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¡Esta soy yo!

La soledad no es un objeto, ni una cosa. Tampoco es un bien que podamos vender o comprar. Es una vivencia del alma, una experiencia por la que podemos pasar. El ser humano no es solo el animal social que teje vínculos con los suyos para defenderse de los enemigos y para ayudarse mutuamente. También se retira, toma distancia, se aleja de la comunidad, no por despecho, ni por odio, sencillamente porque siente la necesidad y cree que le hace bien.

FRANCESC TORRALBA

En busca de mí misma

Las voces de amigos, familiares y conocidos que se levantan para decirnos que así como estamos no estamos bien no alcanzan para ponerle fin a una relación y hacer un stop para estar solas y ver hacia dónde vamos y con quién queremos comenzar a caminar nuevamente. Lamentablemente no se aprende por cabeza ajena, así que todos necesitamos un tiempo personal para mirar hacia adentro y poder entender cómo funcionamos.

Sucede que a veces en un año ocurre lo que no pasa en dos, tres o cinco años, o creces todo lo que no habías crecido en toda una década. A eso es lo que el buen panameño llama “sacarse el dedo”. Atrevernos a estar solas o, mejor dicho, con propia compañía es nuestro desafío. Yo misma he pasado por un momento de encuentro conmigo misma y quiero contarte que fue totalmente positivo. Me gustaría compartir contigo algo de aquello que hice en ese tiempo de encuentro.

Aprendí a:

• En primer lugar, a secar mis propias lágrimas. Cuando te permites estar sola, no te queda otra que sobrellevar los sube-y-baja emocionales por tu propia cuenta. Aprendes el arte de la autorregulación emocional. Al principio es difícil, porque juras que es el fin del mundo, que no vas a dejar de llorar o de enfurecerte; pero luego con el tiempo, le permites a tu sistema digerir con calma y a su propio ritmo las cosas que tienes enquistadas en el alma.

• En segundo lugar, a escucharme a mí misma. Antes me la pasaba escuchando a los demás, sin darme cuenta de que estaba apartándome de mi voz interior. Esto hacía que yo recurriera a otras personas para que me respondieran lo que yo significaba y valía. Cuando asumí mi período de soledad, comencé a escucharme lo bueno y lo malo, para posteriormente responderme esas preguntas.

• En tercer lugar, a callarme a mí misma. A veces, estos procesos de introspección se nos pueden ir de las manos, haciendo que nos vayamos a un pozo sin fondo de pensamientos. Hubo un momento dado, en que no salía de una serie de pensamientos catastróficos que con el tiempo aprendí a sobrellevar y a poner en su lugar. Cuando estás en soledad, muchas veces aprendes a controlar tus pensamientos.

Hay un tiempo para estar solo y un tiempo para estar acompañado y ambas posibilidades son necesarias para un correcto equilibrio de la vida personal.9

• En cuarto lugar, a invertir energías en mí misma. Recuerdo que solía ser la típica novia porrista, lo cual no está mal, siempre y cuando una no se descuide a sí misma. El problema es que al no saber estar sola, lo único que conocía era hacer de la vida de mis parejas mi proyecto de vida. Cuando asumí la soledad como proceso terapéutico, redirigí todas esas energías motivantes hacia mí y el resultado ha sido impresionante. De la noche a la mañana, comencé a formalizar proyectos propios.

• En quinto lugar, a coger mi esquina. Cuando te encuentras allí, controlas mejor la impulsividad. La soledad resulta ser una especie de gimnasio de la paciencia, donde uno se vuelve prácticamente un maestro “zen” y los conflictos se vuelven algo fastidiosos. De hecho, llegas a valorar la tranquilidad mental y emocional que has obtenido con esfuerzo y sacrificio, lo que te lleva a saber escoger las batallas y hasta saber cuándo rendirte, de ser necesario.

• En sexto lugar, a disfrutar mis propias felicidades y sufrir mis propios malestares. Cuando uno no sabe estar solo, crea una personalidad codependiente que te lleva a vivir vidas ajenas. En pocas palabras, te alejas de ti misma y comienzas a sufrir las tristezas y las felicidades de tu pareja. Nunca se me va a olvidar un año que hice un recuento de mis tristezas y ninguna tenía que ver conmigo, todas mis angustias y malestares eran las de mi pareja. Fue ahí donde me pregunté: “¿Pero cuáles son mis tristezas? ¿Y mis felicidades?”. ¡Quiero tener mi propia vida, disfrutarla y sufrirla, pero a mi modo!

No podemos ser nosotros mismos si no nos entrenamos a frecuentar la soledad. Al tomar esta ruta, se llega a un momento de perplejidad, de desconocimiento, casi de vértigo, porque caen las máscaras, los tópicos y prejuicios que cada uno se ha construido de sí mismo. Entonces, una vez a la intemperie, se deja de saber quién es y esta perplejidad mueve a ir más a fondo y a indagar quién se esconde detrás del personaje que dice ser.10

Tarde o temprano toca y no hay forma de rechazar la visita de la soledad; más bien, hay que recibirla como amiga, confiar en ella y apostar a que algo bueno saldrá de esa convivencia. Poder estar solas es el desafío. Claro que el otro nos suma, nos expande pero no es una condición sin ecuánime para ser feliz. Llenar nuestra soledad con uno y con otro no es la solución. Una cree que la soledad te hace sentir sola. Yo pienso que rodearse de gente equivocada es lo que te hace la persona más solitaria del mundo. Cambiar de figuritas no es lo ideal y lo que nos llevará a sentirnos plenas. La realización y la felicidad personal en primer lugar se encuentran en “una misma” y no en “el otro”, y para ello necesitamos darnos cita, no faltar a ella y encontrarnos. Ser feliz con una misma para después poder ser feliz con el otro. No dejes que el miedo a la soledad te lleve a correr a los brazos de alguien que desde un principio sabes que no es para ti.

En busca de nosotras mismas… poder reírnos viendo una película, disfrutando de una canción, de una buena comida, de algo que nos hemos comprado porque nos gusta (o porque sí) es saber estar en paz con una misma. Y te aseguro que cuando esta paz te llena el alma, el rostro lo transmite y se contagia. Tú eres tu propia luz, solo te falta salir a mostrarla a este mundo que te está esperando. Y cuando te hayas encontrado, probablemente ¡el otro también te encontrará!

Una cita contigo misma

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