Читать книгу Córreme que te alcanzo - Marina Elizabeth Volpi - Страница 24

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Maní

Bajé la guardia y me relajé casi por completo, tanto orden me hacía sentir segura, las monjas manejaban el día a día como relojes suizos, todo parecía ir bárbaro hasta que llegó Estela, una chica de aspecto gutural y desconfiado a la que apodaban Maní. Ella no se manejaba con sutilezas, todo en su mundo se reducía a pegar a quien osara hacerle frente o mirarla raro. Enseguida se hizo cargo del control del televisor y miraba cosas muy densas como recetas escandinavas o música lenta o cuentos de terror. También tenía amenazado a casi medio dormitorio, así que todas trataban de ofrecer su postre para caerle bien. Ella rompió con el esquema de paraíso que tenía hasta el momento, sabía que alguien tenía que frenarla, pero yo no tenía las agallas, hasta que un día la encontré llorando bajito detrás de la puerta de un baño. Al principio se hizo la enojada y como me quedé en silencio, bajó la guardia y siguió lamentándose. Así que me acerqué y la abracé fuerte y constante.

Cuando dejó de llorar, me contó que ella era muy feliz en su casa, en donde vivía con su hermanita, su papá y su mamá. Las cosas iban por un tubo, hasta que sus padres se divorciaron y todo se vino barranca abajo y encima escuchó por parte de unas tías que la iban a mandar a ella y a su hermana menor a un internado hasta que su mamá pudiera salir adelante, porque su papá se había ido “con otra”. A su hermana se la quedó la tía, y a ella la mandaron al instituto. Cuando llegó acá, la furia de saber que su familia estaba quebrada para siempre hizo que chocara con casi todas, pero la estrategia no le resultó bien porque se estaba quedando sola y nadie la quería. Lo más probable era que pasara mucho tiempo antes de que su mamá la sacara de allí y no sabía cómo explicarles a todas que en realidad ella era buena.

Yo, que siempre fui medio justiciera, le dije que no se preocupara, que la iba a ayudar, e impulsé una reunión para poder hablar con el resto de las chicas. Una vez que el comedor estuvo a pleno, intenté contar lo que Maní me había confesado en el baño, pero ella se adelantó y no me dejó hablar, en cambio me empujó hacia una pared y me dijo bajito que lo pensó mejor y no quería perder el respeto que le tenían. Nunca más me acerqué a ella. Un día su mamá la vino a buscar. No hace falta decir que nadie lamentó su partida.

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