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Introducción: sentir, pensar y hablar

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En estas páginas siento, pienso y hablo acerca de temas y acontecimientos que considero importantes para el proyecto feminista de emancipación. Mi propósito es aclarar mi postura, analizar ciertas prácticas y plantear algunas preguntas. Para ello reflexiono sobre lo que ha estado ocurriendo con algunas protestas feministas y también hablo acerca de incidentes que he vivido. Desarrollo mi reflexión apoyándome en el pensamiento de otras autoras; en especial, recurro a las teóricas feministas Wendy Brown, Judith Butler y Chantal Mouffe, pues la reflexión teórico-política que hacen es radicalmente crítica. Uso el término radical en un sentido positivo, con su connotación de ir a la raíz y no con el sentido peyorativo de “extremista” con el que se suele usar. Sus reflexiones abren un horizonte analítico riquísimo que me esforzaré por poner en juego con lo que está ocurriendo entre nosotres, pues analizan un buen número de cuestiones políticas de nuestra época y que, en especial, afectan al feminismo. Hablo de feminismo, en singular, consciente de sus varias y diversas tendencias, de la misma forma que se habla de la izquierda, con sus también múltiples vertientes. Retomo a Mouffe, pues plantea que el pluralismo acarrea conflictos para los cuales no hay una solución a la que se pueda acceder desde el plano de lo exclusivamente racional, y eso ocurre también con los conflictos derivados de la pluralidad de visiones dentro del feminismo. Ante la lucha que existe por la tensión inherente a las múltiples diferencias presentes en las disputas, ella apuesta por “encontrar modos de abordar los conflictos con el fin de minimizar la posibilidad de que adopten una forma antagónica” (2014:40), y lo hace reconociendo que lo político es un espacio de poder y conflicto, un ámbito intersubjetivo que está estructurado tanto por las reglas del debate público como por las tensiones agonistas.¹

Por su parte Brown, quien señala que muchos de los peligros políticos que hoy enfrentamos han sido potenciados “por una comprensión inadecuada de las formas de poder específicamente posmodernas” (1995:33), indaga acerca de por qué el discurso moralizador se ha vuelto tan intenso entre les activistes de izquierda. Seguiré algunas de sus preguntas para explorar “la relación de los discursos moralizadores con la posibilidad política democrática” (2001:22).² También Mouffe critica la tendencia a moralizar: “podríamos decir que la distinción entre derecha e izquierda ha sido reemplazada por otra entre bien y mal” (2014:140), y encuentra que cada vez más la distinción entre “nosotras” y “ellas” se establece con un vocabulario moral. De Butler (2020) retomo su perspectiva de que la reunión pública de los cuerpos es una forma de resistencia en el campo contemporáneo del poder, y que es esencial comprender el papel que tiene esa congregación de cuerpos, llámese asamblea o manifestación, para una política de la no-violencia. La no-violencia supone un desafío para el feminismo, en especial para las activistas que argumentan ciertas prácticas violentas como autodefensa. Juntas estas tres autoras feministas me ofrecen herramientas para pensar lo que está pasando y, también, para aclararme lo que siento.

A lo largo de estas páginas mi interés político por el análisis de la relación entre teoría y práctica entrelaza cuestiones de orden teórico y preocupaciones pragmáticas acerca de la necesidad de construir espacios de diálogo y deliberación. Aunque hay, sin duda, grupos y personas feministas con una visión política de izquierda³ que ven con claridad las cuestiones socioeconómicas estructurales que subordinan tanto a mujeres como a hombres y a personas con identidades consideradas fuera de la norma, me inquieta el deslizamiento de sentido acerca de lo que es el feminismo, que aparece en los medios de comunicación y en ciertos productos culturales. Dado que concibo al feminismo, con todas sus diferencias internas, como una propuesta de emancipación, con frecuencia encuentro en los discursos mediáticos o de mera difusión un sesgo que denota falta de sentido crítico y mucho de mercantilización.

Mouffe dice que “resulta imposible comprender la política democrática sin reconocer a las ‘pasiones’ como la fuerza motriz en el ámbito político” (2014:25). Para analizar cómo se entretejen ciertos afectos y emociones en las narrativas feministas, en especial las relativas a la política identitaria, recuerdo la reflexión de Benjamín Arditi (2002) quien discute críticamente sobre las posturas esencialistas en los movimientos sociales. Las consecuencias de dichas posturas son muchas, y aquí también recupero los señalamientos que hizo Haydée Birgin en relación con la construcción que hacen las feministas de “fronteras identitarias”, tan cargadas de emociones y tan poco políticas. Traigo a cuento algunos de los debates que dimos las feministas latinoamericanas durante ciertos encuentros feministas así como la original reflexión que hizo el grupo de feministas italianas de la Librería de las Mujeres de Milán. Repaso la crítica que le dirige Amia Srinivasan (2018) a Martha Nussbaum (2016) en relación a cómo encauzar la rabia políticamente, y si mostrarla puede ser contraproducente o productivo. La rabia que recientemente han expresado las activistas feministas se suele analizar desde lo coyuntural, y no como un síntoma de algo más grave que está ocurriendo en nuestro territorio, con las complejas relaciones entre violencia social y violencia política. Si bien me emociona la politización de miles de jóvenes que han desplegado, como nunca antes, sus anhelos y denuncias con dolor y rabia, me inquieta que sus expresiones sean criminalizadas sin ningún intento de comprenderlas y me preocupa que estas protestas legítimas y dolidas pierdan eficacia política, que puedan resultar contraproducentes o que no logren articularse ni generar alianzas que las fortalezcan.

Parte de lo que trato en estas páginas tiene que ver con las movilizaciones que, en los últimos años, han sacado a miles de mujeres, en su gran mayoría jóvenes (incluso muchas adolescentes), a las calles a denunciar las duras condiciones de opresión, discriminación y violencias que viven. Aquí no hago un recuento de lo publicado acerca de estas protestas masivas que, en México y en otros países de América Latina, han cobrado visibilidad en años recientes (pero en la nota siguiente menciono a algunas académicas y escritoras que han analizado ese fenómeno en nuestra región, así como en otras partes del mundo).⁴ En estas páginas exploro, en cambio, la “temporalidad afectiva” del fenómeno calificado de Cuarta Ola feminista (Chamberlain 2017). A principios del siglo xxi se empezó a hablar de dicha Ola, aunque de esos años iniciales apenas hay escasas referencias por escrito.⁵ Pero ya en la segunda década del siglo aparecen publicadas reflexiones acerca de los activismos jóvenes feministas en América Latina que los nombran explícitamente como una Cuarta Ola;⁶ incluso se habla de un tsunami.⁷

Es común analizar los tiempos de auge o de repliegue del activismo feminista con la metáfora de “las olas”, y varias autoras, entre ellas la historiadora mexicana Gabriela Cano (2018), han señalado que, por un lado, con dicha metáfora no se da cuenta de la complejidad, los traslapes y las coincidencias que ocurren a lo largo del tiempo y, por el otro, se interpretan los conflictos entre feministas como una cuestión generacional. Cano señala que la imagen de la ola:

[…] resulta problemática a medida que se hace más complejo y profundo el conocimiento histórico de las expresiones del feminismo —tanto el de sus movilizaciones como el de su pensamiento—, pues hay demasiados acontecimientos que no corresponden a la cresta de la ola (2018:18).

Con la periodización en “olas” se favorece la creencia de que los desacuerdos internos en el feminismo son producto de los momentos históricos y no se ve que continúan vigentes y entretejidas en el activismo actual teorías y prácticas de supuestas olas anteriores. Dado que las feministas están insertas en diferentes momentos históricos, es indudable que hay cuestiones generacionales en las formas y estilos de intervención, así como en la recepción social de sus demandas, indiscutiblemente distinta de la que había antes. Sin embargo, como el movimiento está cruzado por diferencias de clase social, pertenencia étnica y factores geopolíticos, hay tantas variaciones y perspectivas ideológicas opuestas que resulta reductivo creer que lo que moviliza son exclusivamente confrontaciones generacionales.

Varias autoras discuten acerca de cómo definir el momento político actual del feminismo, sin embargo aquí no entro en esa discusión.⁸ Retomo la caracterización que se hace de este momento como la Cuarta Ola feminista, por su definición como un nuevo impulso de movilización que tiene cuatro elementos distintivos: un interés mayor en la lucha contra la violencia sexual, el manejo del internet, el sentido del humor y la perspectiva interseccional (Cochrane 2013). Ahora bien, cuando las mujeres europeas y norteamericanas hablan de “violencia sexual” se refieren al acoso y la violación, pero no a los feminicidios, puesto que en sus contextos esos crímenes son excepcionales. En cambio, en los países latinoamericanos esas tragedias pavorosas suceden con una frecuencia alarmante, así que, aunque los cuatro elementos mencionados también están presentes en las protestas de nuestras activistas, aquí destaca el reclamo “Ni una más”. También hay que sumar en nuestra región la lucha por la legalización del aborto y en defensa de la cultura originaria y del territorio. De ahí que, pese a cierta sincronía mundial de las movilizaciones feministas, no hay que olvidar que la Cuarta Ola tiene características distintas en lo que se conoce como el “Primer Mundo” y el “Tercer Mundo”,⁹ y vale la pena tenerlas en mente para no generalizar procesos que tienen especificidades diferenciadas.

Para explorar los interrogantes que voy a compartir con ustedes asumo el peso que tiene el contexto de violencias generalizadas en mi país, y en específico, me centro en lo ocurrido en la Ciudad de México. El desborde de violencias que alimenta las protestas feministas tiene causas económicas y políticas, y la pesadilla que viven muchas de las activistas se expresa en sus consignas, en las palabras que han publicado en volantes o que han registrado la prensa y las publicaciones académicas, y también lo que queda plasmado en las pintas. Ciertos aspectos de las protestas recientes exhiben emociones que no se suelen admitir en las mujeres, como la rabia, que resulta crucial en el momento de hacer política. La dimensión subjetiva de la política resulta eficaz, según Byung Chul Han (2014), porque opera desde dentro de los sujetos, y desde la perspectiva que da un lugar clave a las emociones y al afecto me propongo pensar acerca de la energía afectiva que mueve a las activistas. Y aunque se podría criticar la narrativa de las olas desde una postura decolonial,¹⁰ cuestionando que esa cronología occidental sea el marco utilizado para el análisis, coincido con otras feministas latinoamericanas que retoman la metáfora de la ola para ubicar el momento actual de los feminismos. En América Latina la Cuarta Ola ha cobrado gran fuerza y visibilidad por las masivas movilizaciones en contra de la violencia hacia las mujeres y por la legalización del aborto; también por los paros mundiales que, desde 2016, han llevado a mujeres de distintas latitudes a dejar de realizar sus labores por un día, para poner en evidencia el valor de su trabajo, en especial invisibilizado cuando es en el hogar; y desde 2017, por la explosión de denuncias sobre el acoso sexual desatadas con el estallido del #MeToo. Todo esto ha producido una “temporalidad afectiva” que, en palabras de Prudence Chamberlain, habla acerca de que “la ola feminista está abierta al afecto de su tiempo y lista para tomar la forma que le dé el momentum del sentimiento público” (2017:41). Tal momentum es uno de indignación, dolor y rabia.

Al registrar el vínculo entre las emociones y la política,¹¹ coincido con Sara Ahmed (2015) quien, desde una mirada decolonial y queer, plantea que no hay que comprender las emociones solamente como estados psicológicos, sino también como prácticas sociales y culturales que inciden en la vida pública. Ahmed habla de “la política cultural de las emociones” para nombrar la forma en que éstas se reproducen y circulan, o sea, habla de una economía de los afectos. No resulta fácil precisar las motivaciones individuales de las activistas (Ahmed señala que sería reduccionista), pero es posible detectar ciertos encadenamientos afectivos. Acerca de la importancia de comprender la economía emocional ya habló hace años Norbert Lechner (1986; 1988) y señaló que las emociones tienen resonancias políticas, lo que también cobra importancia en los procesos de avance democrático. Mientras que Lechner destacó el vínculo entre la sociabilidad cotidiana, los arreglos afectivos y la política, Ahmed lo hace con el vínculo entre emoción y acción, y habla de las emociones como acción.

Estas páginas comienzan con una breve relación de las protestas feministas en la Ciudad de México; retomo palabras y actos significativos, que son la materia prima, el engranaje y el producto de su quehacer político. Al enfocarme en la forma en que las activistas feministas hacen política al salir a la calle, desplegando en el espacio público sus cuerpos, sus emociones y sus palabras para que su dolor y rabia sean escuchados y vistos, dejo fuera lo que ocurre con multitud de iniciativas y acontecimientos feministas, muchos de los cuales se llevan a cabo en distintas entidades del país, con movimientos locales muy destacados. Además, las feministas están desarrollando cantidad de expresiones políticas creativas y esperanzadoras; en especial, son notables sus manifestaciones artísticas, sus formas de solidaridad interna y sus espacios de encuentro y disfrute. Sin embargo, en este texto no abordo la contribución que han hecho —y siguen haciendo— muchas de ellas con sus prácticas artísticas y culturales que, como señala Mouffe, son fundamentales para la revitalización del proyecto emancipador de la política democrática radical. La contribución de las prácticas artísticas y culturales a la ruptura de las representaciones tradicionales de la feminidad merece una reflexión aparte, que en estas páginas no puedo realizar.¹² No sólo en México, sino también en otros países de América Latina, muchas activistas despliegan una variedad de acciones y reflexiones desde una forma distinta de organización: las constelaciones (Borzacchiello 2018; Gago et al. 2018) y las artistas no son una excepción.¹³ En estas páginas relato principalmente lo que he escuchado de un sector muy específico de universitarias de la unam¹⁴ y, en menor medida, del itam (pues tengo vínculos con alumnas y exalumnas de esas instituciones con las que hablo y discuto).

Al analizar el entramado, afectivo y cultural que da sustento a los actos solidarios y transgresores de estas jóvenes activistas me confronto con mi propia subjetividad. Como académica y activista feminista soy, a la vez, observadora y parte de lo que observo, y enfrento la difícil tarea de asumir la autorreflexión, cuestión que el psicoanalista y antropólogo George Devereux (1977) plantea como indispensable. En su obra clásica sobre el método en las ciencias sociales, Devereux insiste en la necesidad de explorar no sólo la estrategia de investigación, las “decisiones” acerca de lo que se investiga, sino también las angustias y las maniobras defensivas de quien investiga. Según Devereux, es imprescindible el estudio del interés afectivo personal del científico por su material y, por fortuna, según él los llamados trastornos o perturbaciones creados por la existencia y las actividades de la persona observadora son, debidamente aprovechados, las piedras angulares de una verdadera ciencia del comportamiento y no —como suele creerse— contratiempos deplorables. Devereux, que expresa con ironía sus dudas sobre la neutralidad y objetividad de quien investiga, concluye con sencillez diciendo que siempre ayuda descubrir exactamente qué es lo que una en realidad está haciendo.

Entonces ¿qué estoy haciendo? Además del entusiasmo y preocupación políticos que me suscitan las protestas feministas, en estas páginas también hablo de las emociones que me produjeron varios incidentes en los que ciertas feministas me adjudicaron motivos o perspectivas que no corresponden a mi postura política ni ideológica. No puedo soslayar que me he sentido afectada por la rabia que algunas feministas dirigen a mi persona, pero aquí elaboro mis emociones, las pongo en palabras y las relaciono con reflexiones teóricas, y eso me permite poner un ejemplo actual y cercano de uno de los mayores obstáculos políticos que enfrentamos las feministas: la dificultad para debatir entre personas con posturas adversarias. Siguiendo el dictum de Alain Badiou (2005), que insiste en que lo que no tiene palabras no se puede pensar, y que lo que no se puede pensar no se puede cambiar, creo que debemos hablar incluso hasta de las violencias entre nosotras. Eso sí, Brown nos sugiere a las feministas que seamos precavidas, pues corremos el riesgo de desfigurar nuestro discurso político con “recriminaciones paralizantes y resentimientos tóxicos que se presentan como crítica radical” (1995:xi).

Un libro es una forma de entrar al debate, de abrirse a la crítica. Para los feminismos es especialmente importante pensar el problema de la política, y la clásica pregunta ¿qué hacer? se ha mantenido vigente a lo largo de todas las crisis y las inflexiones de nuestro orden político. La pregunta forma parte de los dilemas que enfrentamos día con día y una de mis maneras de asumir ese dilema ha sido el de compartir mi trabajo intelectual con compañeras y alumnes. Por eso, aunque pretendo que éste no sea un libro académico, sí contiene muchas citas de textos que me han hecho pensar lo que aquí expongo, así como notas para aclarar ciertos puntos. Por eso también incluye un conjunto de documentos anexos, pues algo muy útil para el debate es conocer la historia pasada. Desde la necesidad de recuperar la memoria aquí los reproduzco como insumos para que los aprovechen quienes se interesen por ir alimentado su praxis. Quiero subrayar que, en esta reflexión, se encuentran los aprendizajes que he tenido a partir de la riqueza que ha significado el trabajo grupal durante la creación de la revista debate feminista, el Grupo de Información en Reproducción Elegida (gire), la asociación Equidad de Género: Ciudadanía, Trabajo y Familia y el Instituto de Liderazgo Simone de Beauvoir, así como mi añeja colaboración con Semillas (Sociedad Mexicana Pro Derechos de la Mujer). Sin ese trabajo grupal con distintas compañeras feministas no sería quien soy ahora.

A lo largo de estas páginas he tratado de mostrar que las subjetividades ofrecen muchas de las motivaciones que alimentan la política y que dado que los sentimientos, emociones y afectos tienen efectos políticos, es útil entender la “temporalidad afectiva” que atraviesa hoy al activismo feminista. No sabría decir cuál es esa política que se supone que las feministas deberíamos estar haciendo, pero sí sé que resulta necesario discutir acerca de la no-violencia no sólo en el espacio público, físico y virtual, sino también en relación a las dinámicas intersubjetivas que se dan entre nosotras. Wendy Brown, quien aborda la complejidad política del contexto contemporáneo, plantea que es necesario “revitalizar la política de izquierda desarrollando genealogías enriquecedoras, análisis institucionales perspicaces y visiones políticas apremiantes” (2001:44). Sí, tenemos mucho trabajo por hacer. Ojalá que el peso de algunas ideologías, por un lado y, por el otro, la rabia y el dolor no impidan las prácticas deliberativas entre las feministas.

Estoy muy agradecida con mis amigas, colegas y estudiantes, con quienes he debatido algunos aspectos acerca de lo que van a leer. En especial, con el grupo Feminismo Crítico: Alethia Fernández de la Reguera, Chris Mendoza, Friné Salguero, Gabriela Sofía Gómez, Hanna Ortega, Isabel Gil, Laura García Coudurier, Mariana Palumbo, Marta Ferreyra, Mónica Maccise, Mónica Meltis, Rebeca Ramos, Regina Larrea, Regina Tamés, Stephanie Brewster, Soren García Ascot, Tania Turner, Valentina Zendejas y Ximena Andión. Sus críticas e intervenciones siempre me ayudan a pensar.

Y también agradezco a quienes leyeron antes el manuscrito y lo mejoraron con sus comentarios, aunque algunos no los incluí, así que asumo la responsabilidad de lo escrito. Muchas gracias a Amneris Chaparro, Ana Luisa Liguori, Diana Fuentes, Fabio Vélez, Iván Pedroza, María Teresa Priego, Mariana Palumbo, Marta Acevedo, Marta Ferreyra, Natalia Gabayet, Patricia Mercado, Sara Sefchovich y Stephanie Brewster. Agradezco los atinados señalamientos de Ana Sofía Rodríguez Everaert, que me ayudaron a precisar el enfoque. Merece un agradecimiento especial Leticia Cufré, quien me acompañó horas revisando y debatiendo muchos de mis postulados. También reconozco el trabajo de Alba Jiménez del Centro de Investigaciones y Estudios de Género de la unam, que me consiguió, a una velocidad inaudita, todos los artículos que le solicité. Y, finalmente, doy las gracias a Pablo Martínez Lozada por su respetuoso trabajo como editor.

Como siempre, no hubiera podido escribir una línea sin el cuidado cariñoso de Francisca Miguel, Ofelia Sánchez Felipe, Vicenta Sánchez Felipe y el apoyo solidario de Patricia Ramos Saavedra. La paciencia de Diego, Pablo y Leonard mientras estuve en el proceso de escritura también merece todo mi reconocimiento.

*1 Mantenemos el uso que hace la autora de lenguaje inclusivo en este y otros pasajes. (N. del e.)

Dolor y política

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