Читать книгу La cábala - Mario Saban - Страница 54

34. La coordinación entre el mundo superior de Alef y el mundo inferior de Bet

Оглавление

«El Mal no es una realidad autónoma sino un mensaje de Dios».

RABÍ ALEXANDRE SAFRAN (1910-2006)

En este nivel, cesa de trabajar el sistema de compensaciones constantes del mundo inferior, porque en un grado de felicidad interior, ya nada hay que compensar. Se compensa en una dimensión cuando sufrimos dolor en otra, y nos gratificamos por compensación. Pero en un nivel superior, entre la Jojmá y Keter, toda compensación dentro del mundo inferior cesa, desaparece. Por lo que, en ese nivel, uno existe en función de un aumento permanente en los niveles de consciencia. Se podría objetar que la espiritualidad se puede transformar en una espiritualidad de fuga (evasión de la realidad material), y entonces se produce la transformación de la espiritualidad como un mecanismo también compensatorio. En realidad, cuando sucede esto lo podemos verificar porque los desequilibrios inferiores se magnifican en el orden superior. Si la espiritualidad representa un método de fuga de los mundos inferiores, entonces realmente no estamos operando dentro de la verdadera espiritualidad del misticismo judío, ya que este obliga al Yo a afrontar la realidad material de las dimensiones inferiores. Así pues, la espiritualidad en el judaísmo no es un elemento de fuga de los mundos inferiores, sino un compromiso trascendente con dichos niveles.

El mal, pues, en un nivel superior, queda subyugado por la Merkabá. En realidad, el mal puede desaparecer por efecto del cambio de percepción que se puede operar desde la Merkabá. Si no respondemos al mal,113 sino que aprendemos de él, entonces decimos que hemos extraído «el bien del mal».

La desaparición física (la muerte) es un mal desde la perspectiva material, sin embargo, ¿cómo sabemos si dicha alma no ha cumplido su función? ¿Quiénes somos nosotros para determinar los años temporales dentro de la materialidad y relacionarlos con el sentido existencial? Es un absurdo pensar que existe una relación entre los años biológicos y el sentido existencial. Por más años biológicos dentro de la materia que posea un sujeto, no implica necesariamente que haya alcanzado el sentido existencial. Quiero citar las palabras del joven judío mexicano Jonathan Salomón Rosental Masri (Z “L) (1987-2013):114

«Yo creo que la felicidad es algo relativo, pero es un estado en el cual estamos a gusto con lo que somos y lo que tenemos, no tiene que ser tan complicado como pensamos, ya que para algunas personas podría ser el hecho de comerse una paleta de dulce y para otras ser el hombre más rico del mundo. Estos son los 7 puntos que creo que son lo más importante para poder llegar a ser felices: Ser tú mismo, estar relajado, sonreír, ponernos metas, Karma, relaciones sanas y hacer a alguien mas feliz».

Más allá del contenido del escrito, me gustaría proponer el siguiente interrogante: ¿No ha cumplido el sentido existencial el alma de este joven? Claro que queda el dolor biológico, por supuesto que su familia ha quedado afectada, todo esto es de una lógica imposible de negar. Sin embargo, el interrogante sigue en pie: ¿No vino el alma de Jonathan Salomón Rosental Masri a enseñarnos algo? Dice en su escrito, la felicidad es el estado donde estamos a gusto «con lo que somos». Este nivel de autoconocimiento se puede alcanzar con 20 años, y a veces existen sujetos con 90 años de existencia biológica que no han logrado estar a gusto consigo mismos.

Llegamos entonces a la conclusión de que la felicidad (paz interior) no necesariamente tiene que ser equivalente a la cantidad de años biológicos que acumulamos en esta existencia material. La intensidad existencial no se relaciona de ninguna manera con el tiempo biológico, y el aumento de la intensidad existencial lo otorga el nivel de autoconocimiento personal.

Y por ese motivo dice el texto hebreo bíblico del Eclesiastés, capítulo 6, versículo 3:

«Aunque un hombre engendre cien hijos, y viva muchos años, y los días de su vida sean numerosos; si su alma no se sació del bienestar… yo digo que un abortivo es mejor que él»

Los años biológicos en la vida material no se corresponden con el cumplimiento del sentido existencial del alma. Y entendido este asunto, podemos afirmar que realmente lo que importa es concentrarnos en nuestro sentido existencial que se encuentra cuando alcanzamos la consciencia Alef. Sin embargo, vivimos biológicamente dentro de las dimensiones inferiores del mundo de la fragmentación como si estas fueran la única realidad en sí mismas.

Por ese motivo, los cabalistas han explicado que en el mundo superior más allá del Universo de Briá, el mal desaparece ya que no tiene entidad propia. Pues si los ataques que recibe mi «Yo» en su dignidad subjetiva no me rebajan a los niveles inferiores de conciencia he logrado vencer el mal realmente dentro de mi interioridad. Así pues, la existencia subjetiva debe trabajar simultáneamente en el plano del mundo superior para seguir creciendo a pesar de que la sociedad general intente rebajarme por su presión exterior a los niveles inferiores.

Porque si la presión social exterior (Yesod) o el mal natural biológico (Maljut) logran rebajarme a los niveles inferiores de la realidad, es que nunca he alcanzado los grados superiores de consciencia (que teóricamente creía haber alcanzado). Por ese motivo, los ataques del mal exterior dentro de la realidad inferior (de las siete dimensiones inferiores) deben elevar mi conciencia hacia los niveles más altos.

Porque si he derrotado al mal exterior, pero dicho mal exterior se me ha incorporado dentro de mi estructura subjetiva, en realidad el mal ha vencido sobre mí. Vencer realmente al mal no es simplemente vencerlo en el exterior, sino vencerlo en mi interioridad (incluso si continúo siendo atacado por los «Otros» dentro del mundo exterior).

Porque conceptualmente el «Bien superior» representa la comprensión real de que el bien y el mal corresponden a dos caras de la misma moneda en el orden inferior.

El mal, por lo tanto, no queda derrotado porque lo hemos afrontado, sino porque lo hemos extraído de la realidad modificando nuestra percepción mental. Cada vez que afrontamos el mal, entonces le otorgamos entidad, y no solo eso, además de otorgarle «entidad», le aumentamos su potencia.

Sin embargo, cuando explicamos que «afrontamos el mal» es cuando le otorgamos entidad en el plano cognitivo. Lo puntualizo porque la subjetividad material (la vida biológica) se debe defender del mal en el plano material, lo que debemos vencer es nuestro instinto de mal dentro de nuestra interioridad. El mal exterior y nuestras reacciones físicas a dicho mal exterior no tienen que hacernos descender en el nivel de conciencia alcanzados.

Defendernos del mal exterior en el orden conductual es un grado importante de la Midá de Guevurá (la virtud de los límites), porque no podemos dejar que nos hagan daño físico ni psicológico desde el exterior. Así que destruir el mal al no entregarle más fuerza es el trabajo que debemos realizar en el orden cognitivo para alcanzar la conciencia Alef. Sin embargo, la defensa de mi subjetividad atacada (a veces físicamente) constituye la aceptación de la realidad material donde allí soy un sujeto determinado que lucha por su propia supervivencia biológica. No obstante, el precio que he de pagar por mi propia supervivencia biológica no debe convertir mi conciencia en un tipo de conciencia Bet, sino sostener y elevar mi conciencia en el nivel Alef a pesar de todos los problemas que puedan surgirle a mi Yo dentro del orden de la fragmentación (mundo de la Bet).

El trabajo dentro del mundo de la Bet no debe presionarnos para adquirir la conciencia Bet, sino que mi Yo se debe elevar a pesar del nivel de agresividad exterior dentro del mundo de la fragmentación. Toda la violencia que se pueda producir en el orden inferior de las siete dimensiones pertenecientes al mundo de la fragmentación nunca puede rebajar mi conciencia a un tipo de conciencia Bet.

Por lo tanto, a veces el sujeto debe escindirse temporalmente entre ambos mundos (Alef y Bet) y defender su subjetividad en el mundo de Bet, pero al mismo tiempo alcanzar los niveles más elevados de su consciencia Alef, y no estancarse dentro del mundo de Bet con consciencia Bet; debemos, por lo tanto, operar en el mundo inferior de la fragmentación (de Bet) con consciencia Alef, y los problemas inferiores del mundo de la Bet no deben rebajar nuestro nivel de consciencia.

¿Cómo resuelve la tradición mística del judaísmo este problema psicológico? En los niveles superiores opera dentro del mundo Alef y allí, por supuesto, puedo indudablemente actuar con consciencia Alef; sin embargo, el problema se nos presenta cuando operamos dentro del mundo de la Bet y allí se nos hace más difícil trabajar dentro de la estructura de la consciencia Alef. ¿Por qué no operamos dentro del sistema Alef con consciencia Alef y dentro del sistema Bet con conciencia Bet?

Porque, en realidad, el objetivo final de nuestra existencia es elevar físicamente el mundo de la fragmentación (Bet) al mundo de la unidad (Alef). Nuestro trabajo existencial no es simplemente elevar nuestra conciencia interior de la conciencia Bet a la conciencia Alef, sino que, al operar de forma permanente dentro de una conciencia Alef, logremos transformar este mundo de la fragmentación en un mundo unido donde todos operemos finalmente con conciencia Alef, y entonces elevaremos Maljut a Keter, y reintegraremos la secuencia espacio-temporal al orden de la Eternidad.

El problema práctico en términos psicológicos de todos modos continúa, el interrogante no se dilucida: ¿Cómo resuelve la psicología del misticismo judío el problema de existir materialmente en el mundo inferior de la Bet y, al mismo tiempo, operar con consciencia Alef? Vamos a citar aquí al erudito estudioso e historiador de la cábala, el doctor Gershom Scholem (1897-1982):

«Pero el autor del Raya Mehemna y de los Tikunim proporcionó a esta simbolística un giro nuevo y rico en consecuencias. El Árbol del Bien y del Mal actúa para él como símbolo de aquella esfera de la Torá en la que se encuentran mutuamente limitados el bien y el mal, lo puro y lo impuro, etc. Al mismo tiempo, representa también el poder que el mal puede conseguir sobre el bien en tiempos de pecado, y principalmente en los tiempos del exilio. Con ello el Árbol de la Ciencia se transformó en el árbol de las limitaciones, de lo prohibido y de lo separado, mientras que el Árbol de la Vida quedaba como signo de la libertad, en el que el dualismo del bien y del mal todavía no era perceptible (o al menos ya no lo era), sino que todo en él aludía a la unidad de la vida divina, la cual aún no había experimentado nada de las limitaciones, del poder de la muerte y de los restantes aspectos negativos de la vida que sólo se manifestaron tras el primer pecado. Estos aspectos represivos y limitadores de la Torá son absolutamente legítimos en el mundo del pecado, en el mundo irredento, y la Torá no podía en absoluto presentarse de manera diferente. Sólo después de la primera caída y sus vastas consecuencias adoptó la Torá el limitado aspecto material y sensible bajo el que ahora la conocemos. Dentro de esta simbolística, y según lo expuesto, se puede afirmar, en cierto modo, que el Árbol de la Vida representa el aspecto propiamente utópico de la Torá. Y vistas así las cosas, era lógico que se equiparase a la Torá en cuanto Árbol de la Vida con la Torá mística, y que se considerase, por el contrario, a la Torá en cuanto Árbol del Bien y del Mal como la Torá en su manifestación histórica. Nos hallamos aquí, naturalmente, ante un caso muy bello de exégesis tipológica por la que el autor del Raya Mehemna y de los Ticunim muestra una manifiesta preferencia. Pero hemos de dar un paso más. El autor relaciona este dualismo de los árboles con los dos tipos de tablas que le fueron dadas a Moisés en el Monte Sinaí. Según una vieja idea talmúdica, el veneno de la serpiente que había emponzoñado a Eva y a toda la humanidad a través de ella había perdido su fuerza con la revelación del Sinaí, pero la volvió a recobrar cuando Israel se entregó a la adoración del becerro de oro. El autor cabalista interpreta esto a su manera. Las primeras tablas, que fueron entregadas antes del pecado del becerro del oro, pero que nadie llegó nunca a leer aparte de Moisés, procedían del Árbol de la Vida. Las segundas tablas, que fueron entregadas después de que las primeras fueran rotas, procedían del Árbol de la Ciencia. El sentido de esta concepción está claro: las primeras tablas contenían una revelación de la Torá según el primitivo estado del hombre, en el cual éste debiera haberse dejado guiar por el principio materializado en el Árbol de la Vida. Hubiera sido ésta una Torá absolutamente espiritual, entregada a un mundo en el que revelación y salvación habrían sido realidades coincidentes, en el que todo era sagrado y la fuerza de lo impuro y de la muerte no necesitaban ser refrenadas por medio de prohibiciones y límites. En este estado de la Torá habría sido revelado sin deformaciones el misterio que encierra. Pero este momento utópico pasó fugazmente. Cuando fueron rotas las primeras tablas, desaparecieron en el aire las letras en ellas grabadas, quiere decir que el elemento puramente espiritual se retiró y desde entonces sólo es visible para el místico, que está capacitado para reconocerlo bajo el nuevo ropaje externo según el cual se ha manifestado en las segundas tablas. En las segundas tablas aparece la Torá con atavío y fuerza históricos. Claro es que sigue conservando sus ocultos planos de infinitos misterios. La luz se transparenta a través de la bondad, mientras la maldad ha de ser refrenada y combatida por medio de aquellas prohibiciones que le han sido imaginadas como antídoto. Esta es la cáscara dura de la Torá, la cual es inevitable en un mundo donde reinan las potencias del mal. Pero no se puede tomar la cáscara por el total. En cumplimiento de los mandamientos, el hombre puede perforar la cáscara externa y penetrar hasta el núcleo…».

«El ser auténtico de la Torá sólo es uno, aquel que se encuentra sintetizado en el concepto de Torá de Atzilut. Pero el ropaje o la forma externa que ha adoptado, en un mundo en el que el lema que impera es combatir las fuerzas del mal, son del todo legítimos e incuestionables».115

Las autoridades rabínicas a lo largo de la historia, al aplicar la jurisprudencia halájica, indudablemente han operado dentro del mundo de la fragmentación (Bet) porque tenían a su cargo la organización de las comunidades judías. Entonces, aparecían los místicos del judaísmo (los cabalistas) operando sobre la conciencia Alef para elevar el sistema de fragmentación hacia el mundo superior.

Sin la necesidad de organización comunitaria, los místicos judíos como Abraham Abulafia podían ejercitar su percepción de consciencia Alef y operar dentro del Árbol de la Vida y sus dimensiones; sin embargo, los rabinos institucionales como Ben Adret y otros (a pesar de su conocimiento del misticismo) al trabajar dentro de la realidad histórica y social de sus comunidades podían caer dentro de la consciencia Bet al encontrarse de forma permanente relacionados con los problemas cotidianos del mundo de la fragmentación. El trabajo histórico fundamental de los rabinos fue el sostén de la identidad nacional judía a través de las limitaciones religiosas, mientras que los místicos judíos deseaban elevarse en sus niveles de conciencia tomando el judaísmo como una vía cultural de ascenso constante de conciencia con miras a percibir alguna Luz proveniente del Ein Sof.

La tarea del místico fue la de modificar su propia percepción personal; en cambio, la tarea del rabino institucional se centraba en los problemas habituales de sus congregaciones. Sin la presión de la vida social de una comunidad, el místico podía buscar dentro de sí mismo la elevación constante para alcanzar mayores niveles de consciencia. Por su parte, el rabino institucional116 no podía encontrarse enfocado de forma exclusiva en la elevación de sus niveles de consciencia, sino en la resolución jurídica por medio de la Halajá de los problemas de sus respectivas comunidades religiosas. Mientras que el rabino institucional se encontraba intentando resolver los problemas del Universo de Asiá, el místico deseaba elevarse a través de todos los universos.

Aumentar los niveles de conciencia para lograr una consciencia de tipo Alef implica necesariamente un tiempo de soledad con nuestra propia interioridad (una interiorización del estilo del movimiento religioso de Bratslav), y cuando en nuestro trabajo de elevación interior logramos transformarnos, entonces estamos preparados para actuar dentro del plano cotidiano de la realidad material del mundo de la fragmentación. Entonces llegamos a una transacción entre los dos mundos, para por fin concluir que cognitivamente debo operar en el trabajo de unificaciones constantes dentro de las dimensiones superiores, resolviendo las aparentes contradicciones del mundo de la fragmentación.

El místico, entonces, no debe refugiarse en el mundo superior fugándose de los planos inferiores de la materialidad, sino operar dentro del mundo de la fragmentación a partir de una modificación constante de los niveles de consciencia. La conciencia Alef es el ideal al que debemos focalizar la dirección de nuestras energías psíquicas, y, al mismo tiempo, el mundo de la fragmentación (las siete dimensiones inferiores cosmogónicas o los dos universos de Asiá y el de Yetzirá) debe ser percibido de forma trascendente al operar en él de acuerdo conl ideal de nuestra consciencia Alef. La psicología mística del judaísmo no puede renunciar a los estados más altos de la espiritualidad trascendente de la conciencia Alef, a pesar de operar dentro de las dimensiones más densas de la materialidad del mundo de la fragmentación. Y toda resistencia que el sujeto desarrolle para no caer en la conciencia Bet es la que causa el refinamiento de la persona y la elevación de nuestros más elevados niveles de conciencia.

La consciencia Alef debe aumentar su potencia por más golpes psicológicos que el sujeto reciba dentro del mundo de Bet. Justamente se debe operar de forma inversa a la tendencia natural, porque si bien la tentación dentro del mundo de la fragmentación es bajar a la conciencia fragmentaria, a pesar de mi lucha existencial física, en los grados más bajos de la materialidad del mundo de la Bet, tengo que sostener y trabajar para elevar la conciencia Alef de unificación constante.

El gran desafío de la cábala es transformar todo en «Bien supremo», unificando las aparentes contradicciones del mundo inferior, porque al resolver las contradicciones y las paradojas todo el mundo inferior es encadenado y sujeto a las percepciones del mundo superior.

Es más, debemos ser conscientes de que las contradicciones operan para que nosotros podamos comprender su coexistencia, ya que el sentido oculto se oculta detrás de dichas contradicciones. En realidad, no debemos resolver las contradicciones (este es el error de Occidente), sino que dichas contradicciones son la respuesta misma, debido a que la contradicción se sustenta sobre nuestras limitaciones de percepción.

Las contradicciones son un reflejo directo de nuestras propias limitaciones finitas en el mundo de la fragmentación al percibir la dualidad vacío/Ein Sof como una estructura dual básica, o la existencia de la dualidad tiempo-espacio, o la dualidad consciencia/existencia. Todas estas dualidades son aparentes, percibidas desde el Ein Sof. Por ese motivo, podemos decir que debemos observar la realidad como si la pudiéramos ver desde Dios, y aunque esto es imposible, es relativamente posible, ya que aunque no podemos llegar a ser, al mismo tiempo, consciencia subjetiva y conceptualmente el Ein Sof, sí podemos percibir el universo de la «Eternidad» de Atzilut (como ya hemos visto).

Debemos ser conscientes de cómo opera todo el mundo inferior (mundo de la Bet) para comprender que en dicho nivel no debemos trabajar para resolver las contradicciones, sino para convivir con ellas, y comprender que es a partir de la percepción del mundo superior (nuestra consciencia Alef) desde donde podemos realmente resolver dichas contradicciones y paradojas, porque allí se encuentra el sentido unificador del sistema general. En realidad, se podría explicar que existimos en un estado de escisión permanente debido a nuestra dualidad entre el mundo de la Alef (donde alcanzamos los mayores grados de conciencia) y el mundo de la Bet (donde existimos dentro de la contradicción permanente).

Es el mundo de la Bet el que nos sitúa ante la primera contradicción entre mi subjetividad (mi Yo) y la exterioridad de mi Yo. Cuando alguien me agrede físicamente, está subjetivándome de forma obligatoria, porque me sitúa automáticamente dentro de mi Yo, y cuando mi Yo se defiende, entonces se encuentra en el mundo de la Bet, y no podemos negar el sistema de contradicciones permanentes del mundo de la Bet cada vez que defendemos nuestra subjetividad real en el mundo inferior, ya que, por el contrario, debemos existir dentro de dicho sistema de contradicciones.

No hay posibilidades de fuga del sistema que impera en el mundo de la Bet, sino una percepción diferente a través de una conciencia Alef.

Si de cada supuesto «mal» extraemos una enseñanza, entonces lo hemos automáticamente transformado en bien. No podemos negar el «mal», porque la espiritualidad del judaísmo no niega el mal y sus consecuencias dolorosas, sino que lo comprende como el precio que hay que pagar por existir dentro del plano de la materialidad. Pero siempre existe la Shejiná oculta dentro de toda densidad material, esto quiere decir que siempre habitan destellos de energías provenientes del Ein Sof encerradas y ocultas en la materialidad.

La existencia en sí misma en tanto existencia con conciencia117 conlleva una defensa inexorable de la subjetividad, porque es justamente la conciencia la que crea la subjetividad, y en cuanto la subjetividad se vuelve una realidad en sí misma, debe ser indudablemente defendida del entorno que la puede aniquilar en el orden de la materia. La consciencia subjetiva de existencia se defiende en el plano de la materia, y dado que en el orden inferior la consciencia no debe defender ningún orden espacio-temporal (y por consiguiente ninguna subjetividad), entonces puede desarrollarse como consciencia Alef.

Todo entorno amenaza la existencia, en tanto que la consciencia desea la continuidad de la existencia física. La existencia natural sin consciencia existe dentro del orden general de la naturaleza, pero es la conciencia la que desea continuar existiendo para aumentar los niveles de consciencia; en realidad, la consciencia obliga a la existencia a desear la continuidad existencial para poder continuar creciendo.

Si en el futuro pudiéramos modificar el Kli de forma biológica para adquirir mayores niveles de recepción material, lograríamos un aumento mayor de nuestra consciencia, y llegará el día en el que extraeremos la consciencia del orden espacio-temporal y la elevaremos al Universo de Atzilut.118

En realidad, sabemos que todo mal ha sido instaurado dentro del sistema para nuestro bien, el problema que tenemos es que el mal siempre oculta el bien que trae, y que el bien siempre oculta el mal que trae. Si anulamos el concepto de bien y de mal del Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal, entonces alcanzamos el verdadero Árbol de la Vida. Sin embargo, debemos advertir que tanto el Árbol de la Vida como el del Conocimiento del Bien y del Mal coexisten. Dentro de un pensamiento relacionado con el mundo de la fragmentación de Bet, nos asociamos mentalmente al Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal; en cambio, cuando accedemos al nivel de consciencia del mundo de Alef, debemos realizar un proceso espiritual difícil, que es el de unir el bien y el mal en una raíz común. Si logramos superar las fragmentaciones inferiores, entonces operamos sobre el mundo superior.

Sin embargo, no podemos nunca abandonar la defensa de nuestra subjetividad, ya que si no lo hiciéramos, violaríamos el mandamiento de «Amarás a tu prójimo como a Ti mismo». El sujeto en tanto un Yo con consciencia subjetiva nunca debe renunciar a sí mismo (dentro del judaísmo) porque esto constituye la condición fundamental para poder amar a todos los «Otros» que se encuentran fuera de mi Yo subjetivo. Es un desequilibrio grave asociado al mal el abandono de uno mismo por la radicalización espiritual.119 El mundo de la fragmentación de la Bet fue construido para que nuestra subjetividad producto de la consciencia se desarrolle hasta alcanzar los mayores niveles de unificación en los niveles más excelsos del mundo de la Alef. Si no defendiésemos la existencia física del sujeto en el mundo de la fragmentación, no se podría desarrollar ni la conciencia Bet ni la conciencia Alef. Para que exista, pues, una conciencia «Alef», el sujeto debe de modo realista aprender a existir en las dimensiones más bajas de la realidad. Y justamente es en las dimensiones inferiores donde se puede aprender el mejor ascenso a una conciencia Alef.

La «Vida» destruye los conceptos inferiores del Bien y del Mal. Y aunque los sistemas inferiores decidieron elevar el «mal» hacia el mundo superior (Alef) a partir de la muerte física, jamás el mal logrará destruir el Bien del orden superior que es la Conciencia divina automanifestándose en una constante revelación existencial. Y estamos haciendo referencia a una conciencia más allá de nuestra conciencia subjetiva específica.

A pesar de esto, debemos ser conscientes de que el entorno (muchas veces agresivo con mi Yo) puede provocar una distorsión tal, que me haga «creer» que el único mundo real es el de la Bet. Mi Yo tiene que (a pesar de sostener su subjetividad) no caer en la trampa social de la presión del entorno o en la trampa material de la exclusividad dimensional de Maljut, sino «crecer» subjetivamente para alcanzar la extracción mayor de la potencialidad oculta de cada sujeto. Si el Yo logra percibir el «Entorno» (Yesod), sea a través de la agresión, o del elogio como opciones de crecimiento del Yo, entonces nos encontramos modificando nuestras percepciones interiores.

Es, por lo tanto, un trabajo doble, defendernos de las presiones del entorno social hasta alcanzar la máxima liberación del Yo y defender mi subjetividad pero sin caer en una construcción subjetiva producto de dicha defensa, porque entonces mi Yo no está construido a partir de mis verdaderas potencialidades interiores, sino a partir de las cicatrices sociales dentro de mi Yo. Debo crear las defensas de mi personalidad interior en la Tiferet para sobrevivir y adaptarme al entorno social y, al mismo tiempo, debo cuidar mi sensibilidad interior para continuar mis ascensos en los diferentes niveles de conciencia. Mi elevación cognitiva en la Biná no debe encontrarse obstaculizada por los problemas inferiores, sino que, por el contrario, los aumentos de mis niveles de consciencia deben continuar y potenciarse justamente por aprender de las dimensiones más bajas del Árbol de la Vida.

La raíz del alma (la esencia de mi Yo), es decir, los niveles más elevados del alma deben ser expresados exteriormente incluso frente a las agresiones (explícitas o implícitas del entorno). La construcción de una felicidad interior independiente de todas las actividades externas es la clave para acceder al interior de la Merkabá.

Aunque sabemos, los que trabajamos dentro de la Jojmá Nistará (sabiduría oculta del judaísmo), que no existe ni el bien ni el mal en la Eternidad, pero sí que existen dentro del mundo de la Bet. Al existir con consciencia en el mundo de la Bet, el mal y el bien operan como realidades, y, por lo tanto, debemos conocer que el bien y el mal son productos directamente de mi consciencia subjetiva, porque debo defender mi Yo del entorno, y cada vez que defino los límites de mi subjetividad automáticamente estoy creando un bien y un mal con relación a mi subjetividad. Y no es tan simple como lo presentamos; a pesar de que un sujeto esté realizando el esfuerzo de elevar su conciencia al nivel Alef, puede ser presionado por el entorno para rebajarse al nivel Bet, entonces son los «otros» los que definen mis límites (y no mi propio Yo). A pesar de que me puedan imponer límites identitarios en las siete dimensiones inferiores, el poder mental de mi Yo y su capacidad de modificación cognitiva dentro de la psique (en el nivel del alma de la Neshamá) siguen estando bajo nuestro control y dominio.

La consciencia es la que crea al sujeto y, a partir de ahí, el Yo (ya creado) desea la defensa de la existencia subjetiva, y esto conlleva automáticamente a que el Yo se encuentra gastando las energías psíquicas en la defensa de su subjetividad, y no en su propio crecimiento. Entonces aparece una de las paradojas fundamentales de la existencia: a mayor conciencia subjetiva, mayor es la subjetividad que debemos defender, pero paradójicamente cuando dejamos de defender la subjetividad, es entonces cuando realmente elevamos la conciencia hacia nuestra máxima potencialidad porque ya no obligamos a nuestras energías psíquicas a operar exclusivamente (o mayoritariamente) en el mundo de la fragmentación, sino en la unificación constante de nuestro Yo con toda la realidad cosmogónica.

Entonces debemos trabajar en dos frentes simultáneamente: por una parte, desgastar el mínimo de energías psíquicas en la defensa de nuestra subjetividad frente al entorno social, y, por la otra, concentrar el máximo de energías psíquicas en nuestra elevación constante aumentando los niveles de consciencia.

Lo ideal sería que exclusivamente concentremos nuestras energías psíquicas en la ascensión de los niveles de consciencia de forma permanente, pero este «ideal» en realidad choca con la defensa de nuestra existencia subjetiva en el mundo de la fragmentación (Bet).

Al no poder renunciar al mundo de la Bet, debemos gestionar dicho mundo a través de la consciencia Alef de elevación permanente. El interrogante entonces tendría que ser: ¿podríamos llegar a operar dentro del mundo de la fragmentación sosteniendo la consciencia permanente Alef? Aparentemente, la misma existencia del mundo de la Bet nos puede «hacer creer» de forma imaginaria que este es el verdadero y único mundo. Toda la defensa de nuestra subjetividad puede provocar que confundamos Tiferet con Keter. Porque la Biná opera como la «Madre arquetípica» del Yo de la Tiferet, y al buscar la seguridad subjetiva refuerza nuestra percepción de la realidad como un sistema único en el orden de la fragmentación. Pero debemos lograr que la Jojmá, o el Padre arquetípico, ingrese dentro del sistema para moderar la percepción de defensa subjetiva que hace el Yo y que provoca automáticamente una consciencia de tipo Bet.

La cábala

Подняться наверх