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Las marchas, las protestas y las huelgas

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El 8 de marzo de 2017 las feministas en México se volvieron a sumar al Paro Mundial que se llevó a cabo en cincuenta y cinco países alrededor del mundo. La feminista argentina Verónica Gago señala que: “Con la huelga, nos hacemos cargo de un mapa global que no nos queda para nada lejos ni ajeno y que consiste en politizar las violencias contra las mujeres” (2018:11). En México la convocatoria fue no ir a trabajar, pero sí salir a protestar. Así, mientras miles de mujeres pararon sus actividades y no asistieron a sus trabajos asalariados, muchas otras salieron en la tarde a manifestarse. Activistas feministas, trabajadoras sindicalizadas, académicas y estudiantes universitarias, artistas, militantes de partidos y jefas de hogar, junto con madres de personas desaparecidas, marcharon con pancartas que, además de denunciar múltiples afrentas, reivindicaban el derecho a decidir, los derechos laborales y salarios igualitarios. La marcha concluyó enfrente del Hemiciclo a Juárez, donde las madres de víctimas de feminicidio gritaron: “¡Ya basta de tanta asesinada!”.

En mayo de 2017 el caso de Lesvy Berlín Osorio, una estudiante que apareció estrangulada con el cable de una caseta de teléfono en Ciudad Universitaria, desató una fuerte movilización feminista luego de la declaración de la Procuraduría de Justicia de la Ciudad de México de que se trataba de un suicidio. El caso de Lesvy se complicó, pues en la grabación del video faltaban los segundos correspondientes al estrangulamiento, y se interpretó que habían sido eliminados deliberadamente, ya que el novio acusado era hijo de un integrante del sindicato de la unam. Las estudiantes crearon el hashtag #SiMeMatan y el caso de Lesvy se volvió una de sus banderas de lucha, con el ya citado lema “Si tocan a una, respondemos todas”. Dos años después, la condena de cuarenta y cinco años al novio amainó las protestas, pero la figura de Lesvy sigue presente en las luchas hasta la fecha y su madre se ha convertido en una activista contra los feminicidios: recorre universidades hablando del caso de su hija, participa en las manifestaciones y ha desarrollado vínculos políticos con algunas de las feministas de la Facultad de Filosofía y Letras (FFyL) de la unam.

En octubre de 2017 explotó en Hollywood el movimiento #MeToo en redes sociales, y como reguero de pólvora estallaron también denuncias en muchos países. Así, el problema del acoso sexual, que se visibilizó mundialmente, junto con la huelga mundial de mujeres, convirtió al año 2018 en “el momento de inflexión de la Cuarta Ola” (Varela 2019:144). En México, el 8 de marzo de 2018 se repitió el Paro Mundial en varias ciudades, y en la Ciudad de México la marcha llegó hasta Palacio Nacional, con consignas que mezclaban tres temas: violencia, aborto y desigualdad laboral. La manifestación tuvo un carácter lúdico, e incluso hubo niñas con rostros pintados, cargando sus mochilas de la escuela, jóvenes con los senos al aire y varias encapuchadas vestidas de negro que, con aerosoles, iban pintando consignas como “Verga violadora, ¡a la licuadora!”. Días después, las estudiantes organizadas de la Facultad de Filosofía y Letras (FFyL) llamaban a la Primera Asamblea Interuniversitaria de Mujeres en la unam debido a “el acoso y la violencia sexual que se viven dentro y fuera de la máxima casa de estudios”. Esta asamblea se llevó a cabo el 22 de marzo de 2018 en el auditorio Ho Chi Minh de la Facultad de Economía. El medio digital Terceravía.mx registró cinco características de la Asamblea Interuniversitaria de Mujeres: 1) es separatista; 2) es apartidista; 3) busca promover la creación y consolidación de una red de mujeres para combatir el machismo; 4) busca hacer grupos de acompañamiento; 5) plantea que hay que encapucharse para proteger la identidad y evitar futuras represalias. La mamá de Lesvy se presentó en la asamblea en donde agradeció el apoyo que le han dado las universitarias. El 3 de mayo, en el aniversario luctuoso de Lesvy, las estudiantes y algunas maestras de la Facultad de Filosofía y Letras (moffyl) organizaron una “marcha interna” en la unam. El cartel, con la foto de Lesvy, dice: “Lesvy no ha muerto, Lesvy somos todas”. A lo largo de 2018, distintos conflictos llevaron en diferentes universidades públicas y privadas a protestas en “tendederos” con denuncias de acoso por maestros y compañeros, y en general contra la violencia hacia las mujeres. La comunidad estudiantil de la máxima casa de estudios se dividió con el tema de hacer un paro, pues un amplio sector propugnó realizar un “paro activo”, que les permitiera seguir estudiando.

El 8 de marzo de 2019 la consigna fue “paramos, marchamos y nos organizamos”, y el orden de enunciación fue ya una toma de posición política con una lógica en acto. Aunque el llamado fue a hacer huelga de trabajo, cuidado y consumo, el #VivasNosQueremos siguió presente en primera línea. Las organizadoras establecieron el orden de los contingentes: en la descubierta, dos compañeras por cada organización convocante del 8M; luego familiares de víctimas, de feminicidios o desaparecidas; después mujeres, colectivas feministas y al final organizaciones sindicales seguidas de organizaciones populares para cerrar con organizaciones políticas. Se marchó para exigir un alto a la violencia y la desigualdad, dando el lugar prioritario a familiares de víctimas; y como había un nuevo gobierno, también se protestó por las decisiones de amlo respecto a la Guardia Nacional, y por el cierre de los refugios para mujeres y las estancias infantiles. La marcha mostró que el movimiento feminista no es una masa homogénea sino que hay grupos e ideas diversas, lo que exige renunciar a la tentación de una representación unívoca.

Semanas después, a finales de marzo de 2019, en México estallarían varios #MeToo locales contra escritores, músicos, académicos, periodistas, etcétera. Si bien era sabido que en México existen variadas formas de abuso y acoso sexual en espacios domésticos y públicos, en ambientes laborales²⁸ y estudiantiles, y que hay una gran impunidad ante ellos, los 424,867 tuits escritos entre el 21 de marzo y el 4 de abril por 230,578 personas (casi en su totalidad mujeres)²⁹ pusieron en evidencia la trascendencia que tiene ese problema en nuestro país. Las denuncias ofrecieron un panorama desolador: desde violaciones hasta manoseos, desde amenazas de despido hasta condicionamiento de la permanencia en el trabajo a cambio de “favores sexuales”. Dejando de lado algunos tuits que hacían referencia al adulterio, al desamor o a la indiferencia de la pareja, las denuncias de los #MeToo mexicanos fueron un potente indicador del sufrimiento, la indignación y el hartazgo de muchísimas mujeres por los episodios de hostigamiento laboral, abuso, agresión, incluso violación, que han padecido. Además, junto a la rabia por los abusos de poder llevados a cabo por jefes, y por las insinuaciones groseras y los toqueteos de colegas, también fue notorio el miedo a perder el empleo. Y para muchas denunciantes sus palabras tuvieron un costo personal, pues hubo represalias tanto en el plano individual como en el social: desde el hostigamiento mediático hasta amenazas telefónicas, además del quiebre de algunas amistades.

Aunque en México hay un consenso social velado acerca de que es verdad que existen esos horrores, el activismo de las denunciantes exhibió la magnitud y gravedad de lo que ha estado ocurriendo, y eso que quienes se expresaron pertenecen básicamente a un sector urbano de clase media: faltarían todavía #MeToo de obreras, campesinas e indígenas. Este sesgo de clase ha sido una de las mayores críticas que han recibido los #MeToo a nivel mundial. Las denunciantes suelen ser mujeres de clase media urbana, con una presencia mediática mayor de mujeres blancas y famosas. Las denuncias mexicanas se insertaron en el amplio reclamo contra la violencia hacia las mujeres, pero también se consideraron “acoso” expresiones sexualizadas, como miradas de deseo o palabras de admiración que pueden incomodar a quien las recibe, pero que no necesariamente implican violencia, ofensa o agravio. Hay, pues, una resignificación semántica, en la que el término acoso es utilizado para nombrar actos machistas. El rechazo de muchas mujeres a expresiones sexualizadas que no son necesariamente dañinas, pero a las que se les otorga una connotación negativa (como los “piropos”), obliga a revisar cómo llegamos a pensar lo que hoy pensamos, no sólo del acoso, sino más ampliamente acerca de las relaciones de coqueteo, cortejo y seducción entre mujeres y hombres.³⁰ Aclaro que lo que estoy relatando tiene que ver con mujeres que habitan en grandes ciudades; aunque hay feministas que acompañan las luchas de las mujeres de medios suburbanos y rurales, la información acerca de lo que les ocurre a ellas no trasciende igual.

Analizar procesos culturales no significa justificarlos. Es un ejercicio intelectual que nos facilita encontrar las herramientas y las vías para cambiar lo que nos hiere, y no solamente reprobarlo. Entretejidas en la cultura están creencias y prácticas que, aunque se vivan hoy como impropias, no son del mismo orden que ciertos comportamientos agresivos. Esto es lo que planteó el grupo de francesas que en enero de 2018 cuestionó algunas de las denuncias del #MeToo, y señaló que reconocer diferencias y matices lleva a ejercer formas de discrepancia tolerante en lugar de buscar castigos tajantes, que fortalecen al punitivismo o la censura.³¹ Si bien hay que frenar todo comportamiento reprobable, ¿será posible desentrañar los deslizamientos de sentido que están surgiendo en torno al acoso y que amenazan con distorsionar las denuncias? Existen innumerables ejemplos de cómo en el capitalismo se manipulan y distorsionan ideas que luego se utilizan con otros objetivos. Eso nos compromete a ser cuidadosas en la distinción de términos. Habría que preguntarnos a quién le sirve la fusión conceptual que revuelve y condensa en el término acoso, actos e intenciones, tocamientos y miradas, agresiones y torpezas. ¿A qué proyecto político le sirven las reacciones desmedidas ante conductas que no son estrictamente abusivas ni acosadoras, aunque sean molestas? ¿No será que los conflictos que indudablemente padecen las mujeres son utilizados por los grupos de derecha para fortalecer una visión conservadora y puritana? Las mujeres que protestan no son puritanas, pero una perspectiva muy frecuente con la cual se pretende combatir esas expresiones sí lo es. Foucault resumió el triple decreto del puritanismo moderno respecto al sexo en “prohibición, inexistencia y mutismo” (1991:11). Este puritanismo se debe a resabios de la doble moral sexual,³² que hace que ciertas alusiones sexualizadas se vivan o se interpreten como “ofensivas” o como “proposiciones indecorosas”.

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