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Cuando el amor duele

Si no está en tus manos cambiar una situación que te produce dolor, siempre podrás escoger la actitud con la que afrontes ese sufrimiento.

VIKTOR FRANKL

Me mata de amor

Una mujer a quien llamaremos Paula es una persona desesperanzada que, después de haber pasado por varias decepciones amorosas, tiene mucho miedo de volverse a enamorar, de amar nuevamente. Su principal cuestionamiento es: “Si se supone que el amor es un sentimiento bonito y generador de cosas buenas, entonces ¿por qué duele tanto?”. Y esta pregunta no solo se la hace Paula, sino que miles de mujeres la formulan a diario. ¿Será que para que el amor sea pasional, fuerte, torrentoso, amante y vigoroso, nos tiene que doler?

Y si no nos duele no es amor verdadero. ¿No fue nuestro verdadero amor, aquel que nos dio vuelta la cabeza y ni siquiera pudimos reconocernos a nosotras mismas? Amigas, es momento de decir “¡alto!”. Diferenciemos entre dolor y sufrimiento, entre amor y dolor.

Existe una delgada línea entre dolor y sufrimiento y pienso que lo primero que debemos hacer es diferenciar ambas cosas para no confundirnos.

El dolor es un sentimiento natural y necesario que cumple una función esencial en nuestras vidas. Su objetivo principal es alertarnos en situaciones que pueden ser nocivas y motivarnos a hacer algo al respecto. Otra función que cumple el dolor es la de enseñarnos lecciones de vida. Así es, el dolor no está para hundirnos, sino para invitarnos a la reflexión. Es un sentimiento que nos ayuda a acercarnos más a nosotras mismas y a desarrollar empatía por los otros. Su naturaleza es de corto plazo. Esto quiere decir que el dolor se vive en períodos específicos de la vida. Por otro lado, existe el sufrimiento, el sentimiento que proviene de aquellos dolores que son mal procesados. ¿Qué significa esto? Que cuando no aceptamos el dolor y no lo trabajamos para obtener de él una experiencia de crecimiento, se nos vuelve una especie de tumor que va creciendo poco a poco dentro de nosotras.

• El sufrimiento “no enseña absolutamente nada”; al contrario, nos esclaviza junto con el miedo y la culpa.

• El sufrimiento nos hace creer que no podemos y no somos merecedores de mejores cosas.

• El sufrimiento se vuelve adictivo y en lugar de ser como el dolor, cuyo tiempo de duración es específico, se vuelve un estilo de vida tóxico.

Ahora que podemos visualizar la diferencia entre dolor y sufrimiento, es comprensible que el amor “en ocasiones” duela. Como verás, escribí “en ocasiones”. Por ello, lo que no podemos permitir es que el amor se sufra.

Esa es otra historia, el que sufre de amor se auto condena como mártir, se esclaviza a la pareja, se vuelve una víctima irracional del amor.

La conclusión aquí es: el dolor es una emoción natural y productiva, ocurre de manera espontánea y debe ser una fuerza motivadora para generar una mejora. El dolor es un indicador de que algo debe mejorar. En cambio, el sufrimiento es una opción, proviene de la negación, de no querer enfrentarse a los desafíos del amor; y lo más preocupante es que proviene de la falta de amor hacia uno mismo. Entonces, ¿por qué sufrimos el amor? ¿Acaso amar no es sentir ese cosquilleo en la panza que te hace ver mariposas de colores? ¿Has escuchado alguna vez que si no sufres, entonces no vale la pena? Aquí comenzamos con la verdadera raíz del problema…

Estamos mal informados y confundidos o nos contaron un cuento que realmente no es la historia oficial, la real, la que nos edifica, la que nos hace bien. Si estamos sufriendo por amor hace años y años, estamos definiendo mal las cosas.

Las cosas que nos hacen sufrir definitivamente no valen la pena; hay que aprender a dejarlas ir, por nuestra salud e integridad.

El sufrimiento nace de la poca convicción que tienes de que eres merecedora de cosas positivas. El amor es para ser disfrutado y, a veces, darnos una sacudida existencial con su toque de dolor. El dolor es un llamado a abrir los ojos, no a sentir miedo. Cuando algo te duele, se enciende una alarma que dice: “¡Cuidado! Aquí hay algo que no está bien y vale la pena explorar para ver qué pasa”. La clave es darnos cuenta si hemos pasado del dolor al sufrimiento.

Todas hemos llorado por amor, nos ha sacado el apetito o todo lo contrario. Pasamos horas y horas hablando con una amiga del motivo de la pelea, y así un sinfín de momentos que nos hicieron mal. Una escena de celos, un llamado que nunca llegó, una mala respuesta, un olvido… Pero el sufrimiento es otra cosa.

El dolor es un sentimiento que te acerca a ti misma, que te invita a conocerte más a ti y el mundo que te rodea. El dolor fortalece tu identidad porque te lleva a nuevos desafíos. En cambio, el sufrimiento es miedo, está repleto de excusas y justificaciones que te estancan en el mismo lugar produciéndote un mal confort. El sufrimiento te aleja de ti misma, hace que te desconozcas y que no puedas ver de qué estás hecha. Y en ese momento, cuando sientes que ya no sabes ni quién eres, te sientes muy lejos de ti misma y no sabes por qué has llegado hasta ese punto… definitivamente, ¡estás sufriendo!

Veamos algunos tips que nos demuestran que estamos sufriendo por amor:

1. Los malestares se han vuelto un estilo de vida.

2. Te describen como la “pobre mujer abnegada y mártir”.

3. Te desconoces por completo.

4. No eres capaz de tolerar la idea de pasar tiempo contigo misma.

5. Justificas gran parte de tu relación de pareja.

6. Te sientes constantemente drenada.

7. No te sientes merecedora de cosas buenas.

8. Has perdido la fe en el amor.

9. Sientes una agonía.

10. Has perdido tu integridad.

¿Estás padeciendo algunos de estos síntomas? Sí es así, es hora de hacer un alto y de volver a encontrarle un nuevo significado a la palabra amor, a amar, a entender sanamente lo que es amar y ser amado. En la pareja podemos pelear, llorar, enfadarnos, etc., pero no maltratarnos ni sufrir por amor.

Al amor no se lo sufre, al amor se lo disfruta, se lo goza.

Los conflictos en una pareja no necesariamente tienen que ser para mal o destructivos. Una pareja que desarrolle una buena habilidad de resolución de conflicto, escucha activa, diálogo y capacidad de negociación, aprovechará los desacuerdos como una oportunidad para crecer y establecer nuevos parámetros. Las parejas saludables no pelean, discuten. En vez de atacarse y defenderse, hacen el esfuerzo de escuchar, procesar lo que el otro dice y responder siguiendo el hilo de las cosas.

“El amor sano se mantiene intacto”. El amor rara vez se comporta de manera estática, jamás lo vamos a poder congelar en el tiempo. El amor sano sube y baja, tiene sus momentos de sequía y de desborde, se estanca y por momentos sus fuerzas se invierten, intercambiándose los roles de activo y pasivo entre los miembros de la pareja. De hecho, las parejas que se mantienen juntas se enamoran y desenamoran para volverse a enamorar, una y otra vez. Pero es eso lo que convierte al amor en una fuerza regeneradora y, sobre todo, proveedora de nuevas etapas, proyectos, caminos y experiencias. El amor cambia a cada rato porque su objetivo es sacar a la pareja de la zona de confort y darle nuevos desafíos, nuevos colores, nuevos encuentros con la vida que están compartiendo juntos.

El amor es benigno, es bueno, da placer, da gusto vivirlo, sentirlo y experimentarlo. El amor sano te edifica, “suma”, jamás resta. El amor sano te expande, no te limita. El amor sano es generoso, no es escaso, no es envidioso, no se envanece. El amor sano te identifica y lo mejor de todo es que te permite soñar y ser tú misma.

Una cita contigo misma

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