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3. A modo de conclusión: literacidad y lectura en la universidad
ОглавлениеAl comenzar los estudios universitarios, el estudiante, sin ayuda alguna, deberá ser capaz de organizar la información que recibirá: resumir, parafrasear e integrar el contenido de múltiples libros y separatas. Los niveles de dificultad de sus lecturas irán aumentando de acuerdo con el grado de especialización que desee alcanzar o con la profesión estudiada.
Los textos académicos que deberá leer son, por lo general, derivados de textos científicos, que no están dirigidos a recién egresados de la escuela secundaria sino a profesionales que poseen conocimientos previos sobre los temas tratados y práctica en la lectura de material académico-científico. Los docentes, al asignar lecturas, muchas veces dan por supuestos saberes que sus estudiantes no poseen: hacen referencia a autores que los jóvenes no conocen, no explican un marco conceptual básico, y proponen actividades, ejercicios y trabajos que exigen saber analizar el texto más allá de las líneas. Esto, sumado a las deficiencias de la formación escolar, hace que la adaptación lectora del estudiante al nuevo nivel de estudios sea muy difícil y, en casos extremos, lleve a la deserción universitaria.
En teoría, la escuela debería preparar a los estudiantes para leer y producir textos de diversa índole, así como para procesar adecuadamente información; sin embargo, ellos egresan de la educación básica sin haber desarrollado las competencias lectoras necesarias para desenvolverse en la sociedad. De acuerdo con las últimas pruebas PISA24 aplicadas en el Perú, en diciembre de 2010, los jóvenes peruanos se ubicaron, en el área de comprensión de lectura, en el puesto 62 de 65 países. Lamentablemente, no ha habido un cambio sustancial de la realidad desde 2001, año en que nuestro país obtuvo el último lugar de 43 países. Estos resultados nos permiten entender el alto índice de problemas de lectura que padecen muchos ingresantes a instituciones de educación superior, quienes apenas alcanzan a leer las líneas, pero no logran niveles mayores de comprensión y síntesis de la información necesarios para desarrollarse profesionalmente.
Según Louvet y Prêteur (2003), el lector o letrado dispone de estrategias de lectura flexibles y eficaces, elabora proyectos de lectura personalizados, se involucra en prácticas de lectura diversificadas, atribuye a lo escrito funciones específicas diferentes de las funciones de lo oral y desarrolla frente a los textos una actitud crítica. Un lector puede reflexionar sobre la práctica de lectura y también acerca de sus propias estrategias para lograr la comprensión. Sabe en qué contextos aplicarlas y cómo efectuarlas para obtener resultados visibles en su desempeño académico, laboral, cultural, etc. El individuo que no puede pensar ni reconocer las propias prácticas lectoras es considerado en el mundo actual un «analfabeto funcional»25, puesto que no puede distinguir claramente lo escrito de lo oral ni las estrategias que le permiten organizar lo que se lee y escribe. Esta condición no le permitirá a la persona afrontar las exigencias mínimas de la cultura letrada de su entorno.
Podría resultar paradójica la afirmación de que existe analfabetismo funcional entre alumnos que cursan estudios superiores, a pesar de los 11 años de escolaridad obligatoria. Sin embargo, sabemos que, en la actualidad, los estudiantes egresados de la secundaria no son capaces de resolver problemas de la vida práctica mediante el procesamiento de la información y la comprensión lectora, lo cual obstaculiza el logro del aprendizaje autónomo que requiere el futuro desarrollo de una profesión.
Los lectores de todos los sectores socioeconómicos tienen dificultades graves para leer y procesar textos literarios, humanísticos y científicos, los cuales les exigen acceder a ciertos niveles de apreciación y evaluación; es decir, en palabras de Cassany, no son capaces de leer entre ni detrás de las líneas26. A pesar de ello, el estudiante de educación superior nunca está considerado en el grupo que presenta problemas de lectura, puesto que es un «futuro profesional» y su condición de «estudiante» lo excluiría de la marginalidad antes mencionada. Existe, según los autores mencionados, una resistencia a vincular el problema del analfabetismo funcional con la educación superior. Esta negación de la situación real se debe a la imagen que la sociedad tiene de quien alcanza este nivel de formación. Aunque esta se haya masificado por completo y su público sea muy heterogéneo, hay una imagen idealizada del universitario. A este se le considera parte de una élite intelectual y «letrado» por definición, porque su trabajo implica necesariamente la manipulación de lo escrito.
Desafortunadamente, la situación real dista mucho de lo imaginado y la motivación del estudiante para leer y escribir es siempre extrínseca: la lectura es considerada una «carga» impuesta por el exterior y los estudiantes no tienen conciencia de las exigencias que implica una formación profesional ni tampoco de sus propias dificultades. Los estudios universitarios son asumidos por muchos jóvenes como un imperativo social que cumplir y no como una forma de acceder a la cultura letrada, a la escritura y a la investigación.
Al ser la actividad investigadora el primer objetivo de la educación universitaria, las instituciones deberían priorizar la necesidad de potenciar las capacidades lectoras y de atender el problema del déficit de alfabetización lectora en sus estudiantes. Asimismo, los docentes de los primeros años de formación universitaria podrían recibir más información sobre el analfabetismo funcional y los problemas de comprensión lectora en universitarios, a fin de reconocer las carencias de sus estudiantes y así tener la posibilidad de orientarlos. No obstante, todo lo anterior no exime al universitario de la responsabilidad por su propia formación como lector, y de comprender la necesidad de leer entre y detrás de las líneas, lo cual le permitirá escribir académicamente y comunicar los hallazgos de sus investigaciones a la comunidad científica a la que aspira pertenecer al estudiar una carrera universitaria.