Читать книгу Córreme que te alcanzo - Marina Elizabeth Volpi - Страница 33

Оглавление

Blanca humareda

La adolescencia afectó a todas con sus cambios físicos y emocionales. En mi caso, era una adolescente atípica, no era rebelde, pero tampoco era sumisa, y aunque era estudiosa, la influencia de los 90 se hacía sentir, porque a pesar de no poder escuchar música o ver televisión, las chicas que venían de visitar a sus familias el finde nos acercaban la moda y la música que se escuchaba. Así conocí a Roxette, Madonna, lo mejor de los Guns and Roses (¿recuerdan a Lau?) y tantos otros cantantes. Era la época de las bandanas y el pelo despeinado, las chaquetas cortas y el look despreocupado.

Por ese tiempo ya me había vuelto a juntar con mi grupo de amigas; Gaby, Vale y Maca, era muy normal vernos trabajar y estudiar juntas. Durante la semana íbamos a clases, luego al taller y hacíamos la tarea en la biblioteca. Los deportes formaban parte de mi pasado frustrado; había dejado el vóley luego de un remate que me dejó mareada y enojada y me estaba dedicando ciento por ciento a recuperar mi vida intelectual o eso les hacía creer a las monjas que me tenían una confianza ciega. Todo era bastante inocente y no teníamos mayores sobresaltos, hasta que Gaby vino con la noticia de que su hermano mayor la había hecho fumar tabaco el fin de semana y le había encantado, así que nos había traído para nosotras y nos iba a enseñar.

Un lunes terminamos de comer, nos fuimos a trabajar en el taller y nos juntamos a las 16:00 horas en la biblioteca. Luego de cerrar con llave, giré intrigada y observé los tesoros que Gaby ponía sobre el escritorio; una bolsita con una hierba algo marrón, unos papelitos para armar los cigarritos, un encendedor amarillo patito y un perfume de olor bastante feo, pero que tapaba la baranda de la fumadera. Todas mirábamos curiosas mientras Gaby, como toda una experta, armó el primer cigarro, fumó aspirando lentamente y me lo pasó para compartir el fasito. Yo lo tomé, lo acerqué a mi rostro y aspiré como lo había visto hacer, pero el humo se me fue para otro lado, y aunque mi cara decía que todo estaba genial, mis ojos llorones expresaban otra cosa.

Gaby me miró y dijo:

—¡Eli! Siempre la misma boba, tenés que fumar despacio, no tragues el humo, nena, siempre te tengo que explicar todo. —Y acto seguido le pasó el cigarrillo a Maca, que salió bastante airosa de la prueba, aunque luego me confesaría que se le resecaron todas las ideas. Cuando fue el turno de Vale, ella aspiró poquito como para conformar a Gaby, porque en realidad no quería meterse en problemas con su espiritualidad, pero más temor tenía a perder nuestra amistad porque éramos la única familia que le quedaba.

Luego de pasada la novedad, Gaby se fue de fin de semana dispuesta a traer otra bolsa de tabaco y a compartir ese asqueroso hábito con nosotras, y aunque no le encontrábamos la gracia que para ella tenía, no osábamos decirle que no queríamos fumar por temor a su carácter iracundo.

Un lunes estábamos como siempre en la biblioteca y la cara de Gaby se transformó, al darse cuenta de que se le terminaron los papelitos blancos para armar los cigarros y se le ocurrió la brillante idea de revisar los libros para ver si alguna hoja era apta para tal fin. Me opuse rotundamente a que arrancara una sola hoja de los libros, pero Maca con tal de ganar puntos insinuó que las hojas de la Biblia eran finitas y hacia allí se dirigió la mano de Gaby arrancando el principio de la creación del mundo y transformándolo en un cigarrillo. Al final terminamos todas sentadas en ronda fumando, menos Vale que nos miraba y decía:

—Se van derechito al infierno, amigas.

Ya sea con su predicción latente o no, la cosa es que en tres meses nos fumamos hasta San Marcos, porque la idea era hacer desaparecer la Biblia para que las monjas nunca supieran lo que pasó con ella. Esa época no fue la mejor para ninguna porque andábamos siempre alertas y culpables, hasta que un día Gaby nos anunció que se iba porque le había llegado la mayoría de edad. Ayudarla a juntar sus cuatro cosas locas fue un suplicio, jurarle cariño eterno fue la regla y verla desaparecer por el portón fue un solo lamento. Nuestra hermanita mayor ya no estaba.

Sentimos el mismo vacío que experimentamos con la muerte de Lau, pero esta vez, una de nosotras había salido al mundo para triunfar. Estábamos seguras de que Gaby tenía todas las de ganar, siempre había sido la mejor de nosotras y sabía perfectamente cómo sobrevivir.

Córreme que te alcanzo

Подняться наверх