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INTRODUCCIÓN

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Este breve libro, al que los traductores han presentado con diversos títulos: Soliloquios, Pensamientos, Meditaciones, o Para sí mismo, todos ellos justificables a falta del rótulo original, es un texto muy singular dentro del legado literario antiguo. Contiene los apuntes personales del más famoso emperador de la dinastía Antonina, apuntes escritos por Marco Aurelio en sus últimos años, probablemente lejos de la fastuosa Roma, a veces en la soledad de su tienda de campaña a orillas del Danubio. Ciertamente, hubo antes algún otro emperador romano que dejó noticia escrita de sus gestas, como hizo el mismo Augusto, para dejar constancia de sus hazañas, y también hubo, en efecto, otros filósofos que redactaron sus pensamientos y máximas de vida, como Séneca y Epicteto, ambos estoicos como nuestro emperador, y pensadores de gran estilo. Pero los apuntes de Marco Aurelio no eran un texto preparado para su publicidad. No intentan rememorar la valerosa actuación de su autor en las varias campañas bélicas contra los bárbaros, ni tampoco servir de manual de conducta para una vida feliz.

Este libro no es un manual de sabiduría en píldoras. Es, más bien, una serie de notas, más un breviario que un diario, puesto que no hay fechas en esas páginas; unas notas para avivar recuerdos —como los del libro primero— y, una y otra vez, para recordarse a sí mismo las normas para vivir con dignidad y de acuerdo con la austera doctrina ética y los principios filosóficos del estoicismo. Esa mezcla de evocaciones de seres queridos, de exhortaciones a una vida sin tacha, ese juego de agudos aforismos y de observaciones puntuales propias hace de las prosas de Marco Aurelio un texto sin paralelo en la literatura clásica. Apuntes escritos en griego, la lengua de los grandes filósofos, no en el latín cotidiano de la corte imperial y del campamento militar, lo que supone una cierta reflexión previa al utilizar ese léxico griego, cargado de sugerencias y referencias a otros textos. También con citas intercaladas muy a propósito. Más allá de la púrpura imperial el viejo emperador gustaba de evocar a Platón o incluso a Epicuro. Tal vez pensar, como ha escrito algún poeta moderno, que «los clásicos nos sirven de consuelo, aunque no del todo».

Marco Aurelio es un pensador melancólico. Repite reflexiones sobre el paso del tiempo y el poder del olvido que todo lo borra, y no confía, por descontado, ni en el juicio de sus contemporáneos ni en las gentes del futuro. Vivió en esa época que el helenista E. R. Dodds calificó de «época de angustia» y no le faltaron desdichas en su entorno político y familiar. La muerte de seres queridos y tal vez sus propias dolencias pudieron influir en esa mirada desengañada, y, sin embargo, no falta de coraje moral. Citaré unas líneas de uno de los mejores comentaristas de sus palabras, Pierre Hadot: «En la perspectiva de la inmanencia de la muerte, una sola cosa cuenta: esforzarse por tener en siempre presentes en su espíritu las reglas de vida esenciales, remitirse siempre a la disposición fundamental del filósofo que consiste esencialmente en controlar su discurso interior, a no hacer más que lo que constituye un servicio a la comunidad humana, a aceptar los sucesos que nos aporta el curso de la Naturaleza del Todo».

Esas líneas resumen muy bien lo esencial del estoicismo de Marco Aurelio. En esos principios de base estoica se evidencia la grandeza del gobernante y la dignidad personal de este inigualable emperador. Sus apuntes tienen mucho de «confesiones», y pertenecen al género literario de los hypomnémata (es decir, «recordatorios» o «notas personales del día a día») destacando por su impresionante sinceridad, su búsqueda de la verdad interior. («¡Cava en tu interior! Dentro se halla la fuente del bien y es fuente capaz de brotar de continuo, si no dejas de ahondar en ella», VII, 59). Como señalaré más adelante, Marco Aurelio ha tenido infinidad de lectores, y algunos muy notables, y su libro, contra lo que él suponía, ha vencido las amenazas del olvido. (Y no ha resultado cierta su profecía: «pronto todos te olvidarán», VII, 21). Sin duda es uno de los verdaderos libros clásicos, si entendemos por «clásicos» aquellos textos que siempre tienen algo vivo que decirnos, por encima del desgaste del tiempo. Por otra parte, no es un texto para una lectura rápida y somera, sino un libro que invita a volver sobre sus líneas, a releer y meditar sus palabras. También conviene admirar la figura del autor, monarca y filósofo, en el contexto de su época, un tiempo difícil para el gran imperio, ya amenazado en sus fronteras por las incesantes hordas bárbaras. Comencemos, pues, por unas noticias biográficas.

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