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Tratando con alumnos difíciles
Оглавление“Aún no sabía con claridad lo que iba a hacer, pero sí sabía que ya no se dominaba, que bastaría el más pequeño empujón para que llegara en un santiamén hasta el último límite de alguna infamia”.
Fedor Dostoyevski (1983, 110)
Este es el informe de la observación realizada por una estudiante del magisterio, en su práctica docente.
“La profesora de Geografía (de veinte años, estudiante del profesorado y sin experiencia docente previa) que estaba al frente del curso pidió, por favor, que el grupo del fondo hiciera silencio y pusiera atención a la clase. El grupo estaba formado por cinco o seis alumnos. Uno de ellos, muy irrespetuoso, no hizo caso y siguió sin interesarse en la clase y sin dejar de molestar al resto que sí obedeció al llamado de atención de la profesora. Ella volvió a llamarle la atención una vez más al alumno, que hizo ‘oídos sordos’ al pedido. Y, ya cansada, levantó la voz y dijo: ‘No te soporto más, desde marzo que te estoy aguantando en estas condiciones y ya me cansasteʼ.
“El alumno, también alzando la voz y riendo, le contestó: ‘Yo también la vengo aguantando desde marzo y tampoco la soporto más a usted, profesora.
“Entonces fue la profesora la que esta vez hizo ‘oídos sordosʼ a la mala y grosera contestación por parte del alumno y continuó la clase como si nada hubiera pasado. El alumno siguió molestando, ignorando la clase.
“Una vez finalizada la clase, salimos junto a la profesora, mi compañera de observaciones y yo. La profesora nos comentó, muy apenada, que no sabía cómo manejar a un alumno con esas características, y se preguntaba: ‘¿Qué hago? Si le grito, él me grita y se ríe. Sacarlo del aula no puedo, porque es nuestra responsabilidad que permanezcan dentro del aula. Y lo más grave es que, si no hago nada, ese alumno que no quiere estudiar ni hacer caso, y distrae a los que sí quieren o tienen voluntad de seguir la clase’.
“Esa pregunta me dejó realmente pensando sobre: ‘¿Qué haría yo si estuviera en su lugar?’ Ya que seré docente y una situación conflictiva de esas características se puede presentar” (Barreiro, 2007, pp. 53, 54).
Es un informe que describe la lamentable derrota de la docente y exhibe la impotencia para resolver el conflicto. “¿Qué hubiera hecho yo en su lugar?” La practicante planteó la inquietud, pero tampoco supo contestarla. Seguramente, los docentes con experiencia áulica podrían dar respuestas que hablarían de un afrontamiento más adecuado y eficiente. En primer lugar, hay cosas que no se debieran hacer en el aula, una de ellas es confrontar con alumnos reactivos y desafiantes. Si “desde marzo” estuvo lidiando con ese chico, debería saber que no era de los chicos que se repliegan y se someten rápidamente al mandato docente. También debería haber sabido (sin necesidad de aplicar el Cuestionario de actitudes ante la agresión, CASA) que era un chico problemático a quien no le interesaba la clase y que asistía solo para molestar.
Cuando resulta difícil o imposible la sana convivencia y el comportamiento en clase es proclive a la oposición, hay que impedir que se desaten los vientos beligerantes de las hostilidades. “Mejor es debatir que combatir –decía alguien–, pasemos a la mesa de negociaciones”. Con ese chico debía haberse tenido una entrevista personal, antes de la clase, para arbitrar las diferencias y encontrar vías de paz o, por lo menos, celebrar un pacto de no agresión. No se trata de una mediación o reconciliación, que suponen la existencia del conflicto, sino una negociación de conciliación para evitarlo. Encontrar puntos de acuerdo es un desafío que exige creatividad y habilidades negociadoras. Una estrategia para eliminar a un enemigo es convertirlo en amigo. Quizá podría ser útil encargarle una tarea –por ejemplo, que ayude a corregir los mapas de geografía– o conseguir los materiales para la clase e, incluso, ayudar con la disciplina. A los chicos difíciles conviene tenerlos de parte del docente y no en contra.