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7. El mapa del Árbol de la Vida (Etz Ha Jaim)

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«El hombre es el último compuesto que comprende a todas las dimensiones».

ABRAHAM ABULAFIA

El mapa objetivo que revela la estructura de todas las energías existentes dentro de nuestro vacío es el Árbol de la Vida y sus diferentes Sefirot.

Un autor que se acerca mucho al concepto de «Sefirá» y que las denomina como «bandas o niveles de vibración» es Ken Wilber, quien escribe en su obra El espectro de la conciencia:30

«Si consideramos la conciencia como un espectro, cabe esperar que distintos investigadores, en particular los comúnmente denominados «orientales» y «occidentales», debido a la diversidad de instrumentos lingüísticos, metodológicos y lógicos utilizados por ellos, conecten con distintas bandas o niveles de vibración del espectro de la conciencia, al igual que los primeros científicos que estudiaron la radiación conectaron con distintas bandas de la gama electromagnética. También cabe suponer que los investigadores, tanto orientales como occidentales, no son conscientes de que conectan con distintas bandas o niveles del mismo espectro, por lo que la comunicación entre ellos llega a ser particularmente difícil y ocasionalmente hostil. Cada investigador puede estar en lo cierto cuando habla de su propio nivel y, por consiguiente, todos los demás investigadores conectados a distintos niveles pueden parecer completamente equivocados. La controversia no se resolvería consiguiendo que todos los investigadores se pusieran de acuerdo entre sí, sino si se dieran cuenta de que todos hablan de un mismo espectro visto desde distintos niveles».

¿Cuál es el espectro dentro del misticismo judío? El espectro o modelo donde operan los diferentes niveles es el Árbol de la Vida, y los niveles energéticos diferentes son las Sefirot (Dimensiones). Por ese motivo, dentro de la aplicación psicológica del misticismo judío, encontramos que el primer trabajo importante es saber en qué punto del mapa del Árbol de la Vida nos situamos, porque es desde allí donde estamos percibiendo todas las dimensiones.

El gran desafío que propone la cábala en términos psicológicos es el de determinar desde qué punto del espectro, según palabras de Wilber, estamos operando dentro de la realidad.

El mapa del Árbol de la Vida y sus diferentes dimensiones son la respuesta que otorga la sabiduría ancestral del judaísmo a la propuesta de que nuestra existencia necesita de un «molde» (en realidad, un molde inicial de ascenso y descenso). Como bien lo explica el doctor Manuel Almendro:31

«Da la impresión de que unos seres humanos sufren por no tener molde y otros por comprimirse dentro de él».

«Entendemos que la neurosis aparece, en primer lugar, cuando el molde humano se tambalea aunque no se desestructure. Profundizar en esta reflexión requeriría de por sí todo un libro. Al parecer, la sabiduría tradicional propone que nuestra existencia necesita de un molde que permita un sitio al individuo como recorte holográfico del cosmos, para poder disponer de unos mínimos límites, un molde que permita establecer una orientación en el espacio, el tiempo y la materia. Tal vez la iluminación, el satori,32 etc., suponga conseguir que ese molde llegue a ser innecesario, se sepa vivir sin límites, sin molde, y sin terror a diluirse ni en el infinito cósmico ni en el finito telúrico. Habría, pues, un proceso evolutivo de constitución del molde del hombre como un proceso de aprendizaje físico, biológico, psicológico, espiritual, etc., concibiendo este molde no como estructura estática sino como proceso, molde necesario para poder asentarse en la Tierra. Un molde universal y, al mismo tiempo, personal, osmótico y adecuado a las circunstancias existenciales, habiendo en ese proceso estadios evolutivos más bien de premoldes, de moldes, y de transmoldes o supramoldes, como una ontogénesis en la que aparecen las tendencias del instinto, el sentimiento, el pensamiento, la intuición y la voluntad, que irían desde un nivel de indiferenciación pleromática a un nivel de diferenciación yoica, y luego a una superindiferenciación transyoica, de naturaleza cósmica, pero ya consciente».

No es lo mismo percibir la realidad desde una dimensión del Árbol que de otra. Nuestro Yo (y el Cosmos en general) debe ser percibido desde todos los puntos fijos al mismo tiempo, y como esto es imposible, entonces, ¿qué debemos hacer?33

La energía del Daat (el Conocimiento) es la que nos otorga la flexibilidad necesaria para movernos dentro de todas las dimensiones del Árbol de la Vida, y siempre debemos «sospechar» cuando ya estamos operando con «respuestas», porque dichas respuestas son para el misticismo judío producto de nuestra falta de movimiento dentro del sistema del Árbol de la Vida. Por lo tanto, las respuestas pueden ser válidas en el nivel operativo en que se encuentran, pero si salimos de dicho nivel, pueden no ser coherentes en otro nivel. La pérdida de coherencia (o la aparición de las contradicciones) significa que estamos comparando energías de niveles dimensionales diferentes. Las respuestas son indudablemente las bases donde se construyen todos los dogmas inamovibles. Por este motivo, las preguntas se relacionan con la Sabiduría (Jojmá) y las respuestas, con la dimensión de la Inteligencia (Biná).

Debemos comprender el Yo en cada nivel dimensional (Sefirá). Tenemos que analizar el Yo no desde una dimensión en particular, sino desde todo el complejo unificado, y, por lo tanto, no podemos atrapar el «Yo» dentro de una estructura fija, porque entonces algunas partes de la estructura general del «Yo» quedan ocultas simplemente porque no operamos en un nivel diferente. El mapa del Árbol de la Vida y sus diferentes dimensiones debe ser recorrido por completo, y varias veces a lo largo de la existencia de una persona, para que se pueda comprender realmente su funcionamiento interior. Los niveles de consciencia aumentan en la medida en que podamos recorrer los senderos del Árbol de la Vida con la mayor frecuencia posible, y no quedar atrapados dentro de un punto fijo.

Sin embargo, la posibilidad de percibir desde nuestro Entendimiento (Biná) el conjunto total en su complejidad intrínseca es imposible si no dividimos sus partes, o fragmentos. Así, podemos analizar los fragmentos del Yo a partir de sus diez dimensiones energéticas básicas (Sefirot). Ahora bien, al conocer fragmentariamente las diferentes dimensiones del Yo, no por ese motivo podemos decir que conocemos realmente el Yo en su estructura integral, sino que simplemente conocemos sus fragmentos. Para lograr aproximarnos al «Yo» desde la psicología del misticismo judío debemos operar dentro de toda la estructura del Árbol de la Vida.

La idea de este trabajo que presentamos es estudiar cada una de las dimensiones (Sefirot), para luego estudiarlas en su funcionamiento interno, es decir, analizarlas como un todo integrado. El problema que presenta Wilber sobre las diferentes escuelas deriva del hecho de que cada uno de los pensadores habitualmente determina un punto fijo dentro de la realidad, y, por consiguiente, el problema es que toda la realidad es analizada y estudiada a partir de dicho punto fijo. El propio Wilber puede haber seguido la tendencia oriental de una inclinación a la evasión espiritual, al coger el «ascenso a lo transpersonal» como un método inconsciente de fuga de la materialidad. Porque el materialismo reinante en Occidente (Klipá de Maljut) nos puede llevar (a veces inevitablemente) al extremo de un espiritualidad radical desesperada, y la tentación en la que podemos caer es la de utilizar lo «espiritual» como justificación de una irracional fuga de la materialidad. Nunca el judaísmo llego al ascetismo corporal para escapar del problema que surge de los límites de la sexualidad ordenada.

En cambio, la psicología del misticismo judío sigue operativa desde la animalidad biológica freudiana, hasta los niveles más elevados de la autorrealización de Maslow.

No existe, pues, una distorsión de la realidad, sino una «fragmentación» de la realidad, y todo es válido dentro de dicho análisis fragmentario. Y así como existe cognitivamente la fragmentación de la realidad, existe la fragmentación de nuestro «Yo». Sin embargo, si conocemos en profundidad los caminos de nuestras dimensiones interiores, podemos «integrarnos» dentro de un Yo sólido. La solidez del Yo no está dada por el carácter dogmático o fijo, sino por la comprensión de la complejidad interna de sus interrelaciones.

Este es el problema de los sistemas cerrados, ya que son lineales y no circulares.34 Podemos clasificar el Árbol de la Vida como un sistema abierto, porque se abre de forma permanente hacia el Ein Sof y esto hace que sea de imposible cierre. En cierta manera, toda respuesta fuera del Ein Sof es provisional, y provoca automáticamente la aparición del dogmatismo (asunto fundamental que trataremos más adelante en este trabajo).

Los niveles de consciencia siempre pueden ser potencialmente más altos,35 y podemos observar la realidad desde las diez dimensiones al mismo tiempo. Este es un trabajo muy difícil, porque debemos pensar la realidad operando al mismo tiempo en los diez niveles, y entonces podemos comenzar a vislumbrar las conexiones internas de dichos niveles dimensionales. Los 22 canales del Árbol de la Vida36 que son los que relacionan las 10 dimensiones prueban que tenemos caminos de ascenso y descenso entre las diferentes dimensiones. Podemos, pues, bajar y subir de acuerdo con nuestra necesidad de comprensión de una dimensión a otra, porque debemos oscilar dentro de todo el Árbol de la Vida.

En su origen, todas las dimensiones (Sefirot) pertenecen al mismo punto fundamental37 de donde surge toda la información de esta realidad (tanto la revelada como la oculta), sin embargo, en el despliegue general de la información del plan divino (Adam Kadmón) aparecen las diez dimensiones,38 y así nosotros podemos comprender fragmentariamente la realidad. Debemos entrenar a nuestra mente (Biná)39 a trabajar en la unificación constante de la realidad (Jojmá) con el fin de percibir en esencia la unidad que subyace detrás de todo este mundo de la fragmentación (mundo de la Bet).

Tenemos, pues, dentro de la tradición antigua del judaísmo un elemento simbólico muy claro donde convergen en un mismo punto todas las escuelas de Psicología que trabajan en diferentes niveles de la realidad.

Cada Sefirá (Dimensión) cumple una función, y lo que es verdad en una dimensión no necesariamente es verdad en otra. Como Wilber explica, las investigaciones o estudios son válidos en el nivel en que se encuentran. Por este motivo decimos dentro de la psicología del misticismo judío que se pueden encontrar la felicidad y la comprensión dentro de cada nivel dimensional. No podemos ni debemos obligar a un sujeto a cambiar de nivel si no se encuentra preparado. Cada uno se encuentra en el nivel que se merece, y si no lo merece, realizará todos los esfuerzos posibles para salir de dicho nivel. Un sujeto deja su nivel cuando a pesar de su comodidad (mal llamada felicidad) logra avanzar hacia niveles superiores.

Cuando una persona se encuentra feliz en un nivel, no puede ser movilizada externamente hacia un nivel superior. Nadie puede soportar un nivel de luz (Or) superior a su nivel de recepción (Kli). Por lo tanto, y con esto exponemos uno de los grandes secretos del misticismo judío antiguo, nada depende del «Or» sino del «Kli», y nosotros somos capaces de obtener el «Or» de acuerdo con la extensión de nuestro Kli.40

Sin embargo, debemos saber que para alcanzar la Jojmá (la Sabiduría) debemos trabajar profundamente el Daat (el Conocimiento) con el fin de obtener de este modo una mayor flexibilidad mental. La flexibilidad mental es fundamental para percibir la realidad de forma simultánea desde las diferentes dimensiones. Cualquiera que sostenga un punto fijo (y, por lo tanto, dogmatice una dimensión) está creando un sistema cerrado válido, cuya validez se encuentra fundamentada en su propio cierre. La validez del Árbol de la Vida es un símbolo potente de comprensión porque se encuentra abierto en dirección al Ein Sof y no sitúa la comprensión en un punto fijo, ya que cada nivel dimensional automáticamente opera sobre otra estructura de comprensión diferente. En realidad, para operar dentro del símbolo del Árbol de la Vida debemos recorrer todos los senderos y todas las dimensiones, y debemos ir percibiendo toda la realidad a medida que avanza el recorrido, por lo que siempre nuestro punto de vista debe ser «móvil». Al situar nuestro punto dentro del movimiento general del Daat (el Conocimiento) y operar en todos los senderos y en todas las dimensiones del Árbol de la Vida, el conocimiento no se vuelve estático y, por lo tanto, no existe un dogmatismo en ningún momento. Si alguna persona se vuelve dogmática en el estudio del Árbol de la Vida implica que ha fijado un punto estático dentro de algunas de las diferentes dimensiones. Cada vez que un sistema se vuelve cerrado, sabemos que no trabajamos bien el Árbol de la Vida; y en cada punto estático donde descansamos, debemos ser conscientes de que se puede convertir en el punto del inicio de algún tipo de idolatría. Hay dos formas de derrumbar la idolatría, que siempre se nos presenta como una amenaza al avance del conocimiento (Daat): la primera es la meditación en el Ein Sof, porque su infinitud nos abre ante un sistema abierto de forma permanente, y la segunda es el movimiento constante dentro de la secuencia del tiempo-espacio. No podemos fijar un punto dentro de la secuencia del tiempo-espacio porque es imposible; cualquier intento mental de definir esta realidad inferior de acuerdo con un punto estático puede provocar la ilusión de control de la realidad. La característica básica de esta realidad inferior del mundo de la fragmentación (mundo de la Bet) es que nos encontramos dentro de la secuencia del tiempo-espacio, y hasta que alcancemos la Eternidad real del Universo de Atzilut (la Emanación) todos los intentos de situar puntos fijos dentro de esta realidad serán aniquilados por el movimiento. Para comprender esta realidad, tal como hoy la percibimos, debemos desplazar nuestra percepción en el constante cambio que se opera dentro de la secuencia del tiempo y el espacio.

La cábala

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