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Pensar la época

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Esbozar una interpretación, inevitablemente parcial y discutible, acerca de lo que ha pasado —y está pasando— con las recientes expresiones feministas en la Ciudad de México requiere ubicar mínimamente el momento político que estamos viviendo en el país. Ya es un lugar común señalar que nuestra época se caracteriza por el capitalismo en su etapa neoliberal, y aunque en estas páginas hablaré de neoliberalismo, comparto lo que señala Stuart Hall, a quien el término no le resulta satisfactorio, ya que:

Su referencia a la influencia modeladora del capitalismo en la vida moderna suena anacrónica a oídos contemporáneos. Los críticos intelectuales dicen que el término junta demasiadas cosas para tener una identidad única; es reductivo, y sacrifica la atención a las complejidades internas y las especificidades geo-políticas (2011:706).

Pese a ello, Hall considera que el término neoliberalismo remite a suficientes rasgos comunes de esta etapa como para otorgarle una identidad conceptual provisional, siempre y cuando se entienda como una primera aproximación. Coincido con él, y con varios autores que sostienen que el modelo de gobernanza neoliberal, con sus aspiraciones y objetivos, no se limita a la esfera económica ni a las políticas públicas estatales, sino que produce sujetos, regula conductas y genera nuevas formas de organización social. Según Wendy Brown el neoliberalismo, que es “una forma peculiar de razón que configura todos los aspectos de la existencia en términos económicos” (2015:17), está desmontando los elementos básicos de la democracia. De ahí que esta politóloga considere el neoliberalismo como la revolución furtiva que está deshaciendo el demos: “deshace vocabularios, principios de justicia, culturas políticas, hábitos de la ciudadanía, prácticas de la ley y, sobre todo, imaginarios democráticos” (2015:17). Precisamente la complejidad del proceso de elaboración psíquica que cada ser humano realiza al internalizar la racionalidad neoliberal consiste en lo que León Rozitchner calificó hace años como la determinación histórica en el psiquismo. Este filósofo planteó que el aparato psíquico es “el último extremo de la proyección e interiorización de la estructura social en lo subjetivo” (1982:15).

Son muchas, y muy atinadas, las críticas feministas al neoliberalismo, y aquí no voy a dar cuenta de ellas. Remito en especial a Nancy Fraser, una filósofa política que de manera constante ha analizado la relación del feminismo con el capitalismo. Sus trabajos en esta línea vienen desde finales del siglo xx y, en Fortunas del feminismo, ella encuentra en el feminismo eso que Boltanski y Chiapello (2002) calificaron de “el nuevo espíritu del capitalismo” (2013a:217). Fraser no es la única, ni la primera, en analizar el vínculo entre el neoliberalismo y cierto feminismo como un fenómeno característico de la época, pero es quien se ha propuesto llegar a audiencias más amplias que la meramente académica.¹ Su brevísimo texto “Manifiesto de un feminismo para el 99%” (2019), escrito en colaboración con Cinzia Arruzza y Tithi Bhattacharya, contiene una clara crítica al feminismo hegemónico y sus resignificaciones neoliberales, y está hecho en un formato muy accesible para el público general. Mucho del debate feminista respecto al neoliberalismo destaca cómo el enfoque individualista resulta muy útil a los intereses de los grandes capitales, y cómo el objetivo del “empoderamiento” ha sido central para alentar actitudes neoliberales.² La popularización de lo que se llama empoderamiento ha opacado la emancipación, que es una aspiración más amplia, que reclama, más que tener poder, liberarse de cualquier clase de subordinación, tutela o dependencia, como proponen los feminismos anticapitalistas desde los setenta.

Las consignas y pintas de las activistas feministas expresan la indignación, el dolor y la rabia por el conjunto de violencias en que vivimos. Recurro a las palabras de otres autores para recordar brevemente nuestro contexto de feroz machismo y espeluznante violencia. Como dice Alfredo Guerrero, investigador de la Facultad de Psicología de la unam:

la violencia que vivimos ahora en México, que se ha propagado a lo largo y ancho del territorio, no es la violencia revolucionaria de 1910-1917, ni la de 1810. Es una violencia que se nutre de la perversidad abyecta que ha hecho erupción desde lo más profundo de los procesos de degradación tanto del Estado como de sus instituciones y se ha propagado por todos los poros de la sociedad hasta los fragmentos más pequeños de la vida cotidiana, invadiendo incluso los espacios más recónditos de la intimidad (2017:243-244).

Sayak Valencia, una investigadora de El Colegio de la Frontera Norte, califica de gore al ominoso proceso de esta producción biopolítica del capitalismo tardío, de donde han emergido las nefastas prácticas que se sustentan “en la violencia sobregirada y la crueldad ultra especializada que se implantan como formas de vida cotidiana en ciertas localizaciones geopolíticas a fin de obtener reconocimiento y legitimidad económica” (2016:26). Ella analiza cómo la violencia, el (narco)tráfico y el necropoder construyen cierto tipo de sujetos y de prácticas, con extremos de crueldad y despojo, que imponen nuevas violencias sobre los cuerpos y las subjetividades. Dentro del marco de las violencias de las estructuras económicas capitalistas, cuyo paradigma es la explotación, varias autoras feministas³ investigan una variedad enorme de formas de vulneración, agresión y crueldad hacia las mujeres, y critican la impunidad que existe ante esas formas, en especial, ante los feminicidios. Remito a sus sólidos trabajos para una explicación más detallada, pues mi objetivo en estas páginas no es analizar las violencias existentes, sino repensar aspectos de una narrativa cultural dirigida a las mujeres y ver cómo atraviesa —si es que lo hace— las protestas y movilizaciones de los grupos de activistas feministas.

Nuestro contexto, donde surgen múltiples expresiones de violencias, está inserto en una época en la que los intereses y deseos de un gran número de seres humanos giran en torno a la imagen y al consumo. Nuestra época, que Guy Debord perfiló tempranamente como la de “la sociedad del espectáculo” (1999), ha desarrollado “la cultura del narcisismo” (Lasch 1979) y se ha convertido en “la era del vacío” (Lipovetsky 1983). Los valores individualistas han derivado en una preocupación excesiva por el Yo, y ha aparecido “la condición posmoderna” (Lyotard 1979). Más recientemente Byung-Chul Han habla de La sociedad del cansancio (2012) y de La agonía del Eros (2014), y reflexiona acerca de cómo se ha producido una nueva subjetividad, tanto en lo individual como en lo social. En estas páginas me interesa revisar aspectos de la subjetividad.

¿A qué me refiero con “subjetividad”? Las psicoanalistas Lucila Edelman y Diana Kordon señalan:

La producción de subjetividad hace al modo en el cual las sociedades y las culturas (las condiciones materiales de existencia, las relaciones sociales, las prácticas colectivas, los discursos hegemónicos y contrahegemónicos, el arte, la tecnología, las comunicaciones) determinan las formas con las cuales se constituyen sujetos plausibles de integrarse a sistemas que les otorgan un lugar que les garantiza la pertenencia. Cada periodo histórico promueve modelos y contenidos específicos, así como determina el carácter de las instituciones. Por lo tanto, la subjetividad tiene un carácter histórico-social (2018a:70).

Las crisis contemporáneas (y me refiero no sólo a los conflictos políticos, los productos culturales y los avances tecnológicos, sino también al cambio del papel de las mujeres y al surgimiento de nuevas identidades) son elementos fundamentales en eso que Edelman y Kordon llaman las producciones actuales de subjetividad (2018b:96). Estas psicoanalistas hablan de la “existencia de una crisis sostenida de las grandes matrices de simbolización, de las referencias de significaciones y sentidos, que afectan a los procesos de socialización y replantean las identidades individuales y colectivas” (2018b:95). Ellas destacan ciertas producciones del capitalismo, como las guerras y las migraciones, aunque también habría que considerar anteriormente el efecto de la entrada masiva de las mujeres al trabajo asalariado y a la educación superior. De ahí que ciertas creencias y mitos estén profundamente convulsionados, y que el impacto de estos procesos y de las crisis en las relaciones de pareja y en la familia produzca efectos psicosociales, generando determinadas transformaciones en la subjetividad.

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