Читать книгу La historia oculta - Marcelo Gullo - Страница 6

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Introducción

Hace ya mucho tiempo, Raúl Scalabrini Ortiz, después de años de paciente investigación histórica –y atenta observación de la realidad–, dio a publicidad su célebre obra Política británica en el Río de la Plata en 1936. En ella se atrevió a develar el resorte oculto de la historia argentina. En efecto, siguiendo los hilos de las “marionetas” que en el Río de la Plata parecían ser grandes patriotas e ilustres estadistas, comprobó que todos esos hilos conducían a Londres.

El de la Argentina, por supuesto, no era un caso aislado. El poder inglés ejercía su influencia urbi et orbi y así, por ejemplo, durante la guerra civil norteamericana Inglaterra jugó sus cartas a favor del sur para que Estados Unidos no pudiera completar su proceso de industrialización y se partiese definitivamente en dos o más Estados. Gran Bretaña aplicó en todas partes del mundo, con mayor o menor éxito, la política de dividir para reinar. Ciertamente, en la América española la política británica tuvo un éxito absoluto y sin igual, pero es importante remarcar que, para el logro de sus fines, Gran Bretaña utilizó siempre más su inteligencia que su fuerza. Por eso Scalabrini Ortiz afirma:

Más influencia y territorios conquistó Inglaterra con su diplomacia que con sus tropas o sus flotas. Nosotros mismos, argentinos, somos un ejemplo irrefutable y doloroso. Supimos rechazar sus regimientos invasores, pero no supimos resistir la penetración económica y a su disgregación diplomática… La historia contemporánea es en gran parte la historia de las acciones originadas por la diplomacia inglesa. (Scalabrini Ortiz, 2001: 43)

Luego, poniendo el dedo en la llaga, Scalabrini Ortiz advierte:

El arma más temible que la diplomacia inglesa blande para dominar los pueblos es el soborno… Inglaterra no teme a los hombres inteligentes. Teme a los dirigentes probos. (45)

Digamos al pasar que ese tipo de hombre, al que Inglaterra teme, ha sido demasiado escaso en la elite política argentina desde los tiempos de Mayo hasta nuestros días, y que este hecho facilitó la acción de la diplomacia británica en estas tierras. Acción que la mayoría de los historiadores argentinos en sus grandes obras –desde los tiempos del reinado de Bartolomé Mitre hasta la actualidad bajo el principado de Tulio Halperín Donghi– parecen ignorar o descartar de plano. Respecto de semejante omisión que hace imposible todo análisis serio, objetivo y científico de la historia argentina, Scalabrini Ortiz afirma:

Si no tenemos presente la compulsión constante y astuta con que la diplomacia inglesa lleva a estos pueblos a los destinos prefijados en sus planes y los mantiene en ellos, las historias americanas y sus fenómenos sociales son narraciones absurdas en que los acontecimientos más graves explotan sin antecedentes y concluyen sin consecuencia. En ellas actúan arcángeles o demonios, pero no hombres… La historia oficial argentina es una obra de imaginación en que los hechos han sido consciente y deliberadamente deformados, falseados y concatenados de acuerdo con un plan preconcebido que tiende a disimular la obra de intriga cumplida por la diplomacia inglesa, promotora subterránea de los principales acontecimientos ocurridos en este continente. (46-47)

Finalmente, Scalabrini Ortiz, para no perder tiempo en el examen de detalles innecesarios y superfluos e ir a la búsqueda de los datos que realmente tienen relevancia histórica, remarca como clave interpretativa:

Para eludir la responsabilidad de los verdaderos instigadores, la historia argentina adopta ese aire de ficción en que los protagonistas se mueven sin relación a las duras realidades de esta vida. Las revoluciones se explican como simples explosiones pasionales y ocurren sin que nadie provea fondos, vituallas, municiones, armas, equipajes. El dinero no está presente en ellas, porque rastreando las huellas del dinero se puede llegar a descubrir los principales movilizadores revolucionarios. (48)

Siguiendo, entonces, la senda interpretativa abierta por Raúl Scalabrini Ortiz, afirmamos que la historia de la Argentina –su historia real, no la historia oficial escrita por los vencedores de Caseros y sus hijos putativos– es, en gran medida, la historia del pueblo argentino en lucha por su liberación de la dominación británica.

La historia que se nos oculta desde las usinas de la historia oficial –ayer liberal o mitrista-marxista y hoy, progresista– es que, a partir el Reglamento de Libre Comercio de 1778 impuesto por los Borbones, las tierras del virreinato del Río de la Plata, sin dejar de ser una colonia española –sometidas al imperialismo borbón– se fueron convirtiendo paulatinamente en una semicolonia inglesa. De manera insensible, sin dejar de ser formalmente parte del imperio español, nos fuimos convirtiendo en parte del británico.

Conviene recordar que, en 1778, España era un reino desindustrializado mientras que Inglaterra era ya la fábrica del mundo y que, por lo tanto, de toda apertura económica realizada en cualquier parte de la tierra el primer beneficiario era, siempre, el Imperio Británico. Conviene recordar también que hasta 1778, mientras Buenos Aires vivía de la importación legal o ilegal de las manufacturas británicas, el resto del virreinato del Río de la Plata vivía de la producción industrial gozando, como sostiene José María Rosa, de un alto bienestar y de una situación laboral que, en términos actuales, denominaríamos “de pleno empleo”. Pero a partir de 1778 la paulatina introducción de las manufacturas británicas fue enriqueciendo a la oligarquía porteña y empobreciendo a la mayoría de la población del virreinato a medida que perdía sus empleos al cerrarse las fuentes de trabajo porque los miles de artesanos y los pequeños establecimientos manufactureros que salpicaban las tierras del virreinato del Río de la Plata ya no podían competir con los industriales de Manchester. Esta situación tomó ribetes trágicos a partir del 26 de mayo de 1810.

En 1806 y 1807 Inglaterra trató de transformar esa informalidad en formalidad, pero el pueblo argentino –mientras la llamada “clase decente”, es decir la oligarquía, rendía pleitesía a su majestad británica– gritó con todas sus fuerzas “el amo viejo o ninguno” y le infligió al Imperio Británico la derrota más vergonzosa de su historia.

Con la revolución nacionalista de mayo de 1810, el pueblo, desde los cuarteles, volverá a hacer oír su voz para decir ahora: “Ni el amo viejo ni el amo nuevo”. Pero la elite oligárquica probritánica y los jóvenes embriagados de ideología comenzaron a conspirar, desde el mismo 25 de mayo de 1810, para que las tierras del Plata se incorporaran, formal o informalmente, al Imperio Británico. Fue por ello que, sin perder tiempo, el 26 de mayo la Primera Junta de Gobierno fue inducida a adoptar, sin cortapisas, el librecambio, es decir, la ideología que Gran Bretaña difundía por el mundo como herramienta de dominación. Ideología librecambista que, en ese mismo momento histórico, las ex trece colonias británicas de América del Norte –devenidas Estados Unidos de América– rechazaban de plano, adoptando como política de Estado el proteccionismo económico a fin de permitir el nacimiento y el desarrollo de su industria nacional a sabiendas de que la independencia real de los Estados no era equivalente a los alardes retóricos de independencia y que la independencia real –o, si se quiere, la mayor autonomía posible que puede alcanzar un Estado dentro del sistema internacional– era consecuencia directa de su poder nacional y, por ello, fundamentalmente, consecuencia directa del desarrollo industrial. Muy por el contrario, de lo que sucedía en la América del Norte la oligarquía porteña y los jóvenes embriagados de liberalismo económico –conspirando contra su propio pueblo que, instintivamente, rechazaba el librecambio– adoptaron, sin reparos, la política del libre comercio; política que llevaría a las tierras del Plata de la dominación formal española a la dominación informal británica.

Contra esa conspiración reaccionó el pueblo argentino, en las gloriosas jornadas del 5 y 6 de abril de 1811, con la Revolución de los Orilleros, que representó la primera irrupción del pueblo en la historia. Contra esa conspiración reaccionó Artigas convirtiéndose, sable en mano, en el primer argentino en enfrentar al poder angloporteño. Contra esa conspiración reaccionó el general San Martín cuando rompió, definitivamente, con las logias títeres de Inglaterra que le habían ordenado que utilizara el Ejército de los Andes para combatir al protector de los pueblos libres, don José Gervasio Artigas. Contra esa conspiración reaccionó Artigas, el 29 junio de 1815, declarando la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata de España y de cualquier otra potencia extranjera, un año antes del famoso Congreso de Tucumán y tan sólo unos meses después de que el director supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata, Carlos María de Alvear, le escribiera al ministro de Relaciones Exteriores británico, lord Castlereagh, manifestándole que estas provincias deseaban “pertenecer” al imperio inglés y que se abandonaban a los brazos generosos de su majestad británica.

Contra esa conspiración reaccionó San Martín obligando a los congresistas reunidos en Tucumán a que rectificaran el acta del 9 de julio agregándole “y de toda otra potencia extranjera”, pues el general tenía fundadas sospechas de que los congresistas querían convertir a las Provincias Unidas en una colonia francesa o inglesa.

Contra esa conspiración reaccionó el pueblo, en octubre de 1833, protagonizando la llamada Revolución de los Restauradores que permitió la vuelta de Juan Manuel de Rosas al poder. Contra esa conspiración reaccionó el gobernador Juan Manuel de Rosas, en diciembre de 1835, cuando sancionó la Ley de Aduanas.

A lo largo de nuestra historia, los patriotas que se enfrentaron al imperio inglés enarbolaron, siempre, las banderas de la Patria Grande, el proteccionismo económico y la defensa de la fe y la cultura popular, mientras que los cipayos que trabajaron para la pérfida Albión, las banderas de la patria chica, del libre comercio, del desprecio a la religiosidad popular y de la superioridad de la cultura anglosajona. Y, lamentablemente, lo siguen haciendo, más allá de la retórica.

Relatar sucintamente la lucha del pueblo argentino contra el Imperio Británico es el objeto de este ensayo histórico. Convencidos –como afirmaba Arturo Jauretche (2006)– de que sin el conocimiento de una historia auténtica “es imposible el conocimiento del presente, y el desconocimiento del presente lleva implícita la imposibilidad de calcular el futuro [porque] el conocimiento del pasado es experiencia, es decir aprendizaje [y porque] lo que se nos ha presentado como historia es una política de la historia, en que ésta es sólo un instrumento de planes más vastos destinados precisamente a impedir que la historia, la historia verdadera, contribuya a la formación de una conciencia histórica nacional que es la base necesaria de toda política de la Nación” (14-15).

Tenga presente el lector, antes de comenzar a recorrer las páginas de nuestro ensayo, que todo es historia, hasta lo que ocurre en nuestros días. Digamos, con Georg Winter, que la historia es la política del pasado y la política la historia del presente. Que la política es historia en construcción y la historia, la política que fue. Por ello, a diferencia de otras disciplinas científicas en las cuales es necesaria la separación entre el objeto a estudiar y el sujeto que estudia, entre el grupo y el observador, la historia –como la ciencia política– se comprende mejor cuando el investigador que la relata ha participado él mismo de la vida política, cuando el investigador ha conocido y sufrido en carne propia los rigores de la militancia política. Es en ese sentido que el gran historiador brasileño Luiz Alberto Moniz Bandeira (2011), citando a Jean-Jacques Rousseau y a Karl Kautsky, afirma: “La vivencia de una crisis política tiene un enorme poder pedagógico. Jean-Jacques Rousseau, en su novela epistolar Julie ou la nouvelle Héloise, publicada en 1761, ponderó que «es una locura querer estudiar la sociedad y el mundo como un simple observador, pues quien desea apenas observar nada observará» […] Por su parte, Karl Kautsky destacó que lo que aprendemos con una simple observación de las cosas es insignificante comparado con lo que aprendemos por medio de la experiencia. El que milita, el que actúa, si está dotado de suficiente preparación científica, entenderá con más facilidad el fenómeno político que el estudioso de gabinete, que nunca tuvo el menor conocimiento práctico de las fuerzas motrices de la historia. Y a lo largo de mi vida”, concluye Moniz Bandeira, “no me limité a ser un mero observador” (38). Nosotros tampoco.

Finalmente, queremos advertir al lector que nuestro relato de la lucha del pueblo argentino por su liberación del Imperio Británico se detiene a finales del terrible año 1861 cuando el poder angloporteño –eliminando en las provincias del interior las últimas montoneras federales– barre con todo rastro de proteccionismo económico y con los hombres que lo representaban; no obstante, ciertamente, esa lucha –aunque aletargada– llega hasta nuestros días. No sólo porque Gran Bretaña ocupa nuestras irredentas islas Malvinas sino porque Malvinas es el rostro visible de la ocupación invisible que Gran Bretaña ejerce sobre la República Argentina. Como afirma el gran pensador italiano Benedetto Croce: “Toda historia es historia contemporánea”.

La historia oculta

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