Читать книгу Muerte en el crepúsculo - Marcos David González Fernández - Страница 16

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Cuando abrió el compartimento secreto del armario, Olivia se dio cuenta de que todo estaba en debido orden. La caja con las municiones útiles estaba llena. En total eran cincuenta balas 45 milímetros de parque. Al lado de la caja con la munición estaba un par de escuadras Glock, negras mate, ambas.

La Glock era un arma sencilla y de fácil uso. No era pesada como una Colt, ni voluminosa como una Smith & Wesson y era igual de efectiva que estas.

Un arma elegante.

¡Iba con ella!

Con la delicadeza de su cuerpo. Con la negrura de su pasado, tanto que, cuando abría fuego le parecía como una extensión de su brazo haciendo justicia, disparo tras disparo; ráfaga tras ráfaga.

Gastón Glock, fundador de las armas Glock, había revolucionado la forma de hacer armas, pues su fabricación consistía en que eran hechas de plástico y, a pesar de que al principio hubo dudas y hasta burlas acerca de su desempeño debido a este material, con los años la compañía se convirtió en una de las más rentables en el negocio de las armas.

Así también Olivia había sido quebrada. Su vida se había vuelto un infierno, pero ahora, ya había resurgido de sus propias cenizas en las que renació una nueva Olivia. Una letal Olivia, dispuesta a terminar con lo que una vez acabó con ella en un cuartucho después de sus clases en el colegio en el que había estudiado, hasta que decidió abandonar los estudios, a su familia y todo para medio ganarse la vida por sus propios medios a tan corta edad.

Ahora esta nueva figura había aparecido de pronto resurgiendo de las catacumbas de su propio pasado. Y venía a cobrar factura por ello.

Olivia acarició las armas con la yema de sus dedos.

¡En verdad eran hermosos aquellos artefactos tan letales!

Tomó una de ellas entre sus menudas manos. La levantó a la altura de sus senos desnudos y se miró en el espejo de la habitación. No llevaba nada encima más que el arma y le pareció que estaba viendo el reflejo de un ángel vengador en aquel espejo. Era simplemente hermosa. La sinuosidad de sus caderas sobre un par de largas y firmes piernas refractaba la luz que entraba por la ventana. Su piel era lívida en contraste con su larga cabellera, negra azabache. Unos ojos grandes y rasgados de color café claro guardaban el secreto de sus pensamientos, casi tan a flor de piel que podía verlo en el espejo.

Se sintió excitada de pronto, como si aquella arma le proporcionara el poder de elegir terminar con una vida. Y había descubierto, incluso, que eso era mejor que el sexo. ¡Ni siquiera había comparación! La sensación de poder y de victoria sencillamente explotaba en su interior como un orgasmo que fuera creciendo hasta volverla sublime, casi insustancial. Como si trascendiera por momentos las fronteras del tiempo y del espacio que la sujetaban al universo.

Era una sensación majestuosa. Y ahora que sostenía la Glock entre sus manos con el dedo acariciando suavemente el gatillo, un escalofrió le recorrió la espalda a lo largo de la espina dorsal.

Miró sus senos. No eran grandes ni pequeños. Eran sencillamente perfectos, pensó Olivia apuntando el arma hacia el espejo en un movimiento brusco, dejando que ambos saltaran, libres del sujetador.

Sí, era tan hermosa como letal y ese pensamiento abrió su apetito por complacerse nuevamente con aquel placer que provocaba el poder, envenenándola, recorriendo su cuerpo como una cálida ola de excitación mientras miraba en los ojos de su presa el horror de haber sido alcanzado por un pasado que se creía enterrado en las profundidades de la cobarde secrecía.

De pronto una desbordante ira comenzó a formarse desde sus entrañas mientras su mente volaba a ese pasado impronunciable y sintió ganas de apretar el gatillo, haciendo desaparecer la imagen de su sensual y desnudo cuerpo en el espejo.

El gatillo era realmente sensible al tacto. Lo apretó con fuerza pero el seguro del arma impidió la presión que su dedo índice intentaba ejercer. Apretó también sus dientes y su mandíbula se tensó de pronto. Una línea apareció a lo largo de la región masetera de su afilado rostro a la vez que sus ojos se rasgaban aún más, endureciendo su frívola mirada. Entonces, las ganas por saciar su ira terminaron por ganar una batalla que se libraba en su interior.

Era hora de matar.

Dejó el arma en el lugar del que la había tomado y se dirigió a donde estaba su bolso. Lo abrió y extrajo de ella una pequeña carpeta. La abrió también. En la primera página había una fotografía tachonada con pintalabios color rojo carmín. Los ojos del rostro en aquella fotografía parecían cansinos, blandos, casi benevolentes.

¡Escondían una mentira!

Olivia no quiso verlos más y pasó a la siguiente página.

De nuevo otra fotografía de un rostro grácil se encontraba en la parte superior de algunos datos sobre esa persona: dirección, número de seguridad social, placas y modelo de su automóvil entre otros que figuraban en aquella página emborronada por haber sido varias veces actualizada, al igual que la página anterior.

El trabajo de años, pensó.

Los ojos del hombre de la fotografía estaban casi cerrados porque este esbozaba una diáfana sonrisa, haciendo que los carretes se le abultaran, rasgando su mirada.

Los miró por largo rato dejando que su mente recorriera la forma de sus recuerdos hasta que una titilante lágrima terminó por recorrer su mejilla en dirección al suelo, donde fue a perderse, sin más. Dejó de nuevo la carpeta en el interior de su bolso y se dirigió a la cama en donde había puesto la ropa que iba a vestir ese día.

Sí, definitivamente era tiempo de matar, pensó mientras se vestía, impasible.

Muerte en el crepúsculo

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