Libre Comercio”, de 1778. Importa destacar que ese Reglamento –con el cual comienza el primer proceso de apertura económica oficial que sufre la América española– ocurre tres años después de que los norteamericanos comenzaran su proceso de rebelión colonial que, naturalmente, produjo el cierre de ese mercado para el comercio inglés. Por lógica consecuencia, a partir de 1775 comenzaba a ser, para Inglaterra, imprescindible la conquista de nuevos mercados. No resulta descabellado pensar, entonces, que en la redacción y sanción del Reglamento de Libre Comercio de 1778 estuvo presente la “mano invisible” de la diplomacia británica, un resorte siempre oculto de nuestra historia.
Conviene recordar que en 1778 España era un reino desindustrializado, mientras que Inglaterra ya era “la fábrica del mundo”. De toda apertura económica, realizada en cualquier parte de la tierra, el primer beneficiario era, siempre, el Imperio Británico.
A partir del Reglamento de Libre Comercio de 1778 Hispanoamérica, sin dejar de ser formalmente una colonia española –sometida al imperialismo borbón– se fue convirtiendo paulatinamente en una semicolonia inglesa. Así, el virreinato del Río de la Plata, sin dejar de ser formalmente parte del imperio español, se fue incorporando informalmente al imperio inglés hasta convertirse en la “perla más apreciada” de la Corona británica.
Puede afirmarse que, si a partir de 1778 Hispanoamérica comienza, de facto, a transformase en una semicolonia inglesa, el decadente imperio borbón se convertía, entonces, en el enemigo inmediato, es decir, en el enemigo táctico, y el emergente imperio inglés, en el enemigo mediato, es decir, en el enemigo estratégico. Astutamente, a partir de 1810, Inglaterra –el enemigo estratégico– prestó su “desinteresada” ayuda a los patriotas americanos para que Hispanoamérica pudiera liberarse de su enemigo táctico al mismo tiempo que Gran Bretaña creaba las condiciones estructurales para que Hispanoamérica terminara de pasar de la dependencia formal española a la dependencia informal británica.
La clave oculta de nuestra historia
Sin lugar a dudas puede afirmarse que el proceso de apertura económica iniciado por los Borbones con el Reglamento de Libre Comercio, al mismo tiempo que encumbró y enriqueció enormemente a los comerciantes de la ciudad de Buenos Aires, comenzó a empobrecer a la mayoría de la población del interior del virreinato.
La avalancha de importaciones que fluyó tierra adentro planteó una terrible competencia a la manufactura y a la artesanía vernáculas. Las tejedurías, talabarterías, etc., de las provincias mediterráneas no estaban en condiciones de competir con artículos confeccionados en los centros fabriles mecanizados de Manchester o Glasgow. Y así como el litoral creció y pasó a ser la región más rica, adelantada, poblada y dominante del virreinato, por las mismas causas el interior se estancó y luego comenzó a languidecer […] Así, alumbró Mayo de 1810. Pero las contradicciones engendradas en el seno del ex virreinato por el desarrollo desigual, lejos de resolverse, se ahondaron y desembocaron en el cruento desgarramiento de la guerra civil entre federales y unitarios. (Trías, 1970: 14)
Una guerra que sería, en esencia, la expresión violenta de la contradicción principal: proteccionismo versus libre comercio. Ésta, y no otra, es la clave, el quid que nos servirá para interpretar la historia argentina. En esta clave podrán entenderse los acontecimientos de nuestro devenir como país desde sus orígenes y hasta nuestros días.
Esta contradicción que, nacida como consecuencia no querida del sistema económico instaurado por Felipe II –el monopolio– se agudizó con el Reglamento de Libre Comercio instaurado por los Borbones en 1778.
Puede afirmarse entonces que, a partir de esa fecha –pero sobre todo a partir de 1810–, predicar y ejecutar el proteccionismo económico significó, sin lugar a dudas, luchar por la verdadera independencia, la independencia económica de Gran Bretaña, mientras que predicar y aplicar el libre comercio implicó estar al servicio de esos intereses. Dicho más crudamente: predicar y aplicar el proteccionismo económico significó luchar por la liberación del imperio, mientras que predicar y aplicar el libre comercio significó trabajar para que las tierras del Río de la Plata fueran una colonia informal del Imperio Británico. La contradicción proteccionismo-librecambio fue, desde entonces, en términos políticos, sinónimo de liberación o dependencia. Es de destacar que esta misma contradicción –proteccionismo-librecambio– se expresó, en idénticos términos, en Estados Unidos desde 1783 –cuando Inglaterra reconoció formalmente la independencia de sus ex trece colonias– hasta 1863, cuando en la batalla de Gettysburg el proyecto sureño, librecambista y probritánico fue completamente derrotado.
En las Provincias Unidas del Río de la Plata, en la guerra civil desatada después de 1810, los proteccionistas recibieron el nombre de “federales” y fueron, siempre, acompañados por las grandes masas populares. Mientras que los librecambistas recibieron el nombre de “unitarios”, y fueron apoyados tan sólo por las minorías “seudocultas” –las minorías subordinadas al imperialismo cultural inglés– de Buenos Aires y las capitales de provincias, pero sobre todo recibieron el apoyo indirecto y decisivo del Imperio Británico. Sin duda alguna, la lucha entre federales y unitarios fue, principalmente, la gran lucha del pueblo argentino para conseguir su independencia del imperialismo inglés. Puede afirmarse, entonces, que el pueblo argentino, a partir de abril de 1811, afrontó una guerra abierta contra el imperialismo borbónico al mismo tiempo que sufría una guerra encubierta llevada a cabo en su contra por el Imperio Británico y su brazo ejecutor en la cuenca del Plata: el imperio lusobrasileño. José de San Martín, Manuel Belgrano, Martín Miguel de Güemes, Manuel Ascencio Padilla y Juana Azurduy de Padilla fueron, entre otros, los héroes y principales protagonistas de la guerra contra el imperialismo borbónico. Joaquín Campana, José Gervasio Artigas, Andresito Artigas, el gaucho Rivero, Facundo Quiroga, Lucio Mansilla, Encarnación Ezcurra, Juan Manuel de Rosas, Ricardo López Jordán, José Hernández y Felipe Varela fueron, entre otros, los héroes y principales protagonistas de la guerra contra el Imperio Británico y su gran aliado, el subimperio lusobrasileño. Ésta es la clave de interpretación que la historia oficial –elaborada por Bartolomé Mitre y aggiornada por los historiadores de la llamada escuela de la historia social– siempre ha ocultado.