Читать книгу ¿Te acuerdas de la revolución? - Maurizio Lazzarato - Страница 4
INTRODUCCIÓN
ОглавлениеNo se puede negar que la sociedad burguesa experimentó por segunda vez su siglo XVI, un siglo que, espero, la lleve a su tumba así como el primero la trajo al mundo. La misión particular de la sociedad burguesa es la creación del mercado mundial […] Como el mundo es redondo, la colonización de California y Australia y la apertura de China y Japón parecen haber completado este proceso. Para nosotros, la pregunta difícil es esta: en el continente la revolución es inminente, y asumirá también de inmediato un carácter socialista. ¿No estará destinada a ser aplastada en este pequeño rincón del mundo, debido a que el movimiento de la sociedad burguesa está todavía en ascenso en un área mucho mayor?
KARL MARX
Este libro pretende ser un comentario sobre estas pocas líneas de una carta de Marx a Engels fechada el 8 de octubre de 1858. Marx establece allí el marco de la revolución: el mercado mundial. El espacio donde va a surgir: Europa. La fuerza subjetiva destinada a vehiculizarla y que la encarna: la clase obrera.
En el capitalismo todo ocurre muy rápido, incluso la revolución. Apenas cincuenta años después de esta carta, comenzó una historia completamente diferente: la revolución victoriosa estalló en todas partes del mundo y a lo largo de todo el siglo XX, salvo en Europa (y en el Norte). La clase obrera no es el sujeto que le sirvió de sostén ni el que la encarnó. El marco permanece inalterado –el mercado mundial–, pero el peligro para la revolución viene ahora de Europa, “ese pequeño rincón del mundo” que financia y agita todas las contrarrevoluciones y guerras civiles posibles para aplastarla.
¡A las revoluciones socialistas de las que habla Marx le sucedieron, sin tomarse respiro, dos ciclos de revoluciones!
En los márgenes del capitalismo (Rusia en 1905 y México en 1910), en las colonias y semicolonias (China, Vietnam, Argelia, etc.), las revoluciones de los “pueblos oprimidos”, de los esclavos, de los colonizados tomaron el poder, ¡mientras que las que fueron llevadas a cabo por la clase trabajadora fracasaron!
Estas revoluciones que se produjeron donde no se las esperaba, estas revoluciones “contra El capital de Marx” (Gramsci) llevadas a cabo por sujetos “subdesarrollados” respecto de la clase trabajadora del centro, generaron, para bien o para mal, formidables maquinarias políticas: la soviética marcó el “destino” de la humanidad en el siglo XX, la china marcará el del siglo XXI, mientras que las revoluciones anticoloniales lanzaron el primer ataque real y serio contra la organización del mercado mundial.
Por mucho que los partidos comunistas digan que los campesinos, los proletarios, los pobres, las mujeres, los colonizados actuaron bajo la dirección de la clase obrera, su hegemonía política ya estaba resquebrajada. Con el tercer ciclo de revoluciones, el que vino después de la Segunda Guerra Mundial, las rupturas y las subjetivaciones políticas se modificaron todavía más. Se impuso un nuevo sujeto político, el movimiento feminista, que acabó definitivamente con la centralidad de la clase obrera en el proceso revolucionario y afirmó la multiplicidad. Cincuenta años después de la ruptura soviética, la revolución ha vuelto a cambiar, sin encontrar las fuerzas subjetivas capaces de actualizarla.
Perdida esta arma estratégica, las luchas solo pueden ser defensivas, en lo que constituye un intento de salvaguardar aquello de lo que la máquina capital/Estado se apropia metódicamente, sin encontrar verdaderas resistencias. Sin revolución, el contenido de la lucha, el lugar y la hora del enfrentamiento están en manos del enemigo. Incluso el reformismo y la socialdemocracia dependían de la actualidad de la revolución.
¡La continuidad que había mantenido el proceso revolucionario después de la Revolución francesa parece haberse interrumpido!
Este libro no pretende afirmar cómo será la revolución del siglo XXI o si es todavía posible. Más modestamente, trata de hacer un balance de las rupturas revolucionarias del siglo XX, cuya elaboración está pendiente, y de definir las condiciones a partir de las cuales podríamos empezar a hablar de nuevo de revolución.
A pesar de la extensión y de la intensidad de estas luchas que desbordaron la relación capital-trabajo para investir el conjunto de las relaciones de poder (la relación hombre-mujer, las relaciones coloniales, todas las formas de jerarquía y subordinación, incluso entre humanos y no humanos), la revolución de los años 60 y 70 sufrió una derrota histórica que hizo desaparecer del paisaje político tanto el concepto como su realidad. Las luchas acumuladas de los colonizados, las mujeres, los estudiantes y las nuevas generaciones de obreros volvieron inoperantes las modalidades de acción, las formas de organización y los objetivos del movimiento obrero, sin producir y organizar en su lugar nada que se compare en eficiencia y determinación con las revoluciones del Este y del Sur del mundo.
Las hipótesis planteadas para intentar explicar la desaparición de la revolución también iluminan las condiciones para empezar a repensarla.
La hipótesis de las dos revoluciones. El ciclo de revoluciones iniciado por la revolución soviética de 1917 fracasó porque, finalmente, la revolución política fue separada de la revolución social. El joven Marx hizo de su articulación la clave de la revolución. Esta última quedó inmovilizada (y lo mismo ocurrirá en China, Vietnam, Argelia, etc.) dentro de los límites de una revolución política que muy rápidamente se transformó en una renovación de los aparatos estatales.
El ciclo de la revolución mundial de posguerra finalizó en los años 70 con una evaporación tanto de la “revolución” como del “devenir revolucionario”, conceptos que traducen al lenguaje del pos-68 francés las categorías del joven Marx. ¡La relación entre las dos modalidades de la revolución, cambiar el mundo y cambiar la vida, no siempre ha logrado establecerse!
La hipótesis de la revolución mundial. Marx lo afirma muy claramente: el triunfo de la revolución depende de relaciones de fuerzas a escala del mercado mundial. La revolución será mundial o no será. Hoy el internacionalismo es todavía más necesario que en la época de Marx. El mercado mundial es el escenario de un desfasaje: si la estrategia capitalista se mundializó a partir de 1492, las fuerzas revolucionarias recién encararon el problema a partir de la segunda mitad del siglo XIX.
Cuando habla del mercado mundial, Marx insiste en la fuerza “revolucionaria” del capital, mientras que los revolucionarios del Sur y de los márgenes leen el mismo proceso desde el punto de vista de los oprimidos. La ruptura con el imperialismo debe producirse “aquí y ahora”, sin pasar por el desarrollo de las fuerzas productivas, el ajuste de los “atrasos”, el crecimiento de la clase obrera, cuestionando así el historicismo del movimiento obrero y su filosofía de la historia. Hace un siglo Rosa Luxemburgo había captado la imposibilidad del capital de devenir “mercado mundial” único: “Al mismo tiempo que tiene la tendencia a convertirse en forma única, fracasa por la incapacidad interna de su desarrollo”1 –lo que los “expertos” llaman globalización, sin poder reconocer las causas–.
La hipótesis del trabajo gratuito. En la raíz de estas derrotas hay un error teórico y político que las luchas de las mujeres y los colonizados pusieron de manifiesto y problematizaron. La organización del trabajo y el poder presupone una doble condición que Marx y los marxistas parecen subestimar: la división entre trabajo abstracto (asalariado) en el centro y trabajo no asalariado en las colonias y la división entre el trabajo pago de los hombres y el trabajo gratuito de las mujeres. El racismo y el sexismo son los motores de dos modos de producción (esclavista/servil y patriarcal/doméstico/heterosexual) y de las sujeciones (mujeres/esclavos) que los legitiman, irreductibles al modo de producción capitalista e implicados en su organización.
La hipótesis de la fuerza política del trabajo gratuito. Los marxistas definen el trabajo “no libre”, gratuito o subpago como “improductivo”, a diferencia del trabajo industrial. Este trabajo también sería improductivo desde un punto de vista revolucionario, pero la importancia política que reviste es mucho mayor que la económica. Durante todo el siglo XX va a llevar adelante sus revoluciones, mientras que después del 68 las innovaciones teóricas más significativas van a ser desarrolladas por los diferentes movimientos feministas.
La hipótesis de la revisión del concepto de clase. El desvanecimiento de la revolución política y la revolución social va acompañado del abandono de la lucha de clases. Por el contrario, a partir del feminismo materialista francés, vamos a considerar a las mujeres como una clase de la que la clase de los hombres se apropia, sometida a su poder. Igualmente, debemos considerar la relación entre blancos y racializados en los mismos términos. La afirmación de la clase es correlativa de la pérdida de su homogeneidad. Las clases están compuestas, atravesadas, divididas por minorías. La clase obrera siempre ha estado formada por minorías raciales y sexuales. La clase de mujeres manifiesta importantes diferencias internas (mujeres burguesas blancas, mujeres proletarias, mujeres del tercer mundo, mujeres negras, lesbianas) que pueden transformarse en oposiciones. La clase de los racializados está formada por hombres y mujeres que están en una relación de mando y de subordinación.
La articulación de las clases entre sí y de las minorías con las clases, y la relación de este conjunto heterogéneo con la máquina del capital, es un rompecabezas que la revolución mundial no podrá resolver. Ella será incapaz de hacer la transición de “la” lucha de clases (capital-trabajo) a las luchas de clases en plural.
La hipótesis de los diferentes modos de producción. El modo de producción doméstico, patriarcal, heterosexual y el modo de producción esclavista/servil no se han subordinado progresivamente al modo de producción capitalista. Todas las relaciones sociales precapitalistas están destinadas a disolverse, dice Marx, pero la raza y el género parecen contradecir esta predicción. La máquina capitalista es un híbrido de trabajo abstracto y de trabajos que no se vuelven propiamente capitalistas. La sujeción [assujettissement]* “mujer”, al igual que la sujeción esclavo, colonizado y racializado, no puede ser reducida a la sujeción obrero. Sus modos de organización y subjetivación tampoco.
La hipótesis de la violencia fundadora, de la violencia conservadora y de la fuerza amenazadora. Lo que estas clases tienen en común es su modo de formación. Son el resultado de una guerra de apropiación cuya violencia ha dividido a los que mandan y a los que obedecen, a los que trabajan y a los que se benefician del trabajo ajeno. Las clases no existen antes del acto de fuerza de la apropiación. La organización del trabajo, los dispositivos de sujeción, las normas, las instituciones capaces de transformar a los vencidos en gobernados (obreros, mujeres, esclavos, colonizados) solo se establecen una vez que la fuerza ha separado a los vencedores de los vencidos. El orden normativo está dominado por la fuerza.
La conversión y la reversibilidad entre violencia fundadora (apropiación) y violencia conservadora (ley, norma) constituyen el funcionamiento normal del poder. La tarea de la revolución es la construcción de una fuerza que amenace esas violencias.
La hipótesis de la colonización interna. Las revoluciones del siglo XX atacaron desde un comienzo la división entre centro y periferia, trabajo abstracto y trabajo gratuito (mucho más importante que la división entre trabajo manual y trabajo intelectual, porque esta última no concierne más que al trabajo “productivo”), mientras que los movimientos de mujeres se movilizan contra otra cara del trabajo gratuito y la sujeción.
El capital respondió invirtiendo estas líneas de ruptura política en lo que constituye una nueva división internacional del trabajo, instalando la doble territorialidad centro/periferia, trabajo abstracto asalariado/trabajo gratuito no remunerado en cada país. La precariedad, la vulnerabilidad, el empobrecimiento, el trabajo gratuito o mal pago de las mujeres, los colonizados y los esclavos se imponen a una parte creciente de la vieja clase obrera y del nuevo proletariado (migrantes, indígenas del interior, precarios, pobres, etc.).
La hipótesis del “sujeto”. La revolución tropieza con el escollo de la transformación de la multiplicidad de clases y minorías en sujeto revolucionario. El sujeto político es imprevisto, en el sentido de que, a diferencia de la clase obrera, no se encuentra ya dado. No preexiste a su acción política, solo puede definirse por el presente del proceso revolucionario en marcha. El presente es el tiempo de los movimientos políticos porque las clases no esperan nada del futuro de la revolución. La construcción de relaciones entre “sujetos” libres (revolución social) no debe ser dejada para después de la revolución política. La revolución debe tener lugar “aquí y ahora”.
La revolución será tanto la afirmación de la multiplicidad de las clases (y de las minorías que las integran) como la negación que las abolirá.
La hipótesis de la catástrofe. Desde la Primera Guerra Mundial, el capitalismo se ha caracterizado por el carácter reversible de la producción y la destrucción. Cada acto de producción es, al mismo tiempo, un acto de destrucción. No solo produce crisis, sino también catástrofes ecológicas, sanitarias, climáticas y políticas (fascismos), lo cual transforma la destrucción en autodestrucción.
La hipótesis del cambio de relaciones de fuerza entre el Norte y el Sur. Las guerras y revoluciones, a pesar de la negación de que son objeto de parte del pensamiento crítico contemporáneo, siguen determinando el comienzo y el final de las grandes secuencias políticas. La enésima derrota del ejército más poderoso del mundo (y sus aliados) marca el fin del sueño de hegemonía de Estados Unidos sobre el planeta. Incluso la extrema izquierda había confundido el comienzo del fin del siglo “americano” con la fundación del Imperio (¡sic!). La derrota afgana allana definitivamente el camino para el ascenso al poder de China, que debe leerse como el fruto de la guerra anticolonial más importante librada en el último siglo. Aunque sea bajo la forma de “capitalismo de Estado” (“socialismo de mercado” en chino), se impone una inversión geopolítica entre el Norte y el Sur que también se manifiesta por el fracaso de todas las guerras coloniales (Irak, Libia, Siria, Afganistán, etc.) y por los flujos migratorios de subjetividades hijas de las luchas de liberación. Occidente (y su marxismo) nunca entendió las revoluciones del siglo XX. En realidad, el siglo XX no fue estadounidense, sino el siglo de las revoluciones de los “pueblos oprimidos” y del trabajo gratuito que sentaron las bases para un cambio en las relaciones de fuerza que, a diferencia del racismo conquistador de la colonización, suscita un racismo (y un sexismo) temible y defensivo, pero igual de agresivo.
* Assujettissement se refiere tanto a la sumisión como a un modo de producción de subjetividad. Define un proceso individualizante de sujeción social que procura sujetos sometidos. [N. del T.]
1 Rosa Luxemburgo, La acumulación de capital, Edicions Internacionals Sedov-Germinal, p. 232.